Las movilizaciones estudiantiles en Chile vienen creciendo y endureciendo cada vez más sus posturas iniciales. El reclamo coyuntural de la gratuidad del pase escolar y la Prueba de Selección Universitaria (PSU) dio paso a un petitorio de fondo que exige la reestructuración completa del sistema educativo: estatización de la educación primaria y secundaria, revisión de la Jornada Escolar Completa, y -la exigencia más fuerte de todas- derogación de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE).

A los secundarios se les ha unido un fuerte contingente de apoyo, desde los profesores hasta los apoderados, estudiantes de universidades publicas y privadas. Han dejado de ser un grupo marginal que pide dignidad, sino que se están transformado en un movimiento fuerte, con expresiones en todo el país, con una estructura de organización sólida, disciplinada y altamente democrática que está obligando al Gobierno a dejar de lado su percepción de que estas luchas eran producto de un capricho pasajero.

Ante la movilización de los estudiantes, el Estado respondió con una represión que no se veía desde los tiempos de la Dictadura Militar. La policía no se conformó con mojar, apalear y gasear a los estudiantes; además manoseó a las pequeñas luchadoras sociales, golpeó y detuvo a trabajadores de prensa, entre ellos a un reportero de Indymedia.

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