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Villa 20: la vieja costumbre de matar adolescentes
Por reenvío Anred - Wednesday, Aug. 20, 2014 at 5:08 PM

La versión oficial es la siguiente: el jueves 7 de agosto robaron un Volkswagen Surán en Barracas. El auto apareció una hora más tarde en la entrada de Villa 20, en Lugano, con cuatro adolescentes arriba. La policía dice que hubo un enfrentamiento con miembros de la división robos y hurtos. Los sobrevivientes, que fue una masacre. Por Sebastián Hacher / Cosecha Roja. Por ANRED - C (redaccion@anred.org)

Cerca de las nueve de la noche se escucharon frenadas y una balacera en el cruce de Fonrouge y Barros Paso. Los vecinos –en voz baja, pidiendo anonimato- dicen que el coche estaba abandonado con la llave puesta. Que el que lo había robado lo abandonó a entrada la villa y que un pibe se subió a bardear con sus amigos. Que lo manejó durante cien metros y descubrió que un auto con policías de civil estaba detrás de él. Que fue el primero en intentar escapar. Que la policía lo corrió a balazos y le dieron cuatro veces. Que sobrevivió porque le abrieron la puerta de un rancho. Que mucho más tarde, cuando lo llevaron al hospital, la policía lo detuvo. Anoche le dieron el alta, aunque con tres balas adentro del cuerpo. Se llama Fabián, tiene 17 años y vino de chico desde Paraguay. Le dicen “Mahú” porque hú, en guaraní, significa negro, contó a Cosecha Roja Alejandro Moya, su padrastro.

Brian, de 19 años, murió en el asiento del acompañante. Era boliviano, le decían “Papu” y se crió junto a Fabián. “Papá, papá, le dispararon a Papu”, gritó la hija de Alejandro Moya. Fue al primero que hirieron: el tiro le entró por la cabeza y agonizó en la camioneta. La familia dice que lo mataron a corta distancia: que el que apretó el gatillo subió al asiento del conductor y disparó desde ahí. También cuenta que tardaron en encontrarlo: fueron a los centros de salud y no estaba. Cuando volvieron a Lugano, descubrieron que seguía adentro de la camioneta. “Ese es mi hijo”, dijo el papá. La policía le tapó la cabeza con la capucha. “Lo habían dejado solo ahí, no nos dejaron acercarnos”, dijo. Brian murió cerca de las 10 de la mañana del día siguiente, en el Hospital Piñero.

Jonathan tenía 17 años, iba al colegio secundario Homero Manzi en Pompeya y pintaba murales. Rosa, la hermana, contó a Cosecha Roja que había ido a comprar pollo con la cuñada. Le dijo “perá, que saludo a los chicos”, caminó 50 metros hasta el lavadero y se quedó con los pibes. Después se subió a la camioneta. Hicieron cien metros y empezó la persecución que duró una cuadra. La versión de la familia es que cuando arrancó la balacera, Jonathan bajó del auto y levantó los brazos. “Acá estoy, acá estoy”, dijo. Los vecinos dicen que dos balas le rozaron la cabeza. “Se dio cuenta de que lo iban a matar y corrió”, dijo Rosa. El tercer tiro entró por la espalda y le perforó un pulmón. Murió sobre la calle Pola, buscando refugio en los pasillos de la villa. El pollo que había comprado, cuentan los testigos, quedó en el auto.En la puerta de la casa los amigos armaron un santuario y un fogón: “No vamos a salir, estamos de luto”, le dicen a Rosa cuando se asoma para darles algo para tomar.

El cuarto adolescente es el único que salió ileso: está detenido en Marcos Paz y se lo acusa de robo, resistencia a la autoridad y enfrentamiento. Cumplió 18 años hace poco. Aquella noche la mamá lo buscó por todos lados y no lo encontraba. “A mi hijo lo van a desaparecer”, cuentan que gritaba. Finalmente supo que estaba preso.“A Matías lo esposaron, lo pusieron al lado de Brian y le dijeron: ´mirá cómo se muere tu amigo´”, contó Rosa. La última noticia es que se había negado a declarar y que se descompensó cuando se enteró de que habían muerto Brian y Jonathan.

La causa está en el Juzgado de Menores 2, en manos de María Martha Halperín. Hasta el momento, los familiares de los adolescentes muertos no fueron aceptados como parte del expediente. “Hay tres cámaras en el lugar. Queremos ver esa filmación”, dijo la hermana de uno de los chicos.

La sombra del killer

La voz de alarma la dio el diario Tiempo Argentino. Los vecinos, señaló la publicación, dijeron que la noche de la balacera en la zona estaba el exsargento Rubén “Percha” Solares, a esta altura una especie de leyenda urbana. Percha supo reinar en los pasillos de Villa 20 hasta 2004, donde solía andar vestido de civil, igual que los policías que balearon a los adolescentes el 7 de agosto. Desde fines de los 90 fue un ícono de la llamada limpieza social. Se lo señala como el autor de varios fusilamientos de pibes que no encajaban en el esquema de ilegalidades y negocios que, decían los vecinos, él regenteaba. Los que siguen sus pasos desde hace más de una década opinan que es poco probable que el exsargento haya estado en Villa 20 aquel jueves. Lo que perdura es el estilo.

En febrero de 2002 los familiares de Daniel Barbosa y Marcelo Acosta, ambos de 17 años de edad, denunciaron que Percha estaba detrás de asesinato de ambos. Según denunció la madre de Daniel, el entonces sargento ya había amenazado a los chicos. Los cadáveres –uno con un tiro en un ojo, el otro con una bala en una tetilla- aparecieron con una percha de madera entre sus ropas. Para la justicia se trató de un elemento sin importancia. Para los familiares, de una firma de autor. La madre de Daniel quiso aportar cuatro testigos que escucharon que los chicos imploraban por su vida. La justicia envió a una agente de la Policía Federal a hacer inteligencia. Nadie, luego de esa visita, quiso declarar.

Algo similar pasó con Gabriel Omar “Pipi” Álvarez, de 21 años, vecino de Villa 20. Apareció con un tiro en cada brazo y otro en la cabeza. La familia señaló a Percha como el verdugo. A los curas del barrio les quedó grabada una imagen: el sargento de la Federal apareció en el entierro con actitud desafiante. Los párrocos tuvieron que intervenir para evitar una nueva masacre. Ningún testigo se animó a declarar.

En todos los casos, los familiares describen situaciones similares: regenteo de robos en la zona por parte de la brigada, hostigamiento cuando los jóvenes rompían la disciplina policial, fusilamientos sumarios y escenas del crimen fraguadas.

La única que logró llevarlo ante la justicia fue Evarista del Valle Vera, la madre de Lucas Roldán, un limpiavidrios asesinado en Lugano en marzo de 2003. Lucas era casi ciego. Lo encontraron al volante de un auto, con un arma y un kilo de cocaína debajo del asiento. Lo habían matado de cuatro tiros. La versión policial era inverosímil: dijeron que Lucas disparaba mientras manejaba y que la actuación policial había sido heroica. Las declaraciones de Pecha y sus compañeros se contradijeron entre sí. Los peritos llegaron al lugar varias horas después de la muerte de Lucas, que además de no saber manejar estaba borracho. Evarista logró llevarlos a juicio primero en 2008 y luego en 2013. Al que apretó el gatillo le dieron catorce años. A Percha, tres por encubrimiento agravado.

El método y el territorio

El 8 de julio de 2009 mataron a Kiki Lezcano, de 17 años y a Ezequiel Blanco, de 25. Kiki era adicto al paco y había tenido problemas con un policía apodado “El Indio”, al que mucho señalaban como el sucesor de Percha en la Brigada. En Febrero de 2009, el Indio fue a casa de Kiki y le dijo a la madre. “Cuídelo a su hijo. Le puede pasar algo malo”. Un mes después, policías de civil lo molieron a golpes. Lo rescataron las vecinas del barrio. Dos semanas más tarde apareció en un pasillo con el rostro desfigurado. El 25 de Abril de 2009, Angélica presentó una denuncia por resguardo de persona en el juzgado de Menores Nro 5.

El 7 de Julio, el Indio y otro policía de civil lo volvieron a interceptar.

- Una vez te salvaste- le dijeron- dos no.

El día después lo mataron junto a Ezequiel Blanco. La versión oficial es que quisieron robarle la camioneta al agente de la Policía Federal Daniel Santiago Veyga y que el policía se defendió a tiros. Alguien filmó la agonía de los dos adolescentes y le hizo llegar el video a la familia. En la imagen se ve a Ezequiel muerto, con dos tiros en el entrecejo. Kiki todavía respira. El camarógrafo rie. “Hacé arrancar la camioneta, putito”, dice. Un rato más tarde agrega: “Llamemos a una ambulancia, por las dudas”.

El policía que hizo los disparos declaró por escrito y fue absuelto enseguida. El cadáver de Ezequiel Blanco fue identificado por la policía el 13 de Julio, pero su familia no fue notificada. Los cuerpos fueron encontrados recién dos meses más tarde, el 14 de setiembre.

Las similitudes con los casos que se le atribuyen a Percha y con la balacera del jueves pasado abundan y no necesitan mayor ilustración. No significa –aunque es materia de investigación- que él haya estado ahí de cuerpo presente. El exsargento dejó de patrullar Villa 20 cuando su historia obtuvo cierta repercusión mediática en 2004. En 2006 le abrieron un sumario por el crimen del limpiavidrios y a principios de 2010 lo pasaron a retiro. Tiene diabetes y quienes lo vieron en el último juicio lo notaron demacrado. Si su fantasma sigue rondando los pasillos de Villa 20 es porque los métodos que aplicó siguen vigentes y encuentran terreno fértil.

El 11 de agosto, cuatro días después de la última balacera, la ley 1770 cumplió nueve años. La norma obliga al gobierno porteño a urbanizar Villa 20. Nunca se cumplió. Parte del terreno destinado a la construcción de viviendas era un cementerio de autos. Desde marzo, allí se erige el barrio Papa Francisco: una toma que por la que fue detenido el puntero macrista Marcelo Chancalay. La ocupación tiene nueve hectáreas. Parte del reparto de lotes se definió a tiros. Sus pasillos angostos son el caldo de cultivo para que los salieris de Percha sigan jalando el gatillo.

Colaboró: Julia Muriel Dominzain

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