Julio López
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Sábado 31de diciembre de 2005 | QUEMA DE MUÑECOS, UNA TRADICION PLATENSE
La Fiesta de Todos/as

Como cada 31 de diciembre, después del festejo familiar, en la ciudad de La Plata arderán esta noche miles de coloridos muñecos, en un rito que año a año se propaga con fuerza por cada barrio, por cada cuadra por olvidada que sea.

Si bien algunos quieren fijar la fecha de nacimiento de esta tradición a mediados de la década del ‘50, es a partir de la década del ‘90 que este fenómeno se expande masivamente, no sólo territorialmente, sino abarcando a gente de todas las edades; un padre que suelda unos caños, una abuela que trae diarios viejos, un kioskero que dona cohetes, unos chicos que juntan cartones; los aportes llegan desde múltiples lugares y confluyen fraternalmente en la esquina del barrio.

No es el festejo de Navidad, que es sólo de algunos (aunque esos algunos sean muchos); este es el festejo que no discrimina, el festejo de todos: grandes y chicos, mujeres y hombres, cristianos y ateos, hinchas de Gimnasia y de Estudiantes; personas de diversos sectores sociales que se unen para un festejo colectivo mágico e inexplicable, sobre todo porque las grandes urbes tienden a transformarse en inmensas fábricas de soledades. Algunos antropólogos e intelectuales han querido emparentar este festejo con las famosas fallas valencianas, pero la fuerza del mismo quizás tenga más que ver con uno de los tantos anticuerpos que la sociedad fue forjando durante la década menemista, período de fuerte fragmentación y fractura social. El anticuerpo del encuentro, de la integración, de voltear las vallas que tabican nuestras vidas.

15 ó 20 días antes del 31, la «pendejada del barrio» comienza con el armado de las estructuras de cada muñeco. Nunca se repite, de un año a otro, el mismo motivo. Algunos se financian con donaciones de pequeños negocios del barrio, otros organizan fiestas previas en clubes cercanos, pero la mayoría se autogestiona utilizando el «corte de calle»: una soga a la altura del muñeco que corta la circulación vehicular y obliga a los sorprendidos automovilistas, a dejar una moneda en las alcancías, dinero que se utiliza para comprar desde alambre hasta pintura.

Hace unos años, el Estado metió la cola; desde la Municipalidad se intentó «ordenar» el festejo con un concurso, premiando con dinero a los mejores muñecos (lo cual desvirtuó en parte el festejo, ya que introdujo la competencia) pero sólo para aquellos que fueran construidos en las avenidas de la circunvalación (la 32, la 31 y la 72), avenidas que poseen una amplísima rambla, para evitar que la quema de los muñecos afectara cables, árboles, columnas o alguna casa cercana. Pero los muñecos se siguieron haciendo en la esquina de cada barrio, ignorando casi por completo la política del eterno intendente Alak. Es que la cercanía territorial y la cotidianeidad, son componentes decisivos a la hora de este festejo.

Hay muñecos para todos los gustos: desde aquellos que arma una sola familia y que miden un metro o metro y medio, y aquellos que llegan a medir hasta diez metros, donde trabajan decenas de vecinos de día y de noche. Algunos con motivos infantiles, otros de protesta contra la guerra, la policía o los políticos; otros netamente futboleros; la elección de cada muñeco es algo tan particular como la gente que lo construye.

El más famoso quizás sea el de 17 y 53, al que concurren miles de personas, muñeco del que participan en su confección, alumnos y docentes de la Facultad de Bellas Artes, donde previo a la quema se realiza toda una ceremonia (lectura de un volante-manifiesto, danza alrededor del muñeco, música estridente) y luego de que el fuego realice su tarea purificadora con el majestuoso momo, el baile en la calle continúa hasta el amanecer (y más... ). Una mezcla de baile, protesta, danza, expresión corporal y, por supuesto, nada de patovicas. Una espontánea mística que se retroalimenta cada 31.

Los muñecos de fin de año, otro buen motivo para no vivir en el centro y sí en los barrios.

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