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Congo, siglos de despojo
Por (reenvÃo) Carolina Jemsby -
Wednesday, Jun. 27, 2007 at 5:13 AM
Los delitos contra el Congo se repiten siglo tras siglo. Hoy hay allà un gobierno corrupto y ávidas compañÃas transnacionales mantienen al paÃs en un estado de semicaos para poder seguir extrayendo los riquÃsimos minerales qua hay en su suelo al menor costo posible, sin consideración alguna a las vidas humanas. El tenebroso corazón del colonialismo late de modo tan repugnante hoy como hace cien años.
Carolina
Jemsby Los
delitos contra el Congo se
repiten siglo tras siglo. Hoy hay allí un gobierno corrupto
y
ávidas compañías transnacionales
mantienen al
país en un estado de semicaos para poder seguir extrayendo
los
riquísimos minerales qua hay en su suelo al menor costo
posible, sin consideración alguna a las vidas humanas. El
tenebroso corazón del colonialismo late de modo tan
repugnante
hoy como hace cien años. Hay
una piedra verde en mi
escritorio. Es una piedra de cobre, de la mina de Ruashi en
Kongo-Kinshasa. Cuando nadie veía me agaché
rápidamente
y me la metí en el bolsillo, después la
escondí
mejor y la saqué del país. Ahora resplandece
venenosa
en el medio de mi escritorio, denunciando siglos de despojo. A
primera vista, la mina Ruashi es un
hormiguero. Miles de seres humanos que cavan en una mina a cielo
abierto, que llevan con grandes esfuerzos pedazos de metal que
extraen de la arena plateada y verde brillante que cubre la zona. Parece
algo irreal.
Desde el borde superior se ve a los trabajadores mineros como
pequeños muñecos que tropiezan y avanzan a los
tumbos
con enormes bolsas con piedras de cobre, con pantalones cortos
gastadísimos y con ojotas deshechas. Damos una vuelta por el
borde para ver la mina en toda su extensión. Tropezamos, nos
resbalamos. Mis borceguíes reforzados para escalar
montañas
resbalan en algo más resbaladizo que el hielo. Me siento una
infeliz, deslizándome por la pendiente, recupero el
equilibrio
y puteo para mí misma mientras veo que al
fotógrafo le
pasa lo mismo y entonces sí tengo miedo, porque el fondo de
la
mina está a por lo menos 50 o 60 metros, pero se reincorpora
con su cuerpo y la cámara a salvo. –No
tenemos
ningún equipo de seguridad, nos dice, con amargura, Patrick,
35 años, que hace uno trabaja en la mina y nos relata de los
accidentes que se suceden uno tras otro. –Cada
semana
muere o se lastima alguno; necesitamos yelmos y overoles. Es
peligrosísimo trabajar así. Y ganamos poco. A
gatas si
cobramos, murmura con rabia. Alrededor
se
apresuran los trabajadores. Muchos son niños y llevan
enormes
bolsas pesadas sobre sus enjutas y pequeñas espaldas. Todos
los rostros están impregnados de polvo, un polvo brilloso
blanquiverdoso, de aspecto muy venenoso que se asienta alrededor de
la nariz y la boca. En
los caminos
alrededor de la mina transitan camiones permanentemente, que cargan
el cobre y desaparecen tan rápidamente como vinieron.
¿Adónde?
Nadie lo sabe con certeza. Pero fuera del país. De eso y
sólo
de eso se trata. La
República
Democrática del Congo es un país desangrado,
deshecho,
saqueado por Occidente desde hace más de un siglo.1
Las riquezas del país son enormes, tal vez sea la
región
de mayor riqueza minera del mundo entero. Es
repugnante ver
cómo los delitos contra el Congo se repiten. Jospeh Conrad
en
El corazón de las tinieblas describe el
saqueo del
marfil. Luego se dedicaron a saquear el caucho en condiciones
igualmente terroríficas. Hoy son diamantes, aceite, oro,
coltán, cobre y cantidad de otros minerales que atraen a
compañías mineras sin escrúpulos. Y
las
compañías hacen todo lo posible por mantener la
guerra
en el Congo y el desorden generalizado, que les permite aumentar los
precios. Imagínese
que usted es un director de una minera transnacional importante. Haga
usted lo que hiciere, su objetivo es siempre encontrar tanto metal
como sea posible al más bajo precio, factores que
harán
que tu compañía resulte la mayor y más
exitosa. Puede
resultar
éticamente problemático trabajar en el Congo,
pero aquí
están los mayores yacimientos del planeta de, por ejemplo,
coltán, un metal que se usa en celulares y del que no se
conoce otros yacimientos. Si
hay paz, no hay
más remedio que conseguir un costosa licencia para explotar
el
mineral, Además hay que pagar regalías al
gobierno y a
las autoridades locales y una parte de los metales hay que
purificarlos en el lugar, en el Congo. No se puede exportar
directamente el mineral en bruto, se necesita algún tipo de
inversión en el lugar. Todo esto, siguiendo las leyes
nacionales e internacionales, lo cual es complicado y costoso. Pero
si en cambio
rige un estado de conflicto de baja intensidad, todas las
legislaciones quedan fuera de juego. Y si se pone un importe adecuado
en una cuenta suiza del presidente, se compra una licencia de
explotación que te conceda un líder local o un
señor
de la guerra, es fácil ponerse a extraer el mineral. Y
cuesta
sólo una fracción de todo el procedimiento
“legal”
y no hay que costear inversiones locales. Todo se hace ilegalmente,
pero ¿quién controla? Ése
es, por
ejemplo, el concepto de éxito que tiene Lundin Minings,
empresa sueca, que está por cierto en la primera
línea
de “trabajo” dentro del Congo. La
guerra en el
Congo viene arreciando desde 1997. Se la ha denominado Primera Guerra
Mundial africana y parece haber hecho estallar todos los
límites
para la crueldad y la maldad humanas. La población civil
está
siendo permanentemente maltratada, perseguida, violada, mutilada y
aterrorizada desde hace casi una década.Ninguna guerra desde
fines de la Segunda Guerra Mundial ha aniquilado tantas vidas como la
del Congo, se estima que han muerto hasta ahora unos cinco millones
de seres humanos.2
Uno
siente que se
trata de una grosera reiteración de la historia. A fines del
siglo XIX, el Congo pertenecía al rey Leopoldo II, de
Bélgica
y durante su treinta años de “gobierno”
se estima que
entre tres y veinte millones [sic] de congoleses fueron asesinados.
Los sicarios de Leopoldo presentaban manos derechas seccionadas de
sus cuerpos para que se contaran los asesinados y recibir la
recompensa calculada sobre esas bases. Los congoleses sobrevivientes
fueron forzados a la esclavitud en los plantíos de caucho o
en
las construcciones ferroviarias y en caminos. Hoy
tiene lugar un
proceso de paz. Por primera vez en cuarenta años hay
elecciones en el país.3
Pero, irónicamente, la paz y la democracia están
amenazadas por las enormes riquezas del suelo y el subsuelo. Las
compañías mineras tienen muy escaso
interés en
un proceso de democratización. Un
ejemplo es la
empresa minera australiana Anvil Mining. Anvil Mining
proveyó
a soldados congoleses de camiones y aviones para llevar a cabo una
matanza y volverlos a sus sitios. Con ese operativo un centenar
aproximado de seres humanos fue masacrado a sangre fría. La
empresa también avitualló a los soldados durante
el
operativo. Ahora ha sido llevada a juicio. Lubumbashi
es una
ciudad pletórica de sedes de companías mineras
transnacionales y a su ingreso hay un enorme portal que da la
bienvenida a “la capital del cobre”. Como
en el Lejano
Oeste o en Disneylandia, como si se tratara de cavar y ponerse
contento, se hacen cruceros para ricachones en enormes camiones
blancos que desfilan por los pésimos caminos hasta que
resultan casi intransitables. Desde Lubumbashi a Zambia es corto el
camino y por lo tanto no es tan difícil llevarse por
allí
los metales fuera de frontera. A lo largo de las rutas se ven enormes
propagandas de camiones Volvo. Lundin Mining no es por cierto la
única empresa sueca que se aprovecha de la
situación en
el Congo. La
mina de Ruashi
queda apenas fuera de la ciudad. Yendo para allí, pasamos al
lado de mujeres que venden frutas a la orilla de las rutas, alguna
vende carbón para conseguir alguna extra. La pobreza en el
Congo es enorme y pocos son los que tienen la posibillidad de comer a
satisfacción cada día. –Ganamos
un par
de dólares diarios, nos diche Patrick en la mina. [Unos seis
pesos argentinos. Unos cincuenta uruguayos]. De
aquí
procede el bienestar occidental, pienso y contemplo los cuerpos que
se hacen trizas buscando afanosamente metales que aquí son
tan
baratos, con los cuales se hacen celulares baratísimos,
baratísimos anillos de matrimonio o diamantes.
¿Cuál
es la responsabilidad para los habitantes cualesquiera de los
países
enriquecidos? ¿Y cuánto derecho tenemos de
descargar la
responsabilidad sobre las empresas mineras que a su vez tiran tan
abajo los precios? Un
muchachito se
nos aproxima agitado. Jean-Jacques Lumumba tiene 13 años y
arrastra, tira y lucha para poder llevar consigo la bolsa cargada de
cobre a lo largo del camino. –No,
si no pesa
nada, nos dice. No pasa nada. El
polvo ha
coloreado su nariz de un blanquecino brillante y sus ojotas
están
destrozadas. –Mis
padres no
tienen trabajo, no tienen guita y yo quisiera estudiar,
verdaderamente, nos cuenta. Por eso va a la escuela de
mañana
y trabaja en la mina de tarde. Consigue dinero para los gastos
escolares, lapiceras, cuadernos de apuntes y libros. Serge
Kapend es
geólogo y está preocupado por el trabajo
infantil. Nos
acompaña hasta el lugar de extracción del
cobalto,
algunos kilómetros más adelante. Hay
cada vez más
niños que trabajan en las minas. A menudo son
huérfanos
que tienen que trabajar para sobrevivir. Son los que hacen los peores
trabajos, los más pesados, transportan las bolsas del pozo
hacia afuera, por ejemplo. Serge
es congoleño
y trabajó antes en distintas empresas multinacionales en
Lubumbashi. Al día de hoy se cambió de bando y
trabaja
para el sindicato minero, se hastió de ver y formar parte
del
saqueo. –Se
necesitan
mejores leyes respecto de la explotación de nuestras minas.
En
la situación actual, las normas se acomodan a lo que se
hace.
Quien gobierna localmente, o los señores de la guerra,
venden
el derecho a explotar un sitio, la empresa minera va a ese lugar,
extrae las riquezas y se marcha con el botín. El proceso da
algunas, muy transitorias, posibilidades de trabajo, pero los
recursos desaparecen para siempre del país. Uno
de los
objetivos del sindicato es el de poner en regla la
extracción
y retener una parte de las ganancias dentro del país, nos
explica un colega de Serge, Komichelo. –En
verdad,
habría que conseguir que las licencias sean otorgadas
exclusivamente por el gobierno. Hoy en día cualquiera que
tiene una Kalaschinov vende licencias para explotaciones mineras. –El
problema que
tenemos hoy en día es que las empresas procuran mantener en
pie los conflictos, porque ganan mucha plata con eso. Y mientras el
Congo hace todo lo posible por alcanzar la pacificación, hay
un actor muy poderoso que hace todo lo posible en sentido contrario,
continúa Komichelo. Alrededor
suyo
seres humanos se hunden en agujeros negros de cobalto. Ese metal, por
ejemplo, se usa en los auriculares de los
pequeñísimos
MP3. De
pronto estalla
el caos y se oyen voces airadas que hacen eco y salen del pozo mayor. –¡Una
mujer
en la mina! ¡Esto significa una desgracia! ¡Debe
ser una
bruja! ¡Mátenla! Algunos
de los
revoltosos son sujetados por los guardias que nos acompañan,
otros vuelven al trabajo. Yo me voy de allí de prisa. El
linchamiento en una mina congoleña pertenece a una de mis
pesadillas. El
MONUE, de la
ONU, tiene como cometido vigilar la llamada paz en el Congo.
Alexandre Essome es jefe de esa repartición en Lubumbashi.
Participará de las elecciones como observador y supervisor
de
la ONU. Su principal preocupación son las minas extranjeras
y
la presión extorsiva que ejercen sobre los
políticos
locales y los grupos armados. –¿Cómo
vamos a tener elecciones democráticas y como vamos a poder
soñar en alcanzar la paz cuando hay intereses tan poderosos
para que continúe la guerra? Las empresas mineras ganan
enormes ganancias gracias a la guerra, nos aclara. En
Lubumbashi. hay
todo un semillero de empresas mineras extranjeras. En el
ámbito
del desarrollo global que hoy impera no son sólo empresas
occidentales las que llevan delante el despojo; al lado de las
belgas, francesas, canadienses y australianas también las
hay
sudafricanas, libanesas, indias, israelíes y sobre todo,
chinas. Todas igualmente brutales en su rapiña. –Le
he escrito a
las autoridades y les he pedido que hagan algo, pero no hay
respuesta. Levanta
los hombros
en señal de impotencia. Su oficina está en un
barracón
en un descampado limitado por alambre de púa en Lubumbashi.
Los supervisores para las elecciones ya han llegado y se
están
entrenando en control de ejercicios democráticos. De alguna
manera hay una esperanza de paz y democracia en el Congo. Pero la
inmensa mayoría de los delitos desaparecen como en un
agujero
negro, de ceguera y olvido. Bajo responsabilidad
“occidental”. Sostengo
mi piedra
verde. Resplandece hermosamente, tengo en mi mano un pequeño
trozo del conflicto. Un signo bien concreto de mi culpa. Fui
rápida
para tomarla, la escondí con disimulo en mi equipaje y ahora
descansa en mi escritorio. Al lado de decenas de toneladas de
diamantes, oro y otro metales, testimonia el saqueo ininterrumpido
que tiene lugar en el Congo. Y testimonia nuestras culpas. Nota
aparecida en revista Futuros Nº
10, otoño 2007 *
“100 år av roffande”, Estocolmo, Ordfront, no
6/2006. Traducción
del sueco, notas al pie y adaptación del texto: LESF. Se han
eliminado del texto algunas referencias a elecciones que iban a tener
lugar en la República Democrática del Congo
(ex-Zaire) antes de la edición original. Se mantienen, en
cambio, las reflexiones que la autora expone desde su
condición de habitante “primermundiana”,
sobre la responsabilidad de los consumidores. 1 Mucho más, si
tenemos en cuenta el tráfico de esclavos antes del
colonialismo institucionalizado. 2 Pensemos en las
poblaciones incriminadas en cada caso y veremos cómo la
“Guerra en el Congo” es mucho peor que la peor de
las guerras mundiales. La 2GM cosechó 50 millones de
muertos, diez veces más que en el Congo. Lo hizo en 6
años, dos tercios del tiempo que lleva la matanza congolesa.
La 2GM abarcó la población de un total de estados
que tenían, aproximadamente, 1 500 millones de habitantes;
el Congo tiene 50 millones: en el Congo ha muerto, en
proporción, el triple. Si ponderamos el tiempo transcurrido,
igualmente, el Congo lleva cosechado el doble de muertos que la mayor
tragedia humana de todos los tiempos humanos. 3 Ya las hubo. En primera
vuelta a mediados de año y el 29 de octubre de 2006 la
segunda vuelta que confirmò en la presidencia al que
revistaba como tal, Joseph Kabila, hija de un viejo líder
guerrillero asesinado.Siglos
de despojo*
–Aquí
puede pasar cualquier cosa, si contás con el dinero
suficiente. Las minas son saqueadas, los interesados son incontables.
Hemos comparado la compra de metales y la importación de
armas: van juntas: cuanto más metales se embarcan hacia el
exterior, más armas entran de contrabando, sostiene
Alexandre.