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AFRO-ARGENTINOS, el pueblo silenciado
Por Burkina Faso ( reenvio ) - Sunday, Oct. 17, 2004 at 11:48 AM

(sacado de la edicion vespertina de "El Litoral" , 14-02-2004 )


El pueblo silenciado

En la capital del país, un tercio de la población era negra en el siglo XIX. En Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, superaban ampliamente el 50 %. El pueblo afro, que llegó para ser esclavizado, creó una cultura cuyos rastros hoy sobreviven a pesar de que sus gentes hayan sido cruelmente desaparecidas.
La historia oficial nunca los registró, pero en Buenos Aires, a principios del siglo XIX, un tercio de la población estaba integrada por negros, y en algunas provincias llegaban a la mitad o más, cifras que se redujeron drásticamente con las primeras oleadas inmigratorias, entre otros factores que contribuyeron a su abrupta desaparición.

A pesar de estadísticas, anécdotas, documentos de la época colonial, registros pictóricos, relatos literarios y el trabajo aislado de algunos investigadores que dan cuenta de la existencia de los negros, la comunidad afro-argentina fue "transparente" hasta hace muy poco tiempo atrás.
El arqueólogo Daniel Schavelzon, en su libro "Buenos Aires Negra", publicado durante el 2003 por la editorial Emecé, presenta datos para reconstruir una historia africana en Buenos Aires a partir de las evidencias materiales reunidas en excavaciones realizadas en la casa de Josefa de Ezcurra y en la actual Plaza Roberto Arlt, de Capital Federal.

-¿Cuándo surge esta percepción de que hay una parte de la historia argentina que fue borrada abruptamente?

-Si bien hay algunos trabajos pioneros, el tema no había tomado estado público. Las estadísticas estaban publicadas, pero en los libros permanecía el mito de la historia liberal, la anécdota del negrito simpático y que éramos buenos con ellos, todas mentiras racistas.

Yo creo que la eclosión del tema -por lo menos entre los investigadores-, se da desde 1983. Desde el retorno de la democracia, se abren campos de la historia que antes estuvieron vedados y un conjunto de investigadores comienza a publicar más sistemáticamente sobre los negros en la Argentina.

Desde la arqueología, todo se precipitó cuando en 1997 hicimos excavaciones en la casa de Josefa Ezcurra, donde encontramos cosas que no podían ser explicadas de ninguna manera. Y tomé conciencia de lo que verdaderamente significaban.

Huellas de la memoria

-¿Por qué se encontraron tantas piezas en la casa de Ezcurra?

-Probablemente, porque el piso de tierra hacía mucho barro y quedaron muchos objetos enterrados o, a lo mejor, la dueña de casa encontró un montón de cosas juntadas por los negros y las tiró al pozo de la basura. En otros lugares de la ciudad ya habían aparecido algunos objetos -no en esa profusión-, y no los tomamos en serio.

-¿Cuáles son las piezas halladas más significativas o que tienen mayor valor arqueológico?

-Lo más significativo son las ollas, porque vivimos en el país del mito del asado y la carne para todos. Otro los mitos historiográficos. Los negros juntaban la grasa en el matadero, porque eso era lo que comían.

Son ollas muy chicas que se corresponden con una forma de cocinar distinta. Porque el esclavo no tenía horarios, comía cuando podía, por eso tenía una ollita que estaba siempre cerca del fuego. Pasaban y picaban cuando podían y seguían.

Esto se emparenta con el locro famoso. Maíz hervido, con pedazos de carne o de cualquier cosa, todo tirado dentro de una olla que hierve y hierve, y cuando se puede se da el manotazo.

-Otro objeto destacado es la pipa que fumaban las mujeres...

-No es la pipa del blanco, es de caolín, una cerámica blanca. Delgada, muy larga y extremadamente frágil. Sólo para fumar en los ratos de ocio. Al más mínimo golpe se rompían y había que fumar con las dos manos, sentado para apoyarlas. Por eso los negros inventan un tipo de pipas para poder fumar trabajando. Con una cañita de madera, que se tira, y lo suficientemente burda para que no se la quiten. Hay que pensar que no podían tener propiedades.

El hecho de que la mujer afro fume tanto creo que es parte del mestizaje con el indígena. Las indígenas latinoamericanas fumaban -y lo siguen haciendo- esos cigarros grandotes de hoja, que forman parte de la aculturación con las antiguas tradiciones indígenas.

Objetos de la historia

-¿Cuáles serían los elementos singulares con que se manifiesta la cultura material de los negros en Buenos Aires?

-Y la continuidad o existencia de costumbres de las que no teníamos ni la más remota idea. Para mí, imaginar que en una casa señorial de la ciudad, donde están los esclavos en la cocina, te sirven la mesa, limpian y hacen toda la tarea doméstica, y a la noche se reúnen en el patio del fondo y hacen sus ceremonias, sus ritos, su religión, sus adivinaciones, etcétera, me muestra un mundo que yo no me hubiera imaginado que existía.

Entre el patio del fondo y el de adelante no sólo hay diferencias sociales, hay diferencias religiosas, de costumbres, un mundo no homogéneo, nunca mostrado por la historia tradicional.

Si uno se encuentra con una ceremonia, ahí estaba pasando algo que los libros no nos cuentan, ya no se trata del negro del farolito.

-¿Cómo fue, a partir de los datos que se tienen, el proceso de asimilación de los negros en la Argentina?

-De acuerdo a la época y a los lugares. Probablemente, en el campo el proceso de asimilación debe haber sido muy fuerte. Pero en la ciudad debió haber sido al revés, por un lado una imagen de mucha más aculturación y de mucho más blanqueo. Y por otro, la vida de estas naciones que tenían sus reyes, hacían sus bailes, sus candombes, donde sus costumbres se mantuvieron muy firmes.

-¿Qué se sabe de los cultos afro?

-Los negros participan de la religión oficial y, en cierto momento, cuando empieza a relajarse el papel de la iglesia sobre la sociedad civil, a fines del siglo XVIII, surgen las cofradías de negros dentro de la misma iglesia.

Después de la independencia se da la creación de las naciones, un lugar donde funciona la propia religión de los negros, y eso produce el rápido abandono de las cofradías. Pero aún no se tiene idea de lo que pasaba allí, hay sólo referencias policiales de estos lugares.

Una nación transparente

-¿Cómo fue el proceso de desaparición abrupta de los afro?

-Hay muchos factores que intervienen. Las interpretaciones eran "se mueren en la guerra", "se mueren por la fiebre amarilla"... todo contribuye, pero no hay una explicación única.

-¿Qué pasó con la llegada de los inmigrantes?

-En la primera inmigración, no venían las familias, eran hombres solos y por eso se da mucho casamiento interracial. Y con la llegada de un millón de extranjeros, el porcentaje de negros disminuye muchísimo. La masa inmigratoria borra todo.

Hay otros factores, como la alta mortandad y la baja natalidad. No querían tener hijos, la forma más terrible de resistencia a la opresión.

La historia liberal hace hincapié en lo bien que eran tratados los negros. No hubo grandes matanzas ni fugas masivas, como en otros lados. Todavía es peor, optaron por una violencia silenciosa. Y no es el único caso ocurrido en América Latina. En Yucatán, las madres indígenas mataban a sus hijos en el siglo XVI.

-Por lo que cuenta en el libro, los hallazgos no se circunscribieron sólo al campo de la arqueología.

-El otro día me encontré con alguien que se dedica a la música y me decía ¿por qué nosotros tenemos bombo y otros países latinoamericanos de tradición indígena no? En el folklore tiene un enorme peso lo afro. Lo que sucede es que no lo vemos... Y hay provincias argentinas donde no se toca el bombo porque es de negros.

Para la historia liberal, el aborigen es más aceptado que el negro. Porque es el que perdió la guerra. Es el malo de la película, pero está en la película. El negro es el desaparecido, no puede ser, no existe, es transparente. Es terrible cómo opera el racismo.


Un pueblo oculto trasel negrito farolero


Desde la imagen del negrito sosteniendo un farol de la época de la colonia hasta los descubrimientos arqueológicos actuales, que revelan la existencia real de una comunidad afro-argentina asentada en los centros urbanos y también en el campo, los documentos y la historia tradicional han registrado datos aislados o apuntes costumbristas sobre los negros.

"Traer un esclavo o sirviente para que lleve armas y farol en las noches que precedieron a la Revolución, era título de señoría, pues si muchos en sus excursiones nocturnas preferían ser ellos mismos portadores de su farol, así como en tiempos anteriores se distinguían menos cuántos marchaban a través de estas oscuras calles con el negrito del farol", escribió Octavio Battola, en "La sociedad de antaño", publicada en 1908.

Para el arqueólogo Daniel Schavelzon, "el tema del lunfardo es muy interesante, y muchos historiadores de ese lenguaje han hecho esfuerzos por demostrar que las palabras vienen del italiano o de remotos lugares del universo, nunca de África. Pero la identidad no desaparece, en algún lugar está escondida".

"Es evidente que la cultura de la negritud está inserta en nuestra memoria colectiva, pero es transparente y no la podemos ver. Cuando leemos nuestra literatura gauchesca vemos que la payada era todo un símbolo del gauchaje, pero pocos notan que siempre, y digo siempre, son africanos que mantenían una antigua tradición de origen. Hasta Gabino Ezeiza -último de ellos que murió en 1916- era negro y descendiente directo de esclavo, ¿o quién payaba contra Martín Fierro?", remarca.
Con una postura indecisa ante la igualdad racial dice el Martín Fierro: "Dios hizo el blanco y al negro/sin declarar los mejores/ les mandó iguales dolores/ bajo una misma cruz;/ más también hizo la luz/ pa' distinguir los colores".
En 1878, el poeta afroporteño Casildo Thompson escribía: "ah maldito, maldito mil veces/Seas blanco sin fe, tu cruel memoria/ Es eterno baldón para tu historia".
Para 1880 había veinte diarios y revistas afros en Buenos Aires que se publicaban con bastante regularidad, aunque Lucio V. López, en su libro "La gran aldea", publicado en 1882, pinta un mundo totalmente blanco, donde hasta la mucama de la novela era una francesita que dio el mal paso al enamorarse de un mulato.
Próceres como Bartolomé Mitre o Domingo Faustino Sarmiento siguieron las constantes de su tiempo, "pensar el mundo en base a razas que se unen o se separan, se subordinan o luchan, superiores o inferiores; el concepto mismo de raza era parte indisoluble de su lectura del mundo", subraya Schavelzon.
Pero el arqueólogo e investigador del Conicet aclara que no se trata de críticas atemporales: "se trata de entender por qué un pueblo desapareció a la vista de otro, y nadie se dio cuenta".


Las hileras del terror


Desde su primera fundación Buenos Aires tuvo esclavos, traídos al continente americano por don Pedro de Mendoza. Y aunque durante los primeros cincuenta años vinieron en forma irregular, porque estaba prohibida la entrada por el puerto de esclavos africanos, en los dos siglos que siguieron su llegada fue algo habitual.
El número preciso de la población negra y de sus grupos mestizados es difícil de establecer, ya que ¿cuáles eran los límites precisos entre un africano puro, un moreno o un mulato, después de varias generaciones de intercambio étnico tanto con los indígenas como con la población criolla?

En su libro "Arqueología de Buenos Aires", Daniel Schavelzon apunta que "para la segunda mitad del siglo XVIII la población de color representaba entre el 25 y el 30 por ciento de los habitantes urbanos. Hacía 1744 había en la ciudad de Buenos Aires, 1.150 negros, 330 mulatos y 221 pardos, haciendo un total de 16,91 por ciento; en 1778 había un total de 6.835 afroargentinos, incluyendo todos los grupos y haciendo un promedio del 28,38 por ciento".
De un estudio basado en el censo de 1774, "surge que el 37 por ciento de las familias urbanas tenía africanos en situación de esclavitud dedicados mayormente a las tareas domésticas. Un 52,10 por ciento no tenía más que uno o dos y un 11,8 por ciento, entre diez y veinte (Guerín y otros, 1988)", precisa Schávelzon.

Y en su libro "Buenos Aires negra", el arqueólogo señala que "al menos doscientos mil africanos murieron en los barracones de los mercados (llamados sutilmente `asientos'), unos diez mil de ellos a la espera de curarse y sobrevivir a las penurias del viaje, en el que murieron quizás otros veinte mil".
"De aquí -dice Schavelzon- salían enormes caravanas de gente encadenada que viajaba para ser vendida en Potosí, Córdoba, Tucumán o Santiago de Chile. Nadie los vio partir, nadie los oyó pasar; Hernandarias informó al rey que entre 1612 y 1615 -sólo tres años de esos tempranos tiempos- salieron desde la aldea que era Buenos Aires, 4.515 esclavos hacia el interior; eran más que caravanas, eran hileras de terror y muerte".

Hacia el interior

En la época colonial los edificios más grandes de la ciudad, denominados Compañías, "eufemismo para designar los asientos, es decir los mercados negreros", no se encontraban lejos aunque nadie los recuerda. El más cerca del centro, "lo que se llamó la Aduana Vieja", se encontraba en la esquina de Belgrano y Balcarce, de la actual Capital Federal, y los mercados y los grandes barracones estaban en Retiro y Lezama.

A finales del siglo XVIII, en el interior, "Tucumán tenía la friolera del 64 por ciento de pobladores afro; Santiago del Estero, 54 por ciento; Catamarca, 52 por ciento; Salta, 46 por ciento y Córdoba, 44 por ciento", contabiliza Schávelzon.
Los africanos que llegaron a territorio argentino "no traían consigo una única cultura y ni siquiera un idioma común que les sirviera para comunicarse entre los distintos grupos. Provenían en su mayoría de las zonas costeras o centro costeras de Africa, lo que estaba en relación con la época del año en que se los capturaba. Es por esto que la documentación histórica señala las diferencias entre los `congos' (de Camerún y Congo), los benguelas (de Angola), los cafres (de Mozambique y Madagascar), los mandingas (de Guinea), entre otros", especifica el arqueólogo.

En movimiento

Al contrario de lo que pasó en Brasil o los Estados Unidos, que los negros se incorporaron al sistema de plantaciones, en Argentina algunos fueron destinados a tareas agrícolas, pero la mayoría quedó en la ciudad "en carácter de siervos domésticos o trabajaron en talleres, en la construcción y hasta en artesanía y orfebrería".

Después de la desaparición abrupta de la comunidad afro-argentina, con las oleadas inmigratorias, "en la década del 40 y del 50 comienzan a llegar nuevamente como marineros, desde Cabo Verde, en Africa".

"Y ahora se esta formando una comunidad brasileña bastante grande. En la época de (Carlos) Menem, con la paridad cambiaria viajó mucha gente del sur de Brasil. Y antes con Alfonsín, llegaron algunos que trabajaban como cafeteros. También en el interior hay varias comunidades que se asumen como descendientes de los primeros negros", sintetizó Schávelzon.

Voces que no mueren

En el imaginario histórico de los porteños no quedó nada de su cultura material, "y lo que casi nadie se pregunta es por qué nuestro lenguaje -hoy en el siglo XXl- está plagado de términos africanos", dice el arqueólogo Daniel Schavelzon.

"La mujer es una `mina' (grupo étnico africano), la música popular urbana es el `tango' (de tangó, bailar, en Congo), los zapatos aún para algunos son los `tamangos', el servicio doméstico la `mucama' (por otro grupo étnico), el estómago de la vaca es el `mondongo' (grupo étnico Kumbundu; se les daba de comer a los esclavos), la sandía fue traída de Africa por esclavos en el siglo XVll y el `quilombo' es la palabra que en toda América indica los asentamientos de cimarrones (afros huidos al monte)".

"El nombre de la `banana' proviene de un pueblo en Mali, tenemos el pelo `mota', los ladrones van en `cafua' de donde los saca `mongo'; en la cancha de fútbol usan una `bengala'; y hay muchas más palabras del lunfardo como `tongo', o habituales como `ganga', `bochinche', `milonga', `zamba' y `mandinga', del mismo origen".

Mora Cordeu


 

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