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Juicios a los genocidas: Empezamos con Etchecolatz
Por Asociasión de ex Detenidos-Desaparecidos - Tuesday, Nov. 08, 2011 at 11:22 PM

La siguiente nota es una de las tantas que compartiremos de la revista publicada por la Asociación de ex detenidos-desaparecidos: "Tantas voces. Tantas Vidas"

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Juicios a los genocidas:
Empezamos con Etchecolatz

Así llegamos al 20 de junio de 2006, fecha de comienzo del juicio oral. Contábamos al principio que por la mañana la entrada de la Municipalidad de La Plata se pobló de banderas y miembros de organismos de derechos humanos, familiares de desaparecidos, sobrevivientes y representantes de organizaciones sociales, gremiales y políticas que demostraron su apoyo al juicio y su repudio al genocida Etchecolatz.

Un acto fue convocado por el espacio Justicia Ya! en La Plata y por la Multisectorial de La Plata, Berisso y Ensenada bajo la consigna "Juicio a todos los genocidas. Condena por todos los compañeros. Empezamos con Etchecolatz". Allí hablaron representantes de las organizaciones del espacio Justicia Ya! en La Plata, quienes destacaron la importancia del juicio oral. "Este no es el juicio que queremos, pero es el que tenemos", remarcó Adriana Calvo, de la AEDD. No obstante, recordó que la causa se inició en plena vigencia de las leyes de impunidad: "Estaba prohibido en ese momento juzgar a los genocidas. Estaba prohibida la justicia. Sin embargo nuestra lucha pudo vencer esa prohibición", sostuvo, y agregó: "Nosotros aprovechamos todo ese tiempo para ir acumulando pruebas contra este genocida. Por eso hoy creo que este juicio es producto de nuestra lucha, como lo serán todos aquellos que le sigan".

A la hora de acceder a la sala se constató que el público superaba ampliamente el número acreditado con anticipación para ingresar a la audiencia en el Salón Dorado y, tras algunos gritos y empujones, se consiguió que el Tribunal aceptara que todos aquellos que estaban en la puerta pudieran entrar. Con una sala colmada empezó el juicio oral.
Durante 21 jornadas de audiencias realizadas entre junio y septiembre de 2006 se escucharon más de 100 testimonios sobre los ocho casos, en su mayoría de familiares de desaparecidos y sobrevivientes de los centros clandestinos de detención.
El Tribunal Federal Oral Nº 1 de La Plata (TOF1) llevó adelante también una serie de inspecciones en los centros clandestinos de detención que fueron escenario de las violaciones a los derechos humanos sobre las que el juicio versaba e inspeccionó también la casa Mariani Teruggi, escena del brutal operativo del 24 de noviembre de 1976 en el que Diana Esmeralda Teruggi fue asesinada junto a otros compañeros y su hija, Clara Anahí Mariani, fue apropiada.

Primera Jornada: Etchecolatz, de profesión… ¡Asesino!

La Audiencia comenzó con la lectura de la acusación fiscal. En su escrito, la Fiscalía decidió enmarcar los hechos investigados en esta causa dentro del plan sistemático de represión ilegal instaurado por la última dictadura. Recalcó que los casos abarcados en ese expediente eran sólo una fracción de los delitos cometidos en el marco del terrorismo de Estado, destacó el funcionamiento total e interconectado del aparato represivo y, finalmente, hizo un repaso de los hechos puntuales abarcados en la causa.
La lectura del escrito de acusación se prolongó aproximadamente por tres horas dada la abrumadora cantidad de elementos de prueba reunidos sobre cada uno de los casos. Durante ese lapso, el represor escuchó impasible las imputaciones en su contra, aunque salió dos veces de la sala alegando supuestas descomposturas físicas.

Luego de un breve cuarto intermedio, el presidente del Tribunal, Carlos Rozanski, llamó al estrado a Etchecolatz para tomarle declaración indagatoria. El juez le preguntó cuál era su profesión. "¡Asesino!", se escuchó desde el público.
Etchecolatz se negó a declarar, arguyendo que el Tribunal no tenía autoridad para tratar esos casos porque correspondían a la jurisdicción militar. El represor pretendió entonces iniciar una suerte de discurso político, pero el juez Rozanski lo frenó: "Este es un acto en el cual, si la persona decide no declarar, no puede fundamentar por qué no va a declarar".

Cárcel común

Hacia el final de la primera jornada, el abogado Alejo Ramos Padilla, representante de las familias Teruggi y Mariani, solicitó al Tribunal que el represor fuera trasladado a la Unidad Penal Nº 20 (Hospital Borda) durante toda la tramitación del juicio, ya que se había comprobado en un juzgado de Capital Federal que Etchecolatz —quien gozaba de arresto domiciliario en su chalet de Mar del Plata— era depositario judicial de un arma Browning 9 milímetros en perfecto estado de funcionamiento, y esto implicaba un grave riesgo por ser una persona de comprobada peligrosidad. El acusado pretendió defenderse alegando que esa arma la había tenido toda la vida descargada porque la mujer y la suegra se la habían escondido.

Al retomar las audiencias el viernes 23 de junio, el tribunal comunicó que resolvía quitarle el beneficio de la prisión domiciliaria y enviarlo a cárcel común. El público estalló en aplausos. Los fundamentos de la resolución fueron tajantes: “Un individuo condenado entre otras penas a 23 años de prisión por gravísimos delitos e imputado en autos de una serie de también gravísimos hechos criminales, que posee un arma calibre 9mm y 30 proyectiles, no puede estar en su casa”, esto lo sostuvieron los jueces Carlos Rozanski y Norberto Lorenzo; el tercer magistrado, Horacio Isaurralde, votó en disidencia.
El Tribunal añadió: “Quien cumpliendo largas condenas, antiguo y entrenado usuario de armas y municiones y beneficiado por un sistema que le permitió alojarse en su propio domicilio, conserva en su poder desaprensivamente un arma de semejante calibre y una cantidad considerable de balas, representa un peligro para sí y para terceros”.

Los jueces compararon el caso de Etchecolatz con el de otros represores, a los cuales se les revocó el beneficio de del arresto domiciliario por quedar demostrado que salían de sus casas sin ningún tipo de control: “Si un detenido con régimen de prisión domiciliaria puede perder el beneficio e ir a la cárcel por el sólo hecho de salir para jugar al tenis o ir a comprar el pan, repugnaría el más elemental sentido de equidad que no lo perdiera quien posee en su casa una Browning 9 mm de Fabricaciones Militares”.
Los días siguientes la defensa del represor intentó que fuera anulada la revocación de la prisión domiciliaria, para devolverlo a su casa en el Bosque Peralta Ramos de Mar Del Plata alegando una enfermedad terminal, pero el T.O.F. 1 rechazó ese recurso e indicó que Etchecolatz seguiría en el penal.

Declaraciones testimoniales caso por caso

El jueves 22 de junio comenzó la etapa de declaraciones testimoniales en el juicio. Al final de cada jornada del juicio equipos de prensa de Justicia Ya en La Plata y de la APDH La Plata enviaban comunicados para difundir en los medios e informar a todos los que seguían atentamente el juicio sobre las revelaciones de los testigos, sobre los procedimientos realizados, sobre las solicitudes de las querellas. Gran parte de la reconstrucción que hoy podemos hacer sobre el desarrollo de los tres meses de audiencias se lo debemos a ese comprometido trabajo de prensa, a esa vocación de los compañeros por darle una verdadera dimensión “pública” al juicio oral, para ellos va un agradecimiento especial.

Ahora bien, la primera persona en ser citada a declarar fue nuestra compañera Nilda Eloy, ex detenida-desaparecida, para exponer sobre su caso. Nilda, que al momento de ser secuestrada tenía 19 años, contó cómo fue detenida ilegalmente en la noche del 1 de octubre de 1976 por una patota comandada por el mismo Etchecolatz y describió las torturas que sufrió mientras permaneció en cautiverio en seis centros clandestinos del “Circuito Camps” (La Cacha, Pozo de Quilmes, Pozo de Arana, El Vesubio, La Brigada de Investigaciones de Lanús y la Comisaría Tercera de esa misma ciudad), demostrando el funcionamiento integrado de los diferentes centros de detención: “A medida que uno iba avanzando en el circuito, de lugar en lugar, era como que uno se iba hundiendo – contó-. Todo estaba preparado para que uno se cosificara. No solamente habíamos perdido nuestro nombre, nuestra relación con el exterior, con el día, con la hora: era como un túnel continuo, con cada traslado”. También testimonió sobre su posterior “blanqueo” y detención a disposición del poder ejecutivo nacional en el penal de Villa Devoto hasta principios de 1979.
Subrayó que en todos los campos de concentración por los que pasó, el personal que “atendía” a los prisioneros era policial, personal que estaba subordinado a Etchecolatz a través de la Dirección de Investigaciones de la fuerza. “Todos estos lugares dependían de lo mismo, eran lugares de funcionamiento policial —aseguró—, y de acuerdo a cómo estaba estructurada la Policía en ese momento, todos dependían del Área Metropolitana, donde funcionaban las tres direcciones: tanto de Investigaciones como de Inteligencia y Seguridad”.
En varias oportunidades, cuando la voz se le quebraba al relatar el horror que vivió junto a tantos otros prisioneros, el Tribunal le ofreció hacer una pausa en su testimonio. “No puedo parar. Son demasiados años de silencio”, respondió Nilda a los jueces, “Yo estoy bien. Tengo que estar bien”.

Ese mismo día, el Tribunal también recibió los testimonios de dos sobrevivientes de la dictadura que compartieron el cautiverio con Nilda en diferentes centros clandestinos: Emilce Moler, una de las sobrevivientes de la llamada “Noche de los Lápices”, y Mercedes Borra, una ex detenida-desaparecida que viajó desde Formosa para dar su testimonio en este juicio. Entre el viernes 23 y el lunes 26, también en el marco del caso de Nilda se citó a declarar a seis ex detenidos-desaparecidos Oscar Solís, Adolfo Paz, Horacio Matoso, Eduardo Castellanos, Walter Docters y Nora Ungaro para narrar lo que vivieron durante su paso por los centros clandestinos del “circuito Camps”.
Las audiencias se reanudaron el miércoles 28 de junio con la declaración del único otro sobreviviente que fue considerado como caso en el juicio: Jorge Julio López. En su caso testimonió también aportando su voz sobre la suerte de otras dos de las víctimas, Patricia Dell´Orto y Ambrosio de Marco, a quienes previamente conocía por la militancia en Los Hornos y vio cuando fueron asesinados en el Pozo de Arana. El comunicado de prensa que Justicia Ya! en La Plata envió ese día, como después de cada jornada del juicio decía sobre el testimonio de López:

“LA PLATA (28-06-06) - El Tribunal Oral Nº 1 recibió hoy el testimonio de Adriana Calvo, una integrante de la Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos (AEDD), quien presentó un extenso informe sobre el circuito de centros clandestinos de detención que funcionaron bajo el mando de la Policía de la provincia de Buenos Aires. La declaración de Calvo se complementó con la del también sobreviviente Jorge Julio López -cuyo caso se investiga en esta causa-, quien hoy relató que fue torturado personalmente por el ex Director de Investigaciones de esa fuerza, Miguel Etchecolatz.
En una larga jornada de testimonios, el juicio contra el represor Etchecolatz se reanudó con estremecedores relatos de la situación que vivían los prisioneros en los campos de concentración del llamado "circuito Camps".
El sobreviviente, quien hoy tiene 76 años, declaró que fue secuestrado en octubre de 1976 por una "patota" que integraban, entre otros, Etchecolatz y su chofer, el policía Hugo Guallama, a quien hoy reconoció en una fotografía que le exhibió el Tribunal.
López estuvo detenido ilegalmente en dos centros clandestinos de la zona de Arana: el Destacamento policial y el "Pozo de Arana", que funcionaba en el viejo casco de la estancia La Armonía. En el primero estuvo dos días ("nos picanearon toda la noche", contó), y luego fue trasladado al segundo, en donde también fue sometido a torturas.
Mientras estaba secuestrado allí, en una oportunidad escuchó que una mujer mayor pedía a gritos que no le pegaran. "Decía: '¿por qué no me defendió, Padre?'. Le preguntaron quién la había traído, y dijo que era (Monseñor Antonio) Plaza", describió el testigo, y agregó: "Aparentemente, ella se había refugiado en la Catedral para que no la secuestraran, y Plaza les dijo (a los represores) 'yo se las voy a llevar'. Y ahí estaba".
Cuando Patricia Dell'Orto y su esposo Ambrosio De Marco llegaron al centro clandestino "estaban deshechos". "Era noche y día que los torturaban, porque no declaraban", recordó el ex detenido-desaparecido, que conocía a la pareja porque militaban juntos en una unidad básica barrial.
A principios de noviembre ("fue el día que pusieron la bomba en la Jefatura de Policía", recordó), llegó al lugar la "patota" y reunió a todos los prisioneros en una misma celda. En ese momento, pudo hablar con Patricia, quien le contó que había sido violada por los represores de la "patota". "Avisale a mi nena y a mis padres donde estuve", le pidió la joven.
López señaló que en ese momento los guardias ingresaron al calabozo y se llevaron a uno de los detenidos, Norberto Rodas (quien permanece desaparecido). "Escucho un martillazo y un tiro, un grito y no habló más", recordó. Cuando volvieron a entrar al calabozo y se llevaron a Patricia, López logró asomarse por una pequeña mirilla en la puerta. "Ella les pedía que no la maten, que quería criar a su nenita", recordó hoy el testigo, entre lágrimas. Vio cómo fusilaron a la joven, y luego a Ambrosio De Marco. "Si alguna vez encuentran los cuerpos, van a ver que tienen un tiro en la cabeza", sostuvo.
El ex detenido-desaparecido se emocionó al recordar a Patricia: "Ella nunca agarró un arma en la mano. Se dedicaba a cuidar chicos y darles de comer. Esas eran mujeres de oro, y ellos las mataron".
Según el sobreviviente, fue Etchecolatz en persona quien "dirigió esa matanza": "Era un asesino serial, no tenía compasión", dijo, e indicó: "Yo sentí que mataron a más esa noche. Decían que por cada soldado que muriera, iban a morir cinco de nosotros".
En una oportunidad, los guardias trajeron a los prisioneros una olla repleta de albóndigas. "Algo le habían puesto, porque nos dormimos todos", rememoró. Cuando López despertó, estaba en la comisaría 5º de La Plata, junto a varios otros prisioneros que habían sido trasladados junto a él desde Arana. Allí, compartió el cautiverio con Guillermo Efraín Cano, Julio Mayor y María Hebelia Sanz (quienes testimoniarán también en este juicio).
"Un día llegó la patota, y empezaron por mí y por Cano, a picanearnos", afirmó el testigo. En esa sesión de torturas estuvo presente Miguel Etchecolatz. "Me miraba desde un costado y les decía (a los otros torturadores): 'subile, subile más'. La picana era a batería, y él decía que no era suficiente", aseguró.
Desde la comisaría 5º, López fue trasladado a la 8º, en donde tiempo después le comunicaron que sería puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. El 4 de abril de 1977, fue llevado desde allí en un camión del Servicio Penitenciario Provincial a la Unidad Penal Nº 9 de La Plata, de donde fue liberado recién el 25 de junio de 1979.”

Ese mismo día nuestra compañera Adriana Calvo se presentó como testigo de concepto a pedido de nuestra querella. Adriana presentó al Tribunal una síntesis de las investigaciones llevadas adelante por la Asociación de Ex Detenidos - Desaparecidos durante más de 22 años. Recurriendo a un proyector de diapositivas mostró la distribución geográfica de 29 centros clandestinos de detención (CCD) que integraban en el circuito Camps. Como reflejaron las gacetillas de prensa de la APDH y otros organismos, Adriana describió los circuitos que recorrían los detenidos, así como el intercambio con otros circuitos y jurisdicciones; hizo alusión al papel que algunos de estos centros desempeñaron en el “Plan Cóndor”; explicó también la forma en que se coordinaban las direcciones policiales de Investigaciones, Seguridad e Inteligencia y describió cada centro de detención.

Adriana relató también su propio cautiverio en el destacamento policial de Arana y en la Comisaría 5ta. En ese lugar ella compartió cautiverio con Inés Ortega en el momento del nacimiento de su hijo, Leonardo Fossatti, quien recuperó su identidad recién en 2005. Recordó muy conmovida las condiciones de ese nacimiento y también la larga entrevista que mantuvo con Leonardo una vez que éste se reencontró con su historia. También relató el nacimiento de su hija, Teresa, en el automóvil que la trasladaba desde la Comisaría Quinta hacia el Pozo de Banfield, donde el médico Jorge Bergés le retiró la placenta y luego la obligó a limpiar la sala. Tanto Adriana como el público presente se conmovieron con las referencias a los actos de solidaridad que recibió de sus compañeras de cautiverio y que le permitieron sobrevivir a ella y a su hija. “La libertad de algunos compañeros es parte del plan represivo” y atribuyó las liberaciones a la voluntad de los represores de difundir el terror dando a conocer lo que ocurría en los centros de detención.

El 30 de junio, declararon María Hebelia Sanz y Julio Mayor, detenidos ilegalmente en diciembre de 1976, que estuvieron secuestrados en Arana y en las comisarías Quinta y Octava, en donde compartieron el cautiverio con Jorge Julio López. Y en la siguiente audiencia, el Tribunal citó a José Horacio Perelló, quien durante la dictadura fue propietario de un almacén de ramos generales ubicado junto al Destacamento policial de Arana, y aportó datos sobre el funcionamiento del lugar. Luego, declararon dos ex detenidos-desaparecidos —Carlos Alberto De Francesco y Efraín Guillermo Cano— que estuvieron secuestrados en varios centros clandestinos de detención, y compartieron el cautiverio con Jorge Julio López en la comisaría Quinta de La Plata.

En el marco del tercero de los casos investigados en este juicio, prestó testimonio el 3 de julio Alfonso Dell'Orto, sobre el secuestro y la desaparición de su hija Patricia Dell'Orto y de su yerno Ambrosio De Marco producido el 5 de noviembre de 1976 en City Bell. Alfonso habló sobre la vida de compromiso de su hija Patricia y de su yerno Ambrosio y  sobre los 23 años, de búsqueda, de gestiones ante la policía, ante la Iglesia católica, embajadas, habeas corpus, entrevistas, presentación ante la Organización de Estados Americanos (OEA) sin obtener respuestas, u obteniendo burlas y engaños. Había sido recién en 1999, tras unas averiguaciones que realizó el hermano de Patricia en el barrio de Los Hornos, donde ella y Ambrosio habían militado,  que se encontraron con Jorge Julio López.

Dell’Orto explicó que fue entonces cuando conoció cuál había sido el destino de su hija, con la noticia de que la pareja había sido asesinada en Arana durante los primeros días de su detención. Narró que en aquel momento no había querido saber quién había sido el responsable, porque pensaba que estando vigentes las leyes del perdón no le serviría de nada saber quién fue. Alfonso Dell’Orto le dijo a los jueces que él ya había relatado demasiadas veces todos estos hechos ante la Justicia. “Ahora las preguntas las quiero hacer yo —sostuvo—. Yo quiero saber dónde están sus restos. Ellos se llevaron la vida y su cuerpo, pero los restos me pertenecen a mí, a mi esposa, a mis hijos, a mi nieta y a mi bisnieta recién nacida, Francisca, que tiene derecho a tener un lugar a donde llevarle flores a su abuela”. Desde el público, la familia Dell’Orto escuchó su relato, y lo acompañó al finalizar el testimonio.

El 5 de julio el Tribunal inició el tratamiento del siguiente caso. La declaración de María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani abrió el caso sobre el asesinato de su nuera, Diana Esmeralda Teruggi. Diana era estudiante de Letras, tenía 26 años, y estaba casada con el hijo de Chicha, Daniel Mariani. Cuando se produjo su asesinato vivían en la calle 30 entre 55 y 56, junto con su beba, Clara Anahí Mariani, nacida el 12 de agosto de 1976. La pareja integraba la organización Montoneros y en los fondos de aquella casa funcionaba una imprenta. El 24 de noviembre de 1976, las fuerzas conjuntas atacaron la casa de Diana, donde fueron asesinados Diana y al menos tres personas: Juan Carlos Peiris, Daniel Mendiburu Eliçabe y Roberto Porfirio. Ese día fue secuestrada la beba, posteriormente apropiada y aún permanece desaparecida.

Cuando Chicha entró a la sala, cerca de las 11 de la mañana, el público que llenaba el recinto se puso de pie y la recibió con un largo aplauso. "Juro decir la verdad, como la he dicho siempre", respondió cuando los jueces le pidieron el juramento. Y ante la pregunta sobre su relación con el imputado Etchecolatz contestó firme: "Yo lo considero culpable de todos mis sufrimientos de estos últimos 30 años, de manera que no puedo sentir amistad por él".
Antes de adentrarse en la declaración, Chicha se animó a cuestionar el carácter fragmentario del juicio. El caso del asesinato de Diana es el ejemplo más cabal de esas limitaciones: si bien en este juicio sólo se investiga su homicidio, ese mismo día murieron al menos otras tres personas, y fue secuestrada Clara Anahí. Sin embargo, esos hechos forman parte de otra causa, que está recién en etapa de instrucción. Y el asesinato de Daniel Mariani, ocurrido nueve meses después, no está incluido en ninguno de esos dos expedientes: "No me resulta fácil separar los casos, yo sé que se juzga por la muerte de mi querida nuera Diana —destacó Chicha—, pero yo no puedo separar a su hija, que ella salvó con su vida, y a los demás que murieron allí. Las sangres de los chicos están mezcladas en las paredes de la casa, no sé cuál es de quién. Para mí es imposible separar".

Chicha, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, habló sobre el operativo en el que fue asesinada Diana y secuestrada su beba, un operativo de las fuerzas conjuntas con tanques, bazukas, camiones militares y helicópteros comandado por Etchecolatz y varios jerarcas de la represión. El ataque a la casa fue de tal magnitud que la ciudad entera quedó conmocionada y todavía se lo recuerda con precisión. Después de eso, a Chicha la esperaba todavía otro golpe, poco tiempo después: el 1 de agosto de 1977 fue asesinado su hijo, Daniel Mariani, quien no se había querido ir del país por su hijita, por Diana y por lealtad a sus compañeros militantes, y lo mataron en otro operativo en la calle 132 y 35.
Chicha brindó también una reconstrucción detallada y emotiva de la búsqueda de su nieta que la llevó a despachos de comisarios, militares, jueces y obispos. A 30 años del asesinato de su nuera y de la desaparición de su nieta, Chicha sostuvo, ante una pregunta de los abogados de Justicia Ya en La Plata que: "El Estado tiene una gran deuda: no dio una respuesta sobre cada desaparecido. Estoy segura de que hay archivos secretos, y es obligación del Estado dar una respuesta, que no nos fue dada por ninguno de los gobiernos: ni Alfonsín, ni De la Rúa, ni Menem, ni Kirchner". Su testimonio se prolongó por cerca de cuatro horas.

Varias veces los jueces le ofrecieron hacer un cuarto intermedio: "No me he tomado un descanso nunca, puedo seguir", les respondía. Fue ella la que, tras dos horas de relato, le ofreció una pausa al Tribunal: "Quizás ustedes necesiten un descanso".
Las hipótesis sobre el posible destino de Clara Anahí son varias, de acuerdo a las versiones y testimonios que Chicha pudo ir recogiendo durante estos 30 años. Algunas de las personas que a lo largo de estos 30 años fueron aportando datos a la búsqueda de Chicha, estuvieron citadas a declarar durante el juicio oral, por lo que la abuela de Clara Anahí tenía muchas expectativas en torno a lo que podía llegar a surgir de la conjunción de esas declaraciones, que hasta ese momento habían sido formuladas en distintos momentos y en diversas oficinas judiciales. "Espero que de este juicio salga la verdad", expresó ese día ante el Tribunal, "Yo acuso a Etchecolatz, lo acuso de la muerte directa de mi nuera, de la desaparición de mi nieta, de lo que ha significado para ella 30 años de estar viviendo en la ignorancia de su identidad —manifestó Chicha Mariani—, y también lo culpo del sufrimiento que ha dado a mí y a todas las familias, que nos han mantenido 30 años buscando con uñas y dientes un rastro de un hueso de un hijo para tenerlo, o un rastro de un nieto para criarlo y decirle quiénes fueron sus padres (…) Yo no me puedo dar el permiso de morirme. Tengo que encontrar a mi nieta".

También declararon en esa fecha otras dos testigos citadas en el marco del caso del homicidio de Diana Teruggi. Se trata de Lilian Marta Stancati y Rosaria Isabella Valenzi, quienes también aportaron datos sobre el posible destino de Clara Anahí Mariani.
El lunes 10 de julio declararon Oscar Antonio Ruiz, vecino de la casa de 30, que vio desde una esquina cercana cómo un hombre vestido con ropa de fajina “llevaba en una mano una ametralladora y en la otra a un bebé tapado con una mantita”. También declararon familiares de otras víctimas del mismo operativo. Durante la audiencia, cobró fuerza la hipótesis de que, en el ataque a la casa en la que fueron asesinados Teruggi, Porfirio, Peiris y Mendiburu Eliçabe, podría haber muerto una quinta persona, que hasta ahora no estaba identificada. Ana María Bossio, hermana del desaparecido Alberto Oscar Bossio, declaró ante el Tribunal que según una versión que obtuvo en aquel momento su hermano estaba también en la casa Mariani-Teruggi en la tarde del operativo.

En tanto, y también en el marco del caso del homicidio de Diana Teruggi, declararon dos familiares de otras de las víctimas asesinadas en la casa de calle 30, Florencio Gabriel Quiroga, cuñado de Roberto Porfidio, contó lo que pudo saber acerca de ese operativo, del que se enteró tiempo después. También declaró el hermano de Juan Carlos Peiris, otro de los asesinados en la casa Teruggi-Mariani. La historia de la familia Peiris es muy significativa de lo que la clandestinidad del terrorismo de Estado produjo en nuestro pueblo, Mauricio José Peiris se enteró cómo murió su hermano 28 años después de su asesinato: la familia vivía en Bahía Blanca y había perdido contacto con Juan Carlos desde que él se mudó a La Plata, luego de un violento allanamiento de las fuerzas de seguridad en su casa, a comienzos de 1976.

Luego de otras actividades desarrolladas en el marco del juicio, como la inspección ocular a la Casa Mariani Teruggi, fueron citados otros testigos por el caso de Diana Teruggi, entre ellos los ex rector de la Universidad Nacional de La Plata durante la dictadura, Guillermo Gallo, quien fue repudiado contundentemente por el público por sus colaboraciones y responsabilidades directas con cesanteos, muertes y desapariciones de estudiantes y trabajadores docentes y no docentes.
El 20 de julio con el testimonio del sobreviviente Atilio Gustavo Calotti, se desarrolló la última audiencia antes de la feria judicial y el Tribunal pasó a un cuarto intermedio hasta el 11 de agosto.

El 11 de agosto el juicio se reanudó con la declaración de un ex comisario de la Policía de la Provincia de Buenos aires, César Miguel San Sebastián que era miembro de la Dirección de Inteligencia (DIPPBA). Con el testimonio de San Sebastián, el Tribunal Oral Nº 1 abrió el tratamiento del último caso que integra este juicio: el de tres mujeres secuestradas en 1977 y asesinadas a comienzos de 1978. Elena Arce, Nora Formiga y Margarita Delgado fueron enterradas como "NN" en el Cementerio de La Plata, y sus restos fueron hallados e identificados más de 20 años después. Nora Formiga era enfermera cuando fue secuestrada a fines de 1977 y asesinada, junto a las prisioneras ilegales Elena Arce y Margarita Delgado, en enero de 1978.

San Sebastián admitió que la DIPPBA trabajaba "en forma mancomunada" con la Dirección de Investigaciones liderada por Etchecolatz, que había agentes infiltrados en facultades, fábricas y grupos políticos, y que la información reunida luego se usaba "para operar". En la causa están agregados los legajos que las desaparecidas tenían abiertos en la DIPPBA: se presume que esa información, una vez remitida a la Dirección de Investigaciones comandada por Etchecolatz, fue la que condujo a sus secuestros. Además, está probado que las tres, antes de ser ejecutadas, pasaron por dos centros clandestinos del "circuito Camps": "La Cacha" y la comisaría Octava de La Plata.
También declararon un médico policial que firmó los certificados de defunción de tres prisioneras asesinadas en 1978, y una antropóloga forense que trabajó en la identificación de sus cuerpos, hallados en 1999.

En el marco de estos casos, declararon, entre otras personas, las hermanas de Nora, Nidia y María Ruth Formiga, quienes contaron ante los jueces que la joven fue secuestrada el 22 de noviembre de 1977. La detención había ocurrido en su casa, y sus familiares se enteraron del secuestro por un matrimonio de vecinos que lo presenció. Ellos, que eran además los dueños del departamento que alquilaba Nora, les contaron que los represores, además de llevarse a la joven, volvieron tres días después y saquearon la casa. De hecho, cuando la familia fue a la vivienda, encontró una faja de seguridad en la que decía “Regimiento 7 – Área de Operaciones 113”.
En el mismo operativo, los represores se llevaron a Elena Arce, compañera de Nora en la Escuela de Enfermería. Elena había ido a visitar a su amiga acompañada de su novio, Ricardo Castro. Cuando ingresó, los secuestradores le preguntaron quién era y, sin más, la detuvieron. Castro, quien sobrevivió porque se había quedado afuera de la vivienda, también fue citado para declarar ante el Tribunal. Elena y Nora eran amigas y compañeras de trabajo como docentes en la carrera de Enfermería, tanto en La Plata como en el interior de la Provincia de Buenos Aires. Ese 22 de noviembre Elena llegó desde Capital Federal junto con su novio a casa de Nora, para ir juntas a dar clase. Vieron un operativo y el novio de Elena le advirtió que no entrara. La joven ignoró la advertencia y entró a la casa. Las mujeres fueron llevadas en el baúl de dos autos: un Dodge 1500 color naranja y un Renault 12 color azul.

Los familiares de Nora, que vivían en Bahía Blanca fueron avisados del hecho por el padre de Elena Arce, quien viajó inmediatamente a La Plata. Se supo por testimonios de sobrevivientes que Nora Formiga y Elena Arce fueron llevadas al centro clandestino de detención conocido como “La Cacha”, en Lisandro Olmos. Su siguiente destino fue la comisaría 8º de La Plata, en donde hasta quedaron inscriptas en el libro de guardia de la seccional. Allí, figura su entrada, junto a Margarita Delgado —secuestrada en Ensenada en noviembre de 1977—, el 11 de enero de 1978, y su supuesta salida, el 20 de enero de ese año.
Nora Formiga, Elena Arce y Margarita Delgado fueron asesinadas y sus cuerpos aparecieron acribillados el 21 de enero de 1978, en la ruta 6. Los restos fueron inhumados como “NN” en el Cementerio Municipal de La Plata, y permanecieron allí hasta que la Cámara Federal de La Plata ordenó la exhumación de esas tumbas en 1999 y el examen de sus restos por parte del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que finalmente logró identificarlas. La familia de Nora Formiga pudo recuperar el cuerpo en 2002, 24 años después de los asesinatos.

Por esos días también declaró Ana María Tasca, cuya hermana Adriana fue secuestrada en diciembre de 1977 cuando estaba embarazada de cinco meses. Ella permanece desaparecida, y su hijo, nacido en cautiverio, fue recuperado recién a principios de ese año (2006). Adriana Tasca estuvo secuestrada en “La Cacha” junto a Nora Formiga y Elena Arce, y fue gracias a ellas que la familia Tasca se enteró que la joven seguía viva: cuando las dos enfermeras fueron trasladadas a la comisaría Octava, lograron transmitir el mensaje a través de dos de sus compañeras de cautiverio, Patricia Pérez Catán y Nora Patricia Rolli, que pudieron contactar a los Tasca cuando fueron liberadas. Las dos sobrevivientes declararon también en el juicio.

Otro sobreviviente relató su cautiverio en la comisaría Octava de La Plata, Diego Barreda, que  tras su secuestro pasó por un centro clandestino de Quilmes y por el “Pozo de Banfield”, antes de ser trasladado a la comisaría Octava. Cuando fue secuestrado, Barreda trabajaba en el Astillero Río Santiago, de donde hasta ahora se sabe que hubo 47 trabajadores desaparecidos. Muchos sobrevivientes y ex trabajadores del Astillero presenciaron el testimonio de su compañero. [...]

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