El Comando cercado; 180 policías rodeando todo el microcentro; agentes de civil; chicos desatados; punteros del partido de gobierno; cárceles preparadas para alojar gente. Todo estaba listo para -justamente- lo que pasó.
El clima de tensión comenzó a construirse días antes del 24 de marzo, cuando el gobierno neuquino decidió cercar y poner cámaras de vigilancia en el Comando de la VI Brigada de Montaña.
Se preveía que –como todos los años- algunos jóvenes podrían descargar su furia contra ese edificio, que fue cabecera de las maniobras represivas del gobierno de facto, y desde donde se operó la inteligencia que –salvo que alguien lo desmienta oficialmente- siguió funcionando aún en democracia.
Tal vez por eso, la jueza federal Carolina Pandolfi ordenó al Ejecutivo provincial “resguardar los bienes del comando y las personas” (Qué bueno hubiera sido que durante el régimen militar, algún juez o jueza haya emitido una orden similar a favor de alguno de los 30 mil detenidos desaparecidos, ¿no?)
Ya llegada la noche, la tensión aumentó cuando quienes llegaban a la marcha veían que la ciudad estaba realmente “politarizada“. Como nunca, habían grupos especiales en lugares en los jamás pasó nada en las marchas del 24. El Banco Nación, el Banco Provincia, entre otros.
Estos policías no sólo estaban pertrechados hasta los dientes, sino que además tenían perros, otro hecho para nada común.
Aunque el secretario de Seguridad de la provincia, Guillermo Pellini, lo desmienta, el operativo policial fue mayor al de otras oportunidades. El funcionario -que sabe poco y nada de lo que pasó anoche- dijo que habían 80. Pero su jefe policial, Juan Carlos Lepén, aseguró que eran 160. Lo que no queda claro es si la cuenta incluyó a los policías de civil que -otro dato inusual- poblaron el centro de la ciudad con autos sin identificación.
Estos policías detuvieron gente. Subieron personas a autos sin identificar. Es un dato que conforman decenas de manifestantes.
Luego de que el grupo de entre 20 y 40 inadaptados comenzara a arrojar piedras contra el batallón, la policía persiguió al grupo y llamó la atención que los corriera hacia donde se estaba desarrollando el acto. Los encapuchados y enmascarados se alejaban pero insistentemente regresaban a metros del acto principal, corridos por las fuerzas de seguridad del Comando. ¿La policía, con lo “profesionales” que dice Pellini que son, no pudo haberlos dispersados hacia algunas de las diagonales?
No sólo no lo hicieron, sino que los repelieron hacia el monumento, lugar donde habían unas 10 mil personas.
También llamó la atención que entre los identificados como anarquistas, algunos de esos chicos fueran reconocidos como militantes del partido de gobierno, lo que no quiere decir que el partido esté detrás de esto.
Esos pibes no pudieron ser convencidos ni por la gente del grupo de apoyo a Madres, ni por militantes de organismos políticos y sociales, ni por los ceramistas, ni por nadie de quienes quisieron entablar un diálogo con ellos, advirtiéndoles del riesgo al que sometían a miles de personas.
Luego de la represión, y cuando todo se fue de madre, aparecieron otros datos singulares: en las unidades de detención 11 y 16 de mujeres, habían reservado lugar para los detenidos de esa noche. Es por eso que opinamos que la crónica no era anunciada: estaba escrita de antemano.
Si fuéramos paranoicos, diríamos que hasta se dio la coincidencia de que el fiscal de turno, era un ex afiliado al MPN. Pero Di Maggio coincidiría con nosotros que eso es demasiado.