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Los mapuches no vinieron de Chile
Por Adrián Moyano / En estos días - Monday, Jan. 08, 2018 at 2:49 PM

# VIOLENTO ES EL ESTADO

Un repaso por la historia contraría las versiones sobre las que se sustentan argumentos contrarios a los reclamos territoriales. Y sobre los que el Gobierno nacional pivotea su estrategia de construcción del enemigo interno. El Pacto de Quilín y el nacimiento de la Argentina.

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07/01/2018

Hacia 1770, la Argentina no estaba en los planes de nadie. Por entonces, ni siquiera el Virreinato del Río de la Plata tenía existencia formal. Los españoles que residían en Buenos Aires desconocían el país que se extendía del otro lado del río Salado y no tenían demasiadas intenciones de aventurarse más allá. La convivencia con las distintas expresiones del pueblo mapuche no sólo era consecuencia del equilibrio militar, sino también de los tratados que las autoridades coloniales habían celebrado con algunos de los loncos. Al parecer, las primeras “paces” se acordaron en 1734 aunque hasta el momento, el texto no se pudo recuperar. Hacia 1742 se llegó a otro acuerdo que estableció como “lindero” entre las posesiones españolas y los grupos mapuches libres “el Saladillo”. En aquellos tratados, Buenos Aires reconocía en forma implícita y a veces explícita, la independencia y la soberanía mapuche allende el curso de agua, aunque en los papeles se refiriera a “pampas”, “puelches” o “aucas”, como resultado del embrollo étnico en el que acostumbraron a enredarse los españoles del Río de la Plata.

En octubre de aquel año, partió una expedición al mando de Juan Hernández, con el ánimo de castigar “indios teguelches”. La columna no se conformó exclusivamente con tropas coloniales, ya que acompañaron a los bonaerenses treces loncos con su gente de pelea. Según las anotaciones del oficial real, fueron Lepin Naguel, Lican Naguel, Caulla Mantu, Calfingere, Epullanca, Alcaluan, Tanamanque, Cadupani, Guente Naguel, Lepiguala, Pallaguala y Guayquibilu 1. Si se soslaya la ortografía, puede advertirse que todas son identificaciones en mapuzungun, es decir, el “habla de la tierra” o idioma mapuche.

La participación de aquellos loncos como parte de la “entrada” seguramente obedecía a razones propias, pero también se explicaba porque unos meses antes habían celebrado un tratado con Buenos Aires a través del sargento mayor Manuel Pinazo. Como resultado, los “pampas” y “aucaces” no podían “pasar el límite de la frontera, y si así lo hicieran previo permiso, debían seguir el camino de las Salinas, que llegaba a Luján y en número no mayor de seis, siendo siempre custodiados por uno o dos soldados” 2. Según entendieron las dos partes, el acuerdo implicaba reciprocidad.

Aquellos “aucaces” habían sido atacados por “teguelches” que seguían el liderazgo de los loncos Flamenco y Guayquitipay, quienes no habían ingresado al acuerdo. Más allá de las anotaciones “a la española”, se observa claramente que el nombre del segundo proviene de Waiki Tripay, que significa “sale la lanza”. Quiere decir que más allá de las confusiones en las identificaciones, había mapuches en los dos bandos.

Formar parte de una comunidad

Quizá sea necesario recapitular sobre las palabras en mapuzungun que aparecen en el diario de Hernández para la mejor comprensión de los acontecimientos. Cuando consulté a Pablo Cañumil al escribir mi libro sobre Inakayal, explicó que chewülche es la persona que forma parte de un grupo, sea “un pueblo o un lof” (noción mapuche de comunidad). De ese vocablo derivó la imposición étnica tehuelche, chehuelche o chegulche porque en realidad, hasta el siglo XIX ningún pueblo se llamó a sí mismo de esa forma. Un recorrido más o menos similar hizo la palabra awkache, que se utilizaba antiguamente para designar a una persona que no formaba parte de comunidad alguna. Imponer la voz chewülche para designar a un pueblo fue una operación wingka, porque los aludidos se llamaban a sí mismos gününa küna o bien, aonik enk. En el mundo mapuche, cualquier persona que formara parte de una comunidad podía considerarse chewülche. Para sumar a la confusión de los colonialistas, en mapuzungun existe el vocablo chewel, de pronunciación muy parecida. En este caso, significa elegante, no “arisco”, como generalmente se traduce. Un chewel kawel es un caballo brioso o elegante… Y una persona chewelche es alguien de gran aspecto o buena presencia, siempre según el kümelchefe (profesor) Cañumil.

Esa disparidad en los significados que mal entendieron los españoles, hizo que un mismo lonco apareciera como auca, tehuelche o pampa, según el autor del diario o de los cambios de la coyuntura política. Para Hernández, sus compañeros de travesía eran “aucaces” aunque esa expresión nunca fue válida al interior del universo mapuche para designar a una parcialidad o identidad territorial determinada.

Prestadme un baquiano

A cinco días de su partida desde las posesiones cristianas, la expedición de castigo comenzó a encontrar tolderías y humaredas de aviso. El subordinado del todavía gobernador Vertiz imponía de nombres a los ríos y elevaciones que encontraba a su paso, quiere decir que hasta entonces (¡1770!) el conocimiento que habían acumulado los colonizadores sobre la actual provincia de Buenos Aires era nulo más allá del río Salado. Después de la Guardia del Luján (Mercedes), todo fue novedad.

Antes de arribar a Sierra de la Ventana, nueve días después de iniciar la marcha, los milicianos presenciaron el recibimiento ceremonial que le prodigaron los jinetes que tenían como loncos a Linkon y Alkaluan, otras dos autoridades mapuches. Para seguir con su avance, Hernández dependió de baquianos de los anfitriones, porque el suyo desconocía en absoluto aquellos campos. Según las informaciones, los adversarios tenían su morada en la margen norte del río Colorado, donde erigían 42 toldos.

Al dar con las famosos “teguelches”, el jefe wingka dio una orden significativa: “repartir entre los indios las divisas que para este fin llevaba, y así a cada indio de los de bolas (boleadoras) se le dio banda blanca de platilla pura para que se pusiesen como turbante, y los de lanza se les dio para que pusiesen en ellas como bandera, y de esta suerte fuesen conocidos de nosotros (los soldados) en la refriega”. La precaución indica que a simple vista, era difícil distinguir a los “pampas” amigos de los “teguelches” enemigos. De los invasores…

Después de un primer encontronazo que no dio los resultados que los atacantes esperaban, tuvo lugar un segundo hecho de armas. Antes, se produjo otro hecho llamativo: “al mandarlo poner en ejecución el comandante, se llegaron a él los caciques amigos y le suplicaron no diese orden de hacer fuego a nuestra gente, después de cercados los toldos, hasta que ellos avisasen, porque querían sacar muchos parientes y amigos que estaban en dichos toldos”. Ante esa insólita precaución queda claro que aquellos pampas, aucas o tehuelches no formaban parte de pueblos distintos, sino de agrupaciones mapuches cuyas relaciones con Buenos Aires eran de alianza o enemistad, según el momento. Las razones por las cuales diversas parcialidades mapuches podían llegar a enfrentarse militarmente hay que buscarlas en los pliegues más íntimos de su historia y en los vínculos entre los diversos linajes.

Ningún regalo de reyes

Entre el 5 y el 6 de enero de 1641, se celebró entre el gobernador de Chile y unos 70 loncos el Pacto de Quilín, por el cual la corona española reconoció como frontera entre sus posesiones y las mapuches libres el río Biobío. Quiere decir que desde entonces, la jurisdicción del Reino de Chile se agotó en aquel curso de agua. Desde allí al sur, sólo los enclaves solitarios de Valdiva y Chiloé prosperaron bajo la enseña roja y gualda. El resto de aquella geografía permaneció bajo soberanía mapuche hasta los avances paulatinos que la República de Chile impulsó en el siglo XIX, con trágico final en 1881.

En 1810, la iniciarse el proceso que terminó con la edificación del Estado argentino siete décadas más tarde, aquellos “linderos” y fronteras que separaban las posesiones españolas de las mapuches y gününa küna, pasaban muy cerca de Buenos Aires y Junín (provincia de Buenos Aires), Melincué (Santa Fe), Río Cuarto (Córdoba), Fuerte de Las Pulgas (Mercedes - San Luis) y San Carlos (Mendoza). Salvo la lejana y solitaria Carmen de Patagones, jamás hubo presencia española institucional y continua al sur de esa línea. El cuadro de situación no sólo era así de hecho sino también de derecho, por la existencia de múltiples tratados que tenían vigencia al 25 de mayo de 1810. Para España, aquellos acuerdos formaban parte del derecho de gentes, es decir, el derecho internacional. Las Provincias Unidas primero, la Confederación Argentina después y la República por último, continuaron con la práctica de celebrar tratados con los distintos loncos principales, inclusive hasta tres años antes de la Campaña al Desierto. Era mandato constitucional: el artículo 67 inciso 15 de la Constitución de 1853 ordenaba “proveer a la seguridad de las fronteras; conservar el trato pacifico con los indios, y promover la conversión de ellos al catolicismo”. Desde esta perspectiva, la ofensiva que ideó y encabezó Julio Roca fue inconstitucional. El senador Aristóbulo del Valle levantó su voz en repetidas oportunidades contra las violaciones a la ley que consumaba el propio Estado. Aquel artículo se perdió después de la reforma constitucional de 1994.

Al referirse a “fronteras” y a preservar “el trato pacífico con los indios”, los convencionales que se reunieron en Santa Fe reconocieron no tan implícitamente que la jurisdicción de la República Argentina era distinta a la que se instituyó después de la conquista militar de Pampa y Patagonia. Y que más allá de aquellas líneas de fortines, cuya seguridad había que “proveer”, residían otras entidades soberanas, distintas a las nacionales.

Fuera de la ley, el Estado

Los mapuches no vinieron de Chile. Después la celebración del Pacto de Quilín, su límite sur se fijó en el Biobío. Y la Argentina en términos históricos, es una construcción relativamente reciente que tiene bastante menos de 200 años. Que las incursiones españolas rioplatenses se toparan con una multitud de tolderías mapuches 40 años antes –como mínimo- de la Revolución de Mayo y a unos días de marcha desde Buenos Aires, cuestiona la idea según la cual, la totalidad de la jurisdicción argentina de hoy se heredó de la corona española. Falso.

“Los mapuches son un grupo de extrema violencia”, afirmó la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, cuando concurrió al Senado al explicar la actuación de la Gendarmería durante el operativo que le costó la vida a Santiago Maldonado. A raíz de su investidura, no hay que concederle a la funcionaria la indulgencia de la ignorancia: la ministra miente. El mapuche es un pueblo, no un grupo… Los derechos de los pueblos son distintos a los que puedan poseer los grupos. Los pueblos tienen derecho a la libre determinación, concepto que reconocen el Convenio 169 de la OIT (Ley 24.071 en la Argentina) y la Declaración de Derechos de los Pueblos Indígenas de la ONU, que también suscribió el país. No es el mapuche un pueblo de “extrema violencia” y el reconocimiento de preexistencia tiene estatus constitucional (artículo 75 inciso 17). Como desde 1879 en adelante, desde 2017 hasta ahora mismo es el Estado el que viola la ley.

1 “Diario que el capitán D. Juan Antonio Hernández ha hecho, de la expedición contra los indios tegüelches, en el gobierno del señor D. Juan José de Vertiz, gobernador y capitán general de estas provincias del Río de la Plata, en 1ro de octubre de 1770”. En De Angelis, Pedro (1969): “Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata”. Tomo IV. Buenos Aires. Editorial Plus Ultra.

2 Comando General del Ejército. Dirección de Estudios Históricos (1973). “Política seguida con el aborigen (1750-1819)”. Buenos Aires. Círculo Militar. Biblioteca del Oficial.

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