Argentina Centro de Medios Independientes (( i ))


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La Paz, una semana después...
Por sebastian hacher ((i)) - Wednesday, Feb. 19, 2003 at 5:08 PM
sebastian@indymedia.org

Quedan siempre imágenes en el tintero. Las que quedan grabadas en la cámara y las que quedan grabadas en el corazón.

Volvamos por un momento a la Plaza Murillo del 12 de Febrero; vale la pena recorrer los lugares que son escenario de la historia.

Los estudiantes del colegio Ayacucho ya encendieron la mecha y la explosión está por llegar. Una hora antes, armados con piedras y palos, llegaron hasta la puerta del Palacio de Gobierno. Era un grupo de adolescentes que -lejos del carácter de "vandálicos" que le asignaron luego los medios- son muy parecidos a los jóvenes que hoy veo jugando al carnaval en la calle. Llegan gritando contra su director, pero pronto dirigen su bronca contra el gobierno

Se enfrentan con la guardia presidencial, son dispersados con gases y comienza una pequeña escaramuza. Llegan los militares; los colorados vienen con frazadas, y se forman cantando el Himno. La policía militar, soldados regulares y conscriptos toman posición ocupando la mitad de la plaza. Hay armas de guerra; ametralladoras livianas, fusiles FAL y muchísima munición.

Se producen las primeras escaramuzas; vuelan gases cruzados, casi sin sentido. Un nutrido grupo de manifestantes, ya no los jóvenes estudiantes sino improvisados pobladores, está ubicado en la otra mitad de la Plaza. Nosotros estamos entre los militares, esquivando sus gases y los de la policía. Todavía no hay intercambios de disparos.

Cuando dan las 12:30 llegan al Palacio de Gobierno los mediadores de la APDH, logrando un primer acercamiento entre el gobierno, la policía y los militares, en el que participa el líder del levantamiento policial, el mayor Vargas. En un primer momento parece que están a punto de lograr un acuerdo, y tanto policías como militares ordenan el repliegue de las tropas.


La posibilidad de un acuerdo naufraga rápidamente; con gases lacrimógenos y balines primero y luego directamente con munición de guerra, comienza un nuevo enfrentamiento. Los mediadores van primero a la casa de gobierno y luego dan un rodeo de varias cuadras para entrar al cuartel del GES (Grupo Especial de Seguridad) a escasos 100 metros del Palacio.

En la calle ya somos cientos de personas. Se me traba la cámara manual, y en un intento de cambiar el rollo olvido seguir pateando gases; uno que viene de lleno me deja fuera de combate (ese combate general que es registrar la historia). Conozco todos los métodos posibles para calmar el gas; crema de menta, humo de cigarrillo, un poco de jugo en un vasito.

Cuando logro abrir los ojos, la policía y el GES están frente a frente. Yo estoy contra la pared, sentado en el piso, en el medio de tres filas de militares. No es un lugar simpático, sobre todo por que tengo una ristra de balas en el cara. Me paro. "Queremos armas" parecen cantar los policías. "Vení que te las vamos a dar" responde irónicamente un soldado.

Atrás del cordón de la Policía Militar forman los conscriptos; están nerviosos, lo mismo que su comandante, que increpa a uno para que saque el dedo del gatillo. Enfoco a dos policías militares para una foto; uno me mira y agita su fusil como señal de estar listo para el combate. Me parece obsceno, pero igual disparo tres veces.


Desde el cuartel del GES allí se comanda otro intento de mediación, que toma algunas horas. El acuerdo parece estar por llegar, y una comisión negociadora sale nuevamente con rumbo al gobierno. Traspasan el cordón y sienten nuevos tiros; esta vez intentan barrerlos con fuego de ametralladora, y con disparos de varios francotiradores. Dos policías caen muertos, y el enfrentamiento recrudece nuevamente.

Un grupo de policías rompe a tiros la puerta que separa el cuartel de policía con la cancillería; los miembros de la APDH se refugian allí, luego de que varios policías los rescaten de la balacera. Sacha Llorenti, el presidente de la Asamblea, se comunica con el Ministro de Defensa, Freddy Teodovich, el mismo que había ofrecido garantías para que se traslade la comisión. Le dice que sea honesto, que le diga si tiene el control, si no hay nada oscuro detrás

-Espero que no, responde el ministro.

Nosotros estamos sobre la entrada lateral del Palacio, donde se han congregado cientos de personas. Primero eran algunos curiosos y mujeres de policías que gritaban "camaradas, amotinarse" a un cordón de unos cincuenta soldados. Atrás, un batallón de soldados regulares está cuerpo a tierra y con las primeras ráfagas de ametralladora se van metiendo en el Palacio caminando como si fuera una selva. Un compañero de Canal 5 cae herido.
Una mujer grita fuera de sí; que estos solados no son bolivianos, que se vaya a la frontera, que les den los fusiles para tirar al gobierno. Alguien les pregunta cuantos de ellos son de apellido Quispe o Mamani, y que por qué no entienden de que lado tienen que estar. Los miliquitos tienen cara de consternados; la mayoría no debe tener mas de 19 años.

Aproximadamente a las 16 horas, el presidente y los ministros escapan de la casa de gobierno. El presidente sale en una ambulancia, disfrazado de médico, para escapar de la furia popular. El próximo intento de negociación es pactado en un lugar extraño; la nunciatura, una sede diplomática del papado romano. A esa altura, miles de personas se plantan frente al cordón, y la noticia de la huida del presidente cambia el humor; ninguna ambulancia es bien recibida.

Cuando los conscriptos retroceden para replegarse con los otros soldados, la multitud toma fuerza y avanza. Los mas aventurados atrapan a algunos militares y los desarman a golpes. Una pequeña unidad de policías que avanzan alentados por la multitud son los destinatarios de los fusiles; la consigna "armas para el pueblo" que coreaban los manifestantes festejando su trofeo dura apenas unos minutos. Nos tiran gases; vamos para El Prado.

Hay algunas barricadas de piedra y un poco de fuego. En las gradas, unas doscientas personas improvisan una asamblea. Hay gente que sigue su vida normal, y cientos de personas se aglutinan en las esquinas para ver desde lejos. Me siento, le pido a un lustrabotas encapuchado que me lustre los zapatos. No se por qué usa capucha, pero la lustrada es una buena excusa para hablar con alguien de cualquier cosa y salir un poco de toda esa tensión. No llega a terminar; lo invitamos con un cigarro y le explicamos que no nos gustan los zapatos brillantes.

Volvemos. El ministerio de trabajo está asediado por mas de un millar de personas. Alguien entra y comienza a tirar cosas por la ventana para alimentar una fogata. Aparecen dos policías con fusiles; hablan con la multitud, piden que dejen salir a la gente que está adentro. Son escenas confusas, que no llego a registrar, pero finalmente los empleados salen desesperados, y la multitud se adueña del edificio. Los policías se van en un taxi; la multitud los rodea y pide armas nuevamente. Hay mucha confusión; caen cosas por la ventana, y alguien rompe un quiosco, que es repuesto por la misma gente. Nadie deja que alguien robe.

Nos vamos para El Prado otra vez. Llegan los universitarios. Fusil, metralla, el pueblo no se calla, y vamos compañeros que la lucha es dura pero triunfaremos. A la Casa Rosada, grita alguien; la sede del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario.

El gobierno ya había anunciado la suspensión del impuesto, pero ya la tensión no bajaría hasta la tarde del jueves.

Fuego en la sede del MNR; una fogata que llega hasta los cables de electricidad, los vecinos que se preocupan por una posible explosión. Y ahora a la casa del MIR, "sopa de pollo", como le dicen ahora.

Llegamos; la puerta no cede, y grupos de jóvenes piden que nadie filme ni saque fotos. Lo hacemos, salvo por un estúpido que quiere seguir filmando. Un grupo de jóvenes los quiere linchar, y nos ofrecemos para mediar.

Hablamos con los camarógrafos, hasta un grupo mas decidido piensa que lo mejor es sacarnos los rollos a todos. Pedimos hablar y en una improvisada asamblea explicamos porque nuestras cámaras son del pueblo y por qué respetamos su derecho a no ser filmados. Algunos colegas prefieren correr; no es un día para ser tibios.

Nos vamos con la multitud; hay mucho material por publicar, mucho por pensar y una mezcla de excitación y cansancio que nos dejará toda la noche sin dormir. El sol está cayendo y la ciudad se vuelve un caos; los edificios siguen ardiendo, los canales de televisión se unen en cadena -algunos cortan la trasmisión- y la ola de rumores amenaza con ahogarnos. Bolivia estaba estallando.

Después vendría un jueves de movilización y francotiradores. Y ahora, apenas una semana después, quieren convencer al pueblo que con un cambio de ministros alcanza para borrar lo que la gente en las calles abrió. No creo que puedan hacerlo.

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