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Felipe Quispe y el EZLN
Por Carlos Montemayor - Wednesday, Dec. 31, 2003 at 5:21 AM

Felipe Quispe y el EZLN de La jornada, méxico





Hace alguna semanas, Arturo Jimé-nez publicó en La Jornada una magnifica entrevista con el dirigente aymara Felipe Quispe, uno de los personajes políticos más destacados hoy en Bolivia. A tono con la posición radical que se le atribuye, expresó que el objetivo central del movimiento indígena Pachacuti es fundar una nación india independiente y soberana: "Los indígenas somos mayoría en Bolivia, y como mayoría histórica estamos decididos a autogobernarnos, a dictar nuestras propias leyes, a cambiar la Constitución política del Estado por nuestra Constitución; a cambiar el sistema capitalista por nuestro sistema comunitario; a cambiar la bandera boliviana tricolor por nuestra bandera de siete colores".

Se trata, naturalmente, de un proyecto de largo alcance y de largo plazo. Pero lo ubica en la poderosa dinámica de los movimientos indígenas bolivianos que durante septiembre y octubre de 2003 lograron derrocar al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Felipe Quispe reconoce que entre los pueblos indígenas hay muchas cosas en común, pero "nuestra forma de accionar en México, Ecuador, Guatemala, Perú, Chile, Bolivia y otras partes es diferente". Esas diferencias y cosas en común arrojan un visión del EZLN muy precisa y diferente.


Aspecto de la celebración del
quinto año del alzamiento
zapatista, en La Realidad FOTO:
MARIA LUISA SEVERIANO

Conviene recordar que en otro reportaje de Arturo Jiménez publicado en La Jornada el pasado octubre, cuando se celebraba en Bolivia la Cumbre Iberoamericana, un anciano dirigente aymara, Crispín Marín Mamani, de la provincia Pacajes, envió saludos a "los hermanos indígenas" de México: "Nosotros, nación aymara, somos la absoluta mayoría. Y quiero mandarles un saludo a los hermanos indígenas de la provincia de México, a los hermanos zapatistas, que también han luchado como nosotros". Me sorprendió que a este dirigente le pareciera la lucha guerrillera zapatista semejante a la resistencia civil de los aymaras; que viera al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, organización armada, como si desarrollara una lucha de resistencia civil semejante a la de los indígenas en Bolivia.

Felipe Quispe da sus razones: "Los zapatistas tienen su forma de pensar y filosofar sobre la toma del poder. Nosotros no somos quién para enseñarles. Seguramente ellos están pensando primeramente en tomar el poder en las comunidades. Nosotros también tenemos esa forma de accionar: primero limpiar toda la basura colonial que han introducido en nuestras comunidades. Eso estamos haciendo en algunas provincias del norte de La Paz, como Omasuyos y Los Andes. Ahí va emergiendo esa forma de sustituir todas las autoridades estatales con nuestras propias autoridades originarias. Es un autogobierno que estamos ensayando ahí. Es algo pequeñito que está renaciendo".

Pues bien, es posible que la instalación de las juntas de buen gobierno en los caracoles zapatistas a los ojos de Felipe Quispe aparezca como un proceso de toma del poder político a partir de las comunidades mismas. También es posible que lo considere un resurgimiento de las formas de organización social "propias" de las culturas indígenas, a contracorriente de los valores políticos que la Colonia y los estados nacionales han impuesto a los pueblos indios para someterlos. Convengo en que esta perspectiva es una lectura natural para un dirigente político tan destacado como él, formado en la guerrilla y en luchas políticas frontales. Sin embargo, pienso que las juntas de buen gobierno podrían verse de otra manera, que quizás constituyen un sistema de corredores hacia la fuerza cultural que aún conservan numerosos pueblos indígenas del continente, hacia la persistencia y continuidad de sistemas sociales complejos que constituyen una dinámica permanente de cohesión y de identidad. Acaso Quispe no considera algo esencial la continuidad cultural de los pueblos indígenas, pues lo ve como un proceso de reimplantar las "autoridades originarias". En cualquier caso, cree necesario formar cuadros políticos y militares para cambiar el país entero. Por eso me atrajo este comentario suyo: "Recuerdo que en los años 90, cuando estábamos en la cárcel, escuchamos de la insurgencia de los zapatistas de acá, y para nosotros ha sido una alegría. Ellos han estado trabajando mucho tiempo. Si nosotros hubiéramos estado a esa altura, creo que ya estaríamos cantando la victoria".

El pasaje es interesante pero confuso. La expresión "han estado trabajando mucho tiempo" quizás aluda a la consolidación de la organización armada, estrictamente militar, del EZLN. También es posible que se refiera al proceso simultáneo de la formación de cuadros militares y de cuadros políticos en las comunidades. Si ese fuera el caso, podríamos entender que él toma como modelo apropiado a la lucha indígena el fortalecimiento simultáneo de la actividad política y la preparación militar, y que esto es lo que a sus ojos ha hecho el EZLN. Así, "cantar la victoria" equivaldría a celebrar ya la fundación de la República de Quyasullo como nación indígena y soberana.

Pero el sentido de la "victoria" puede emplearse en varias direcciones, sobre todo en países tan diferentes como Bolivia y México. Pienso que uno de los rasgos destacados del EZLN ha sido su visión incluyente en términos de cultura, de organización social y de concepción del mundo. También me parece fundamental que el EZLN haya insistido a lo largo de estos primeros diez años en las funciones militares como una dimensión diferente del mando político. En el comunicado del 9 de agosto de 2003, a propósito de la instalación de las juntas de buen gobierno, el subcomandante Marcos volvió a separar estas funciones: "En mi carácter de mando militar de las tropas zapatistas, les comunico que, a partir de ahora, los consejos autónomos no podrán recurrir a las fuerzas milicianas para las labores de gobierno. Deberán, por tanto, esforzarse en hacer como deben hacer todos lo buenos gobiernos, es decir, recurrir a la razón y no a la fuerza para gobernar. Los ejércitos deben usarse para defender, no para gobernar".

En otra parte de ese mismo comunicado, el subcomandante Marcos recalcó: "A partir de ahora todo lo referente a los municipios autónomos rebeldes zapatistas se hablará por sus autoridades y por las juntas de buen gobierno; con ellas habrá que tratar también los asuntos de los municipios autónomos, tales como proyectos, visitas, cooperativas, conflictos, etcétera. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional no puede ser la voz de quien manda, o sea del gobierno, aunque el que manda mande obedeciendo y sea un buen gobierno."

A lo largo de siglos la evolución del concepto de pueblos indígenas ha avanzado y retrocedido conforme a la visión esclavista, protectora o racista de los poderes políticos y económicos que han dominado los gobiernos de nuestro continente. Desde nuestra perspectiva discriminadora, lo que en las sociedades nacionales se llama religión en los pueblos indígenas se rebaja a superstición; los pueblos indios no tienen arte, sino artesanía; no hablan idiomas, sino dialectos; no tienen instituciones sociales y políticas, sino usos y costumbres. El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) establece en su primer artículo que los pueblos pueden ser considerados indígenas, entre otros factores, porque "conservan todas sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas".

Acostumbrados desde la Conquista a negar todo rasgo de civilidad, educación e inteligencia en los pueblos indígenas, perdemos de vista la relevancia de estas "instituciones" a que alude el convenio de la OIT. Tanto este documento como los acuerdos de San Andrés reconocen la existencia de estos sistemas normativos y culturales que dan cohesión e identidad a los pueblos indios. Las reformas constitucionales en materia de derechos indígenas aprobadas por el Congreso de la Unión desconocieron la importancia territorial y cultural de estas instituciones de los pueblos y los redujo sólo a sujetos pasivos de programas asistenciales de gobierno, sin posibilidad alguna de ser considerados sujetos de derecho público. Por ello pienso que uno de los valores esenciales del zapatismo de nuestros días es que no se asienta en un orden social teórico posible, sino en una fuerza cultural existente. Las juntas de buen gobierno son un proceso de formalización u "oficialización" de esa fuerza. Se trata de un quizás inmejorable procedimiento para entender una realidad social y plural del país no supeditada a la inercia ideológica del mexicano no indígena.

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