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Magistratrucha
Por Luis Bruschtein, Página/12 - Saturday, Aug. 19, 2017 at 9:51 PM

19 de agosto de 2017 | La primera movida de Cambiemos después de ganar en 2015 fue avanzar sobre la Magistratura. La primera después de las elecciones recientes fue igual: avanzó sobre la Magistratura para aprobar el juicio político al juez Eduardo Freiler. Las dos veces la maniobra fue denunciada al mismo juez, Enrique Lavié Pico. El juez cajoneó la denuncia contra Cambiemos de 2015 y en la otra falló velozmente para perjudicar al kirchnerismo. Y la Corte retrasó la jura de un reemplazo para darle tiempo al macrismo. La primera operación del macrismo después de las elecciones ha sido enviar una fuerte señal a los jueces y fiscales que molesten al gobierno. Sin independencia de poderes, con las corporaciones mediáticas oficialistas y los servicios de inteligencia a su disposición, más el poder económico, el país es una cancha inclinada que siempre favorece a los mismos jugadores. Y en la suma del poder público más toda la maquinaria mediática y uniforme se configura un sistema al que la ex presidenta Cristina Kirchner definió, sin exageración de opositora, como una democracia en “estado de emergencia”.

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Después de cada ciclo de reformas, llegó un ciclo reaccionario. Así fue tras el gobierno de Irigoyen, así fue después del 55 y en el 76. Fueron golpes militares, pero de partida tuvieron un masivo respaldo civil. Sin ese respaldo, era difícil que los golpes se hicieran efectivos. El discurso violento de la oposición, el trabajo de zapa de los grandes medios de cada época –todos golpistas y la mayoría de derecha–, pudieron romper la defensa de los beneficios objetivos que la sociedad logró en cada uno de esos ciclos. En Argentina esos ciclos no estuvieron protagonizados por fuerzas socialdemócratas, como sucedió en otros países, sino por grandes movimientos nacionales y populares que surgieron de afluentes diversos.

La derecha siempre dice que es democrática. Todos los golpes se hacen en defensa de la democracia, la moral y la república. El discurso moralista, democrático y republicano siempre fue usado por la derecha para deponer a gobiernos populares acusándolos de autoritarios y así instalar en su reemplazo gobiernos realmente autoritarios, y lo de republicanos te la debo. La fase de reformas que implicó el kirchnerismo generó también un campo fuertemente reaccionario. La tradición de los movimientos populares del siglo pasado implicaba también formas de manejo del poder político con las que trataban de equilibrar la concentración del poder económico y las resistencias de los sectores privilegiados. El kirchnerismo evitó con bastante éxito esos mecanismos. Desde el punto de vista histórico puede ser importante que esta vez la derecha no llegó al gobierno por un golpe militar sino por una elección. Pero de todas maneras lo que la sigue definiendo es su papel como fuerza de rechazo a los procesos de cambio reales introducidos por gobiernos populares. Cada vez que reemplazó a los gobiernos que criticaba, fue más autoritaria y, al mismo tiempo, su acción de gobierno se centró en tratar de deshacer los progresos que se habían alcanzado en el ciclo anterior. El programa de cualquier gobierno se reconoce en su gestión. El verdadero programa de todos los gobiernos de derecha que reemplazaron a gobiernos populares, consistió en medidas de gobierno antinacionales y antipopulares y siempre fueron más autoritarios y menos respetuosos del republicanismo.

No es nuevo ese fenómeno y la derecha ha demostrado que no es más democrática ni republicana que los gobiernos populares. La pregunta es por qué ese discurso que se repite en la historia es capaz de penetrar construcciones que vuelcan un fuerte beneficio real sobre la sociedad.

El discurso republicano ya no parece tan importante cuando consiguen el gobierno. Toda la maniobra irregular y oportunista que acaba de realizar el macrismo en la Magistratura no provoca indignación entre sus seguidores. El presidente Mauricio Macri los felicitó y el diputado Juan Pablo Tonelli, representante de Cambiemos en la Magistratura, dijo que los kirchneristas “se quedaron dormidos”. La manipulación de la carga de votos, el domingo pasado, que dio lugar a que el público viera que el perdedor festejaba como si hubiera ganado, fue calificada por Margarita Stolbizer como “una picardía”. Tampoco el discurso de la moral aparece entre las prioridades: los seguidores del macrismo encuentran justificaciones inverosímiles para los Panamá Papers y para todos los escándalos de corrupción que ha tenido este gobierno en tan poco tiempo. La paradoja se acentúa porque es el principal argumento que se escucha para explicar el aluvión de votos que tuvo Elisa Carrió en la CABA. Carrió misma, en el pasado, denunció con dureza a Mauricio Macri y dejó de hacerlo cuando se convirtió en su aliado. Los que la votaron no advierten o niegan esa contradicción tan evidente.

El proceso plagado de irregularidades contra Milagro Sala, con la designación de jueces parciales del partido radical, familiares del gobierno, además de fiscales especiales y testigos comprados que ahora trabajan en el gobierno de Gerardo Morales, todo esa maquinaria antirepublicana no afecta al voto de Cambiemos. Es cierto que todo el mundo decía que iba a ganar por mucha diferencia y que no fue así. Pero gran parte del voto de 2015 se mantuvo fiel a este gobernador cesarista que ha sido denunciado por los organismos de derechos humanos de la OEA y la ONU por atropellar los derechos humanos y la independencia del Poder Judicial. Ni siquiera la desaparición forzada de Santiago Maldonado, como símbolo más descarnado de terrorismo de Estado impactó en el voto supuestamente moral y republicanista de Cambiemos.

Para el votante de Cambiemos, el voto al kirchnerismo es de clase subordinada, es voto del rebaño. Pero su voto personal es calificado, un voto del que sabe porque tiene información. Para ese voto es lo mismo Milagro Sala que Cristina Kirchner, no hace diferencia, pero sus votos funcionan para diferenciarlos de ellas. Para ellos, el discurso republicano, moral y democrático funciona en un solo sentido: es legítimo que el universo kirchnerista reciba el azote del autoritarismo, de la falsa moral y lo antirepublicano.

La conclusión es evidente: si ese discurso funciona en un solo sentido, se trata de un discurso falso, pour la galerie, o para tranquilizar la conciencia, o para tapar un programa vergonzante, que es el verdadero. La oposición al kirchnerismo no surge públicamente como oposición a las medidas populares como la AUH, las paritarias, la nacionalización de los trenes, del agua, de Aerolíneas o de YPF, del PROCREAR, el PROGRESAR o Conectar Igualdad, entre otros. Surge con un discurso moral, republicano y democrático. Sin embargo, cuando asume, se dedica a deshacer el entramado de beneficios populares y para hacerlo recurre a formas autoritarias, como las que quedaron a la vista esta semana en la manipulación de la carga de votos, en el asalto a la Magistratura y en el sadismo seudojudicial contra Milagro Sala. Llegamos así a cuál es la verdadera esencia de la derecha. Siempre ha sido así.

El debate que se abre no apunta tanto al carácter más o menos democrático de la derecha, sino a los motivos para que ese discurso, que ha sido históricamente desmentido, mantenga esa capacidad de penetración. En esos climas hay una gran diferenciación por grupo social. La mayoría de los sectores humildes tienden a defender lo que han conseguido. Hay otra porción que históricamente es conservadora, incluso en niveles humildes y capas medias. Y en el medio hay una masa fluctuante que es la que define el curso de acción. Los procesos de cambio, de movilidad social, generan mucha inquietud en grupos que se consideran amenazados por esos movimientos así como por la descompresión en las comunidades que caracteriza esos periodos y que genera inseguridad sin presencia policial masiva y sin discurso represivo ni de orden estricto, además se derriban tabúes sociales y en general hay una disciplina social que se rompe para transformarse. Aparte de errores tácticos del kirchnerismo, de las cosas que quedaron por hacer y del déficit para promover su propia continuidad con nuevos liderazgos, el discurso de la derecha penetra por varias de esas fisuras generadas por su propio desempeño.

Todos los factores de poder están alineados de un solo lado. La única defensa que tienen los trabajadores y los sectores populares en general es la confluencia en grandes consensos que permitan equilibrar un poco la balanza a partir de lograr el control del Estado. Aún así esos gobiernos populares deben gobernar con semejante contra. Perder en ese juego es una posibilidad real, pero también es un pecado porque la reconstrucción siempre es más difícil desde el llano y después de una derrota. En ese cuadro, el resultado del domingo no dio ventajas a nadie. Cambiemos no creció en votos, aunque se pudo consolidar como fuerza. Y Cristina Kirchner también pudo consolidar su figura en el marco de un peronismo que no mostró ningún otro liderazgo importante y que en conjunto y con sus aliados sigue siendo la otra mitad del país y la única fuerza de oposición real.

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