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Los manifestantes, en su mayoría inmigrantes bolivianos que fueron traídos al país engañados por los talleristas, pegaron sobre la fachada de la empresa decenas de remitos que certificaban lo denunciado. En cada uno de ellos, estaba escrito el nombre de Juan Carlos Salazar, dueño del taller donde muchos de los trabajadores habían sido esclavizados.
Noemí, una mujer de 30 años que estuvo encerrada con su familia en el taller que regenteaba Salazar, explicó que allí las jornadas de trabajo eran “desde a 7 de la mañana hasta la 1 del otro día” , de lunes a sábado, tiempo en el que ella y su marido, junto con sus dos hijos, permanecían encerrados en la pieza donde trabajaban y dormían. Leer artículo completo
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