Desde Página 12 hasta La Nación, desde una agrupación llamada 20 de Diciembre hasta Tony Blair, desde Hebe de Bonafini hasta el presidente de Techint, y pasando (para colmo) por el 75% de la población, todos sonríen frente al nuevo gobierno. Como para no sentir la presión al escribir, como para no estar tentados de que las palabras siempre sinceras y crudas se trasfiguren para no nadar contra la corriente.

Alguien nos dijo el secreto: es el peronismo, estúpido, o por lo menos los restos de ese movimiento que logró unir a dios y al diablo en un mismo altar. Uno que entendió hace menos de dos años que el "barco se hundía y con él nos hundimos todo", el "ya no mas" de una socieadad hastiada de una situación insostenible. Viejos marineros con vocación de poder, nuestros polìticos sintieron el piso hundirse bajo sus pies y salieron a la carga para salvarse.

Y desde esa toma de conciencia llegó primero el pequeño timonel, capitaneando el barco en la tormenta, aguantando el chubazco de la movilización popular, viviendo del tira y afloje, del desgaste y -a veces- de la represión. Ese es el único merito de Duhalde; ganar tiempo, permitir que el régimen argentino salga del centro del blanco de la furia popular, que tome aire y se prepare para contraatacar. Por lo demás, parece haber gobernado en piloto automático; mas o menos nada cambió.

Ahora el señor K; peronista de ley, con todo lo que eso significa. Las aguas de la protesta se aquietaron (ninguna tormenta mantiene sus picos mas altos eternamente) pero el peronista es un viejo lobo de mar siempre, y sabe que el peligro que el viento se llevó puede volver con más furia en cualquier momento. Y para ahuyentar una nueva oleada ajusta las velas, se afirma en el timón y, lo más importante, hace sacrificos a los dioses del Olimpo para mantener alejada la cólera de Poseidón.

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