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¿Qué quedó del Que Se Vayan Todos?
Por Ezequiel Adamovsky - Saturday, May. 17, 2003 at 11:00 AM

¿Qué quedó del Que Se Vayan Todos? Las elecciones en Argentina y el futuro del movimiento social

¿Qué quedó del Que Se Vayan Todos?
Las elecciones en Argentina y el futuro del movimiento social


Ezequiel Adamovsky


Después de las elecciones presidenciales, poco parece haber quedado de la extraordinaria rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 que forzó la renuncia del presidente De la Rúa y otros funcionarios al grito de “¡Que se vayan todos!” (QSVT). O al menos eso parece a simple vista: con Néstor Kirchner como nuevo presidente el peronismo retuvo el poder, la Corte Suprema sigue en su lugar, los banqueros se salieron con la suya, y la furia popular parece haberse retirado en gran medida de las calles, al ritmo de una economía estabilizada y en leve e inesperado ascenso. La elección presidencial logró movilizar la participación de la gran mayoría de la población, y el “voto bronca” –el rechazo a votar por ninguno de los candidatos mediante la abstención, la impugnación del voto o el voto en blanco–, que había anunciado la rebelión del 2001, parece haber quedado en el pasado. Más aún: aunque no lograron ganar la elección, los candidatos de la derecha represiva –Menem y López Murphy– se las arreglaron para obtener un importante caudal de votos en la primera vuelta.


Tal panorama, a primera vista desolador, está golpeando muy fuertemente en la moral de muchos militantes y activistas de los movimientos sociales. Algunos de mis compañeros de las Asambleas populares sienten que la sociedad nos ha “traicionado”, abandonándonos al primer atisbo de mejoría económica. En los otros movimientos también se escuchan voces similares de resentimiento, y se percibe la sensación de que todo, en última instancia, ha sido en vano. Nuestro querido y respetado Osvaldo Bayer incluso escribió un artículo lleno de amargura, en el que constata que la Argentina sigue estando dominada por el “hecho maldito” del peronismo. Desde los medios de comunicación (incluso los progresistas), se estimulan lecturas derrotistas: hasta Horacio Verbitsky, desde el matutino Página/12, se apuró a celebrar el fin del QSVT, y la vuelta de la normalidad institucional. Resuelta –supuestamente– la crisis de legitimidad abierta tras la caída de De la Rúa, los políticos y comunicadores oficiales respiraron aliviados por primera vez después de un año y medio, y se apresuraron a anunciar que la amenaza de las masas en las calles ha terminado. Incluso los medios internacionales aprovecharon los resultados de la elección para desautorizar a los activistas del movimiento de resistencia global que, como Naomi Klein, habían puesto a la Argentina como ejemplo de un nuevo tipo de política emancipatoria.

Y sin embargo, tanto el optimismo oficial (“todo ha terminado”) como el pesimismo de muchos de mis compañeros (“todo ha sido en vano”) me resultan demasiado prematuros. Mirando con ojos diferentes a los del poder, ni la crisis de legitimidad está completamente resuelta, ni el QSVT ha pasado sin dejar mayores efectos. De hecho, creo que el QSVT recién empieza, y ya ha logrado cambios de gran importancia.

¿De quién era el QSVT?

Pero para poder ver el asunto con otros ojos, es necesario analizar los sucesos en perspectiva histórica, y sincerar algún que otro malentendido.
Empecemos por el sinceramiento de la consigna QSVT. El hecho de que los nuevos movimientos sociales resultaran fortalecidos, o incluso nacieran, tras la rebelión del 19 y 20 de diciembre, llevó a muchos de nosotros a asumir, casi como una verdad indiscutible, que el QSVT nos pertenecía completamente. Los activistas piqueteros, asambleístas, etc. luchamos por apropiarnos de la legitimidad de la consigna QSVT, utilizándola para el desarrollo de nuestras propias luchas anticapitalistas. Durante el año y medio posterior al 19 y 20, nos presentamos como los representantes únicos e indiscutibles de aquellas históricas jornadas. “Somos nosotros”, se lee en las remeras que diseñaron los artistas del Taller Popular de Serigrafía, y que los activistas lucimos con orgullo por las calles de Buenos Aires.
Pero la realidad es que no todos los que participaron en la rebelión eran anticapitalistas. De hecho, diría que sólo una pequeña minoría lo era. Para la gran mayoría de los que tomaron las calles esos días, especialmente el 19, QSVT significaba un rechazo de la vieja política y de los dirigentes corruptos y, quizás, también del modelo económico neoliberal. Pero desde allí al anticapitalismo hay un gran trecho. Durante la rebelión, compartí las calles de mi barrio con miles de vecinos; sin embargo, la gran mayoría de ellos jamás se acercó a la Asamblea barrial que se formó poco después, ni mucho menos a alguno de los grupos piqueteros. No quiero decir con esto que el QSVT no nos pertenezca: por supuesto que “somos nosotros”. Pero no es menos cierto que también le pertenece, incluso en mayor medida, a la multitud anónima que, sin ser anticapitalista, también escribió esa historia. Lo que quiero decir con esto es que el éxito de la rebelión, los logros del QSVT, no pueden medirse por el éxito de los movimientos anticapitalistas que hemos sabido construir. No es justo, ni para nosotros los activistas, ni para el resto de los que participaron en las jornadas del 19 y 20, declarar que “todo fue en vano” sólo porque todavía no logramos construir un mundo no-capitalista, o al menos instalar formas de democracia directa en la gestión del estado argentino.
Y eso me lleva a la cuestión de la perspectiva histórica. Los tiempos del cambio social no se miden en términos de unos pocos años, y mucho menos por los resultados de una elección. Si caemos fácilmente en el desánimo por no ver resultados espectaculares e inmediatos, perderemos de antemano la batalla por abandono. Por tomar un ejemplo, después de la Revolución francesa de 1789 (no hace falta decirlo: un acontecimiento incomparablemente más profundo y radical que el 19 y 20), los franceses tardaron todavía 80 años en lograr un régimen republicano y democrático. A pesar de que la cabeza de Luis XVI rodó guillotinada por la multitud, los franceses todavía tuvieron que soportar tres reyes más y un dictador, y tomarse el trabajo de hacer otras dos revoluciones, para que finalmente se acabara la monarquía de forma definitiva. Existen muy pocos casos en la historia moderna en los que las elites políticas se hayan renovado totalmente en un abrir y cerrar de ojos: valga recordar que Boris Yeltsin, primer presidente de Rusia tras la caída del comunismo, había sido hasta poco tiempo atrás nada menos que miembro del Comité Central del Partido Comunista, y lo mismo vale para la mayor parte de la elite política post-soviética, tanto en Rusia como en otros países de Europa Oriental. Ni siquera luego de grandes revoluciones las cosas cambian totalmente de un día para el otro.


¿Que quedó del QSVT?

No traigo estos argumentos sólo para consolarme en la espera de próximos acontecimientos, sino para que podamos visualizar mejor los logros del QSVT (no del “nuestro”, sino del de todos) y el significado de las elecciones. De hecho, el 19 y 20 ya generó cambios muy importantes: en lo que a mí respecta, viene siendo una rebelión exitosa, y creo que sus efectos recién empiezan a sentirse.
Tomemos por ejemplo el plano económico. Aunque cueste creerlo, el motivo fundamental por el que la economía argentina no colapsó aún más profundamente, ni cayó en la vorágine de la hiperinflación (como predijo el FMI), sino que comenzó una temprana recuperación, somos nosotros. Ese es nuestro logro: no es ni del presidente provisional Duhalde, ni del ministro Lavagna. De haberse continuado con las políticas de “salida” de la crisis que recomendaban los empresarios y el FMI, y que comenzaron a implementar los ministros Machinea, López Murphy y Domingo Cavallo –en dos palabras, más ajuste y más represión–, la economía argentina estaría hoy mucho peor de lo que está. Fuimos nosotros los que forzamos a dejar de pagar la deuda externa, al menos por un tiempo. Fuimos nosotros los que pusimos más al descubierto a nivel mundial adónde conducen las políticas del FMI, y amenazamos con trastornar el orden social en toda la región, dándole así más margen de maniobra a Lavagna en sus negociaciones. Fuimos nosotros los que impedimos que la crisis se resolviera mediante la lógica del ajuste eterno, o de la hiperinflación. Fuimos nosotros los que forzamos al gobierno a reinstalar las retenciones a las exportaciones agrícolo-ganaderas, y dedicar mayores fondos a la ayuda social (que a su vez ayudaron al aumento del consumo interno, y a la vuelta parcial a la sustitución de importaciones). Fuimos nosotros los que logramos que el Congreso postergue las ejecuciones de las deudas de los pequeños y medianos productores quebrados, y los que conseguimos que se pesifiquen las deudas con los bancos. Fuimos nosotros los que conseguimos que la Corte Suprema, bajo temor de linchamiento, revirtiera el recorte compulsivo de salarios de Cavallo, y en alguna medida la pesificación forzosa de los depósitos de los ahorristas. Fuimos nosotros los que evitamos mayores vaciamientos de empresas mediante nuestro apoyo a la lucha sindical (caso Aerolineas Argentinas) o mediante la amenaza de la toma de fábricas y su puesta en funcionamiento bajo control obrero. Fue nuestra presencia –la amenaza constante del saqueo, del escrache, del éxodo, de la rebelión, de la ocupación, del piquete–, lo que logró evitar que la economía argentina cayera más profundamente. Como reconoció Lavagna frente a los empresarios, la “situación social” es el “telón de fondo” de todas sus políticas económicas: “La estabilidad social, la estabilidad política y en consecuencia la estabilidad económica están íntimamente ligadas a que podamos seguir con la política de contención, primero, y de mejoramiento de la situación social después. El que crea que se puede llevar adelante un plan económico sin mirar lo social se equivoca” (Clarín, 15/5/03). En suma, fueron nuestras luchas las que consiguieron que quedaran en suelo argentino y se redistribuyeran cuotas mayores del excedente social. Nosotros “sabemos” de economía mucho más que los economistas que pretenden darnos lecciones por TV.




En segundo lugar, también en el plano político el QSVT ya ha tenido un profundo impacto. Para empezar, no hay que olvidarlo, la rebelión derribó a dos presidentes, e impidió que otros personajes, como el infame Carlos Grosso, volvieran a la arena política. Las elecciones ratificaron en parte estos hechos: la UCR, una de las dos fuerzas políticas que vienen gobernando el país en los últimos 100 años, prácticamente desapareció (al menos por ahora). Este hecho solo ya tiene una gran importancia histórica, y abre un panorama político difícilmente predecible. Por otro lado, la otra fuerza principal, el peronismo, fue incapaz de cerrar filas, y posterga la definición de una división interna que amenaza con quitarle parte de su caudal de apoyo histórico. La aparente fuerza del peronismo en esta elección, sumados sus tres candidatos, esconde un problema irresuelto, y de dificil resolución. Además Carlos Menem, el presidente neoliberal que condujo al país por 10 años, durante los cuales armó toda una red mafiosa y clientelar, y que ganó toda elección a la que se presentó en su vida, debió renunciar a presentarse en el ballotage, donde según las encuestas habría sido derrotado por un abrumador porcentaje de entre el 70 y el 78%. La vergonzosa retirada del que alguna vez se presentó como un caudillo y macho cabrío significa, sin duda, su muerte política. Quizás consiga algún otro cargo en su provincia natal, o hacerse algún lugar en el poder legislativo nacional. Pero es esperable que no vuelva a lograr postularse a presidente en el futuro (al menos como candidato de los peronistas). Por último, las elecciones presidenciales abrieron el juego político a una serie de nuevas fuerzas y figuras, ninguna de las cuales cuenta con un apoyo abrumador de la población. Es de destacar que incluso el vocabulario político se ha transformado: candidatos como Elisa Carrió y el electo Néstor Kirchner se lanzaron discursivamente en defensa de la “igualdad”, un concepto que no resonaba en la alta política desde hacía décadas.
En suma, el reacomodamiento político luego del QSVT recién comienza, y es muy temprano para cualquier predicción.


El significado de la elección


Teniendo en cuenta todo lo anterior, no estoy de acuerdo con los que opinan que la crisis de legitimidad ya está cerrada, que el vendaval del 19 y 20 pasó sin dejar huellas, que la gente votó “por los mismos de siempre”, o que la sociedad se ha “derechizado”.
Empecemos por la pregunta: ¿Ganaron verdaderamente “los mismos de siempre”? Escucho frecuentemente a mis compañeros anticapitalistas decir, en referencia a los candidatos “del sistema”, que “son todos lo mismo”. Esto es y no es cierto. Por supuesto, por definición, ninguno de los candidatos “del sistema” quiere construir una sociedad no-capitalista: en eso son todos iguales. Pero esto no es más que una obviedad. Diferentes candidatos, y las diferentes medidas que vayan a adoptar, pueden afectar nuestras vidas de formas muy distintas. Por ejemplo, para mi situación económica como docente, y para el futuro de mis hijos (cuando los tenga) no es lo mismo un candidato como López Murphy, que cerraría todas las escuelas y Universidades si pudiera, que uno que tal vez dejara algunas abiertas. Para mi sentido de dignidad personal, no es lo mismo que gane Menem o que gane otro candidato que tenga exactamente el mismo programa y el mismo nivel de corrupción: me daría un poco menos de vergüenza si, al menos, no me gobierna el mismo tipo que ya empeoró mi vida en el pasado. Como activista, sé que la primera medida de gobierno de los dos candidatos mencionados habría sido aplastar la revuelta social sin piedad, al primer día de gobierno. El resto de los candidatos quizás (no lo sé) se demorarían un poco más, o reprimirían con menos saña: esa sutil distinción puede ser la diferencia entre la vida o la muerte para quienes participamos de acciones de desobediencia y resistencia callejeras. En este sentido, es bastante torpe tratar de convencer a los votantes de no votar por ninguno porque “todos son iguales”, sobre todo en un contexto en el que no existe una alternativa para votar más que los candidatos “del sistema”. La gente no los percibe como exactamente iguales, y tiene razón. En esto, como sucede a menudo, la gente común tuvo un análisis de la situación política mucho más sutil que el de muchos militantes.
Y aquí es donde acuerdo con los amigos del Nuevo Proyecto Histórico cuando dicen que la gente puso un voto “cínico” en esta elección. Con la excepción, quizás, de los que apoyaron a Menem, muy poca gente votó convencida, ni mucho menos entusiasmada. Simplemente votaron sin creer, al “menos peor”, y en gran medida impulsados por el miedo a que ganen los “más peores”. La gran afluencia de votantes el día de la elección no tuvo que ver con el entusiasmo de decidir verdaderamente, sino con el miedo a la vuelta de la derecha represiva. En este sentido, creo que este “voto cínico” y este “voto miedo” simplemente reemplazaron estratégicamente al “voto bronca” en un contexto en el que había un peligro real (Menem-Murphy), y ninguna opción creíble. En otras palabras, no creo que la crisis de representatividad de los políticos esté completamente cerrada sólo porque consiguieron hacer que la gente elija nuevos representantes. Y el voto de la población me resulta una decisión no sólo comprensible, sino incluso bastante inteligente. Permitir que ganaran Menem o López Murphy significaría la certeza de volver a las políticas económicas neoliberales más furiosas, y desatar la más terrible represión sobre el movimiento social: la gente decidió no permitirlo, y los activistas deberíamos estar agradecidos por eso.
Porque, además, ¿qué otra opción tenían, dentro del juego electoral? Votar a Carrió, quizás. Pero mucha gente parece haber percibido –creo que con razón– que Carrió no está preparada para llevar adelante el programa que ella misma propone: carece de apoyos en la mayor parte del país, y todavía no cuenta con un equipo de colaboradores preparado. Sobre el payaso Adolfo Rodríguez Sáa no hace falta abundar en detalles: es poco más que un aventurero, quizás el último representante del peronismo histórico. ¿La izquierda tradicional? La gente decidió darles la espalda una vez más (lo cual no quita que, en las próximas elecciones legislativas, seguramente les irá mejor). Personalmente, no culpo a los electores por esta decisión: no cabe ninguna duda, por ejemplo, de que la vida de la enorme mayoría de la población (incluyendo a los más pobres) empeoraría notablemente si Izquierda Unida gobernara hoy el país, o que los niveles de represión se harían intolerables si el Partido Obrero asumiera el poder (especialmente para los asambleístas, piqueteros, y anticapitalistas que nos negáramos a afiliarnos).
En el escenario de esta realidad, la gente optó por un voto “cínico” al peronista Kirchner. ¿Es este voto una “derechización” del electorado, o un voto por “los mismos de siempre”? No me lo parece. De hecho, Kirchner es percibido como una “cara nueva” que no tiene casos flagrantes de corrupción en su prontuario. Si bien pertenece al peronismo, su lenguaje y su estilo político se parecen mucho más al de los políticos “progresistas” de la última década. En lo respectivo a su programa económico, Kirchner significa para muchos la continuidad de Lavagna, es decir, de algo que se percibe como diferente del neoliberalismo furioso de sus predecesores. Y mucha gente debe recordar que, de hecho, Kirchner fue una de las pocas voces críticas del neoliberalismo durante la década menemista. Y como si esto fuera poco, se ocupó de hablar de volver a la “Argentina de la igualdad”, de la posibilidad de “cerrar la etapa histórica” que abrieron los militares en 1976, y de abrazar a Lula y al Mercosur. Incluso, el discurso que dió Kirchner el 14 de mayo, cuando se conoció la renuncia de Menem a competir en el ballotage, contiene la retórica más “izquierdista” que se haya oido de boca de un presidente Argentino en décadas. Su ataque a “los intereses de grupos y sectores del poder económico que se beneficiaron con privilegios inadmisibles durante la década pasada, al amparo de un modelo de especulación financiera y subordinación política”, que “compraron la política”, “corrompieron a los dirigentes” y “arruinaron la vida de los ciudadanos”, contrasta fuertemente con la obsecuencia del discurso menemista, el servilismo del período De la Rúa, e incluso la cautela de Duhalde. No es casual que los representantes de las corporaciones económicas nacionales e internacionales (especialmente las privatizadas y las intereses financieros) estén francamente preocupados por la victoria de Kirchner.

Por supuesto, todo esto puede ser mero discurso, y Kirchner puede transformarse en el peor neoliberal al día siguiente de su asunción, como sucedió con Menem y De la Rúa. Lo que quiero destacar es que el electorado votó verdaderamente por el que parece “menos peor”, y por el que parece una cara nueva, dentro de la oferta realmente existente. Respecto de la últimas dos elecciones presidenciales (las de Menem y De la Rúa) el electorado no sólo no se derechizó, sino que votó obstinadamente por un candidato que parece representar un cambio en sentido progresista. Esto es especialmente valorable si lo ponemos en perspectiva histórica: en situaciones de catástrofe nacional, ha sido una conducta electoral muy común en muchos países el volcarse hacia algún lider que prometa “mano dura”, “unidad nacional(ista)” y disciplina. Hace 30 años, la clase media argentina no habría vacilado en salir a apoyar un golpe militar que restaure el orden. Y sin embargo, en las últimas elecciones los candidatos de la extrema derecha obtuvieron procentajes insignificantes (compárese con los resultados alarmantes que obtienen los fascistas de Le Pen en Francia, o el Partido Nacional Británico, en sociedades que tienen muchos menos problemas que nosotros). El hecho de que la población haya votado en sentido inverso en una situación tan difícil, y haya bloqueado la opción abiertamente represiva y la criminalización de la protesta social, es otro de los resultados del 19 y 20 digno de apreciar.



Avances del movimiento social desde el 19 y 20


De hecho, es en el plano social, y no en el político, donde el 19 y 20 muestra sus mayores logros. La rebelión comenzó, como se recuerda, en el momento en que el gobierno declaró el Estado de Sitio para reprimir a los pobres que saqueaban comercios en las afueras de varias ciudades. El hecho de que, en ese momento, la clase media empobrecida se identificara en cierta medida con la suerte de los más humildes y los desocupados, y saliera a exigir la renuncia del presidente, es sin duda uno de los datos más reveladores de aquellas jornadas (especialmente si se tiene en cuenta que, en los saqueos de 1989, la reacción de la clase media había sido exactamente la contraria). Desde el 19 y 20 se abrieron múltiples canales de contacto interclase, especialmente a través de la alianza Asambleas/piqueteros/fábricas recuperadas. A pesar de que la simpatía de la clase media por los piqueteros hoy parece estar disminuyendo, el vínculo de solidaridad simbolizado en la consigna “Piquete y cacerola, la lucha es una sola” ha conseguido impedir hasta ahora la criminalización de los movimientos de desocupados.


Pero más allá de este hecho, de por sí muy importante, el año y medio posterior al 19 y 20 ha sido extraordinariamente rico en el desarrollo de nuevas ideas y experiencias políticas radicales. “Nuestro” QSVT (me refiero al QSVT anticapitalista) floreció especialmente en el plano social, como no podía ser de otra manera. La rebelión instaló definitivamente una nueva cultura radical, ausente en las tradiciones políticas del pasado argentino. Esta cultura ha demostrado una enorme vitalidad, especialmente si uno tiene en cuenta que debió desarrollarse en el fuego cruzado de la represión estatal/mediática y los ataques permanentes de la izquierda tradicional.


Esta nueva cultura se refleja tanto en las ideas, como en las formas de organización y de lucha que adoptan los nuevos movimientos sociales. La diversidad de experiencias es enorme, y probablemente cualquier síntesis sea poco representativa. Creo, sin embargo, que lo característico de esta nueva cultura podría resumirse en tres elementos: horizontalidad, multiplicidad, y autonomía. Horizontalidad refiere al intento de crear formas de organización en las que no existan jerarquías permanentes, es decir, diferencias fijas y “duras” entre dirigentes y dirigidos, representantes y representados. En términos prácticos, esto significa formas de funcionamiento asamblearias, y un esfuerzo permanente por socializar las responsabilidades y los saberes entre todos. Multiplicidad quiere decir buscar la unidad en la diversidad; significa no sólo aceptar las diferencias, sino estimularlas, en la creencia de que cuanto más variado sea un movimiento, más fuerza tendrá. En términos prácticos, esto significa el rechazo de las identidades y los “programas” fijos y rígidos, de los “sujetos privilegiados” y las “verdades reveladas”, y la búsqueda de consensos a la medida de cada situación y de cada grupo. Por último, por “autonomía” me refiero al esfuerzo por ampliar la capacidad de autodeterminarse y por crear espacios en donde podamos vivir de acuerdo a nuestras propias reglas. En términos prácticos, esto significa un cambio en la estrategia política, que ya no está exclusivamente centrada en la “toma del poder”, sino en el desarrollo de un “contrapoder”.
El origen de estas ideas/prácticas es variado. En el plano de las ideas, han tenido gran impacto la experiencia de los zapatistas, y autores como Antonio Negri y John Holloway, entre otros. Diferentes publicaciones y colectivos de acción y/o de pensamiento crítico han contribuido a la circulación de estos saberes; entre otros, Nuevo Proyecto Histórico, Colectivo Situaciones, El Rodaballo, Autodeterminación y Libertad, Intergalactika, Socialismo Libertario, las Rondas de Pensamiento Autónomo, los rosarinos de Grado Cero, etc., junto con una cantidad de intelectuales “solitarios”. Pero fundamentalmente, las características de esta nueva cultura nacen de la práctica, y de los fracasos del pasado. Por ejemplo, ya las primeras organizaciones de desocupados (los llamados “piqueteros”), a mediados de la década del ’90, venian desarrollando espontáneamente formas asamblearias. El movimiento Asambleario surgido del 19 y 20 en varias ciudades argentinas adoptó formas similares, también espontáneamente. Las políticas autónomas también venían floreciendo en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MoCaSE), en el Movimiento de Trabajadores Desocupados de La Matanza, y en las organizaciones de desocupados que confluyeron en el MTD “Anibal Verón”, y más tarde en la Coordinadora de Organizaciones Populares Autónomas (COPA), entre otros. Muchos de estos grupos desarrollaron proyectos de producción y distribución alternativos, basados en reglas no-capitalistas. El fenómeno de las fábricas bajo control obrero –que ya cuenta más de 200 plantas ocupadas y puestas a trabajar por los propios trabajadores– participa también en alguna medida de esta cultura, del mismo modo que experiencias de sindicatos radicales, como el de cadetes y mensajeros (SIMeCa). Por otro lado, los colectivos de comunicación alternativa como Indymedia y otros, y los de arte político –Ardearte, Etcétera, Grupo de Arte Callejero, etc.– e innumerables bandas de música y murgas “compañeras”, forman parte en gran medida de esta renovación del pensamiento, los “sentimientos”, y las prácticas anticapitalistas. No todos estos movimientos surgieron luego del 19 y 20; pero la rebelión de esos días contribuyó a que todos nos encontráramos, comenzáramos a forjar una identidad en común, y a tejer redes de apoyo, solidaridad, y acción que son cada vez más sólidas.
Es muy fácil perder de vista la enorme importancia de todos estos fenómenos para quienes estamos todos los días sumergidos en esta realidad, y sería realmente una lástima si el resultado de una elección nos hace perder de vista todo lo que hemos hecho. De nuevo aquí, la perspectiva histórica es fundamental. Existen muy pocos antecedentes, por ejemplo, de un movimiento de desocupados de la magnitud del movimiento piquetero, capaz de movilizar a miles de personas en acciones directas de altísimo nivel de confrontación y efectividad. El descubrimiento de los piqueteros –que la interrupción de la circulación de mercancías es el punto vulnerable de un sistema que ha aprendido a domesticar las luchas sindicales– abrió todo un horizonte de posibilidades para los movimientos sociales. Otro descubrimiento similar es el de las fábricas recuperadas, que nos enseñaron que los obreros pueden hacer algo contra la movilidad irrestricta del capital (hoy aquí, mañana en Indonesia, etc.), que condena a los trabajadores al desempleo forzado. Ocupando las plantas y sus maquinarias, los trabajadores pueden impedir los vaciamientos, y demostrar que, de hecho, no necesitamos propietarios ni gerentes para mantener la economía funcionando: ¡que se vayan ellos también, si quieren! Dicen los que saben que en un acontecimiento tan importante como el Mayo francés (1968), sólo hubo una fábrica recuperada. Y no creo que haya muchos antecedentes de un estado forzado, al menos temporalmente, a expropiar las fábricas a sus dueños y ponerlas en manos de los trabajadores, ni de miles de personas defendiendo del desalojo a fábricas recuperada (Brukman y Zanón) en una batalla campal con la policía, tal como ha sucedido en Argentina. Las Asambleas populares, ese maravilloso experimento de democracia directa, tampoco es algo que deba pasarse por alto, como si fueran parte del paisaje natural. En fin, todas las cosas que venimos haciendo en este año y medio desde el 19 y 20 son extraordinarias por donde se las mire, y abren nuevos horizontes de lucha y construcción de nuevas relaciones sociales. La leyenda de las Asambleas, los piqueteros y las fábricas recuperadas ha dado la vuelta al mundo, inspirando a movimientos sociales de muchos rincones del planeta. Nadie puede decir, sólo por los resultados de una elección, que la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 pasó sin dejar huellas. ¿Y quién puede predecir las marcas que dejará todavía en el futuro?
No: nuestros tiempos no son los de la política electoral. Dejemos que los periodistas y los políticos canten victoria y anuncien nuestra muerte. Pero no perdamos de vista que recién estamos naciendo, y que tenemos motivos de sobra para estar satisfechos y orgullosos de lo que hemos hecho en este tiempo. Por más que la prensa intente “ningunearnos”, venimos siendo los protagonistas centrales de la política nacional.


Superando limitaciones: del autonomismo ingenuo a la efectividad política

Pero claro, nuestro orgullo y satisfacción bien ganados no deben cerrar nuestros ojos ante las muchas cosas que nos falta hacer, los problemas y debilidades que tenemos, y las empresas en las que hemos fracasado. Una de las asignaturas pendientes es la de la coordinación de los diferentes movimientos sociales, es decir, la de encontrar la manera de dotar a las redes que venimos tejiendo de una solidez y capacidad de articulación mayores. En el movimiento asambleario hemos realizado varios experimentos importantes en ese sentido, como el “Piquete Urbano”, o los Encuentros de Asambleas autónomas. También los piqueteros y el movimiento de fábricas recuperadas ensaya formas de coordinación. Pero en general siguen siendo demasiado vulnerables y poco efectivas. Es cierto que debimos luchar permanentemente contra las manipulaciones de los partidos de izquierda, y que ello, por triste que resulte reconocerlo, se llevó buena parte de nuestra energía. Pero también es cierto que la incapacidad de encontrar estructuras de coordinación más efectivas es una limitación propia que debemos reconocer. En ese terreno nos queda mucho por pensar, ensayar, e inventar.


Otra debilidad, quizás más importante, es que estamos perdiendo nuestros canales de contacto con la realidad del común de la gente. Existe el peligro de que terminemos viviendo en nuestra propia burbuja de activismo radical, si no cambiamos rápidamente de dirección y dejamos de ocuparnos de temas y de hablar con palabras que sólo se refieren a nosotros mismos. Hacer política radical no consiste en pelearse para ver quién es más bolchevique, sino en saber escuchar y escucharse, y avanzar siempre al paso del movimiento del conjunto de la sociedad (o al menos de porciones significativas de ella). El fracaso de nuestra estrategia para las elecciones –el boycott activo– es un buen ejemplo de aquel peligro. Desde varias asambleas, grupos piqueteros y algunos partidos como el Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS) o Autodeterminación y Libertad, hicimos campaña para que la gente no concurriera a votar, o impugnara su voto, y planeamos acciones de desobediencia callejera para el día de la elección. Pero, como es sabido, el porcentaje de los que nos acompañaron fue ínfimo, y en las acciones no participaron ni siquiera los activistas de siempre. Quizás cuando diseñamos esa estrategia, cuyo objetivo era deslegitimar al próximo gobierno, no estuvo del todo mal pensada: unos meses antes de la elección Menem tenía un porcentaje moderado en las encuestas, y los medios todavía no habían inventado la amenaza de López Murphy. Pero desde que ambos datos entraron a escena, poco antes de la votación, el panorama político cambió bruscamente. Para la gente, con justa razón, ya no daba lo mismo quien ganara, y desde los movimientos sociales no tuvimos la capacidad de verlo a tiempo. Conclusión: el día de la elección quedamos solos y aislados de la población. Y, lo que es peor, no quedamos solos pero con una estrategia correcta (que bien puede pasar), sino solos en el error: la gente no politizada supo más de política ese día que nosotros. Por supuesto, no quiero decir que, en lugar del boycott, debiéramos haber hecho campaña para Kirchner (no hace falta aclararlo, pero siempre hay alguien que entiende lo que quiere). Pero, por ejemplo, podríamos haber dejado que cada uno votara a quien quisiera, mientras nos ocupábamos de reforzar el “cinismo” de ese voto mediante una campaña de burla y descrédito a la elección en su conjunto. En otras palabras, no pedirle a la gente que se abstenga de votar, sino reforzar la sensación de que, en realidad, ningún político nos representa (ni siquiera cuando los votamos, en esas puestas en escena vacías de sentido que llamamos “elecciones”). Este error que en mi opinión cometimos no es gravísimo, y es cierto que tenemos derecho a equivocarnos; pero es un paso en falso que debemos intentar no repetir. Si nos aislan, o nos autoaislamos de resto de la sociedad, no sólo no avanzaremos en nuestro camino, sino que con toda seguridad terminarán barriendo con nosotros.



Por último, creo que tenemos otra debilidad que es necesario superar, y que se relaciona con las dos anteriores. Un poco como reacción contra la política estatista de la vieja izquierda –que en su afán por “tomar el poder” muchas veces termina creando partidos/estado a veces más autoritarios que el propio estado capitalista– muchas secciones del movimiento social argentino vienen desarrollándose en una línea de autonomismo que me parece un poco ingenua. En alguna jornada de reflexión escuché a un asambleísta, por ejemplo, decir que la autonomía pasa por crear microemprendimientos productivos, y desligarnos totalmente del estado en una especie de “sociedad paralela”. Sin duda esto es importante, pero no creo que la emancipación pase sólo por aprender a fabricar nuestros propios dulces en conserva, ni simplemente por crear formas de defensa contra los ataques del estado. Ya en el siglo XIX los socialistas Fourieristas e Icarianos, por ejemplo, se dedicaron a fundar cientos de comunidades paralelas (los llamados “falansterios”), capaces de autosustentarse en todo sentido (producción, educación, leyes propias, etc.). Muchas de estas comunidades llegaron a agrupar a varios cientos de personas, incluso miles, y algunas duraron tanto como 70 u 80 años. Pero invariablemente terminaron disolviéndose, no por la represión estatal, sino bajo la presión del capitalismo: los hijos o nietos de sus fundadores simplemente prefirieron irse al “mundo exterior”. De más está decir que el capitalismo del siglo XXI impone todavía muchas más restricciones y presiones que el de hace 150 años. La estrategia de la “sociedad paralela” (por lo menos así entendida), es hoy inviable.
Por eso, creo que esfundamental comprender que la verdadera autonomía se pelea todo a lo largo de la sociedad (incluyendo el estado). Aclaro de nuevo aquí, para que no haya malentendidos: creo que la construcción de autonomía, lo que algunos llaman “contrapoder”, tiene que ser el horizonte fundamental de nuestra táctica política. Pero para cambiar el mundo tenemos que encontrar la forma de desapoderar el estado, y reemplazarlo por otra forma de relacion social. Las asambleas de barrio, las fábricas autogestionadas, los microemprendimientos no capitalistas son fundamentales. Pero una sociedad nueva no se sostiene sólo con eso.
Sabemos lo que no queremos: no queremos que la democracia se reduzca a elegir candidatos cada cuatro años como quien elige un cepillo de dientes en el supermercado. No queremos la partidocracia ni el parlamentarismo actuales. No queremos líderes iluminados, ni “representantes” que nos quiten nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos. No queremos delegar poder en un compañero, para que con el tiempo ese compañero lo acumule y se transforme en otro mandón más. No queremos burocracias sindicales, ni los partidos jerárquicos y autoritarios de la vieja izquierda.
Cuando nos encontramos en las calles y descubrimos las formas de funcionamiento asamblearias y de coordinación en red, nos aferramos a ellas como a un pequeño tesoro. Las defendimos todo este tiempo con uñas y dientes contra los que querían arrebatárnoslas o vaciarlas de contenido. Y está muy bien que lo hayamos hecho, y que lo sigamos haciendo, porque es la base sin la cual nunca avanzaremos en el camino de la emancipación. Pero es importante que sepamos que con eso solo no alcanza. Nos falta pensar y experimentar formas efectivas y realistas de gestión de lo social a gran escala. Nos falta encontrar la forma de vincularnos a la política estatal, e incluso a la electoral, sin que ellas nos terminen absorbiendo. Creo que ésta es la pregunta del millón, no sólo en Argentina, sino en muchos otros países, donde la protesta social y el activismo están más vivos que nunca (como en Italia, Francia o España, e incluso EEUU y Canadá), y sin embargo, en el plano de la alta política, parece que no pasara nada. Vamos por el buen camino, y desde el 19 y 20 hemos caminado un largo trecho; pero quizás haya que reconocer que estamos mucho más atrás de lo que pensábamos, y que nos falta mucho por inventar. Un anticapitalismo efectivo no puede quedarse en la denuncia permanente, o en la mera crítica testimonial: es necesario que desarrollemos alternativas posibles, que tengan sentido para las personas comunes (y no sólo para nosotros los activistas) sin por ello perder su radicalidad.

Hoy el régimen social en argentina comienza a estabilizarse, después del cataclismo de diciembre de 2001. La rebelión del 19 y 20 nos mostró que la gente esta dispuesta a salir a la calle y derribar un gobierno, y que sabe cómo hacerlo. No creo que la tarea del momento sea explicarle a los demás que vivimos en un mundo injusto, dominado por explotadores que están deteriorando nuestras vidas y el planeta a ritmos cada vez más acelerados, mientras nos condenan a la represión y la guerra permanentes. Eso lo siente, en mayor o menor medida, casi todo el mundo. Pero nadie va a saltar por ello al vacío, por más graves que sean los cataclismos que vengan: necesitamos pasar de la crítica y la resistencia, a la construcción de alternativas deseables y posibles para seres humanos de carne y hueso, y de tácticas políticas viables para hacerlas realidad.
Durante el año y medio que siguió al 19 y 20, desde el rincón del planeta que habitamos, nuestro grito atravesó el mundo y consiguió expandir el horizonte de lo posible. Ojalá hoy estemos a la altura de las tareas que nos esperan.







Con el corazón en un edificio arrebatado a un
banco, cerca del Cid Campeador,
Ciudad de Buenos Aires, 17 mayo de 2003.

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Interesante Artículo Cecilia Monday, Nov. 24, 2003 at 11:04 AM
gracias gabriel Monday, Nov. 17, 2003 at 2:10 PM
excelente articulo NF Tuesday, May. 27, 2003 at 10:04 AM
Quienes somos y de que sirve el QSVT Franco Wednesday, May. 21, 2003 at 2:54 AM
Me interesa contactarte Augusto Monday, May. 19, 2003 at 12:18 AM
YA MURIO, ¿COMO SE REVIVE? MARTIN Saturday, May. 17, 2003 at 2:47 PM
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