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Relaciones entre limpieza étnica, migración forzosa y genocidio en caso palestino-israelÃ*
Por Luis E. Sabini Fernandez -
Wednesday, Dec. 10, 2008 at 4:09 PM
luigi14@gmail.com (Casilla de correo válida)
...
Luis E. Sabini
Fernández
Nociones
generales El
genocidio se constituye sobre un proceso de identificación, de
elaboración de identidad de un grupo que el agente identificador
(estado, sociedad, partido, iglesia, grupo) considera que va a ser
finalmente exterminado. El
genocidio: una decisión o intención de exterminio total o parcial
de un
otro.
El genocidio no es la matanza. No es al menos, sólo la matanza. Se
puede hablar de genocidio, como política, aunque las medidas que
tipifiquemos como genocidas, por ineficaces o prematuras, llevaren a
la muerte a un solo ser humano (o incluso a ninguno).
La
intencionalidad es así más definitoria que la realización o puesta
en acto propiamente dicha. Con lo cual, el aspecto militar o policial
pierde focalidad y lo político pasa a primer plano. Por lo mismo, la
limitación a grupos étnicos, religiosos, raciales o nacionales que
caracteriza la definición “institucional” de genocidio, de la
ONU, 1948, también pierde relevancia. Porque el grupo, el otro, está
definido desde quienes llevan adelante la política que tipificamos
como “genocida” [Eduardo Rezses, en su presentación en el foro
de la Cátedra Libre de DD.HH., 13/10/2006]. Por esa razón, la
pesadilla vivida en la Argentina en los ’70, con la Triple A
inicialmente y con la segunda Triple A, al decir de Rodolfo Walsh
(“las Tres Armas”), puede considerarse un genocidio con causal
político-ideológica. Aun cuando una parte de los acontecimientos
trágicos del período haya tenido lugar con enfrentamientos entre
agupamientos armados. Otra
limitación, que nos parece arbitraria, al concepto de genocidio
patrocinado por la ONU, desde 1948, es su limitación temporal al
siglo XX. Como si se pudieran establecer cortes ónticos (en el ser)
entre las persecuciones y los asesinatos colectivos anteriores a 1900
y los posteriores. Es cierto que una bondad de establecer tales
limitaciones temporales es la de achicar el riesgo de juzgar con ojos
actuales tramas culturales cualitativamente distintas, disímiles,
alterar el continuum
histórico
de valores y creencias. Pero el riesgo opuesto no es menor,
restándole conflictividad ética a terribles cuestiones que han
sacudido a la humanidad a lo largo de su historia: naturalizar en el
pasado lo que ni siquiera todos sus contemporáneos aceptaban. Ya se
trate de la esclavitud entre los atenienses como del racismo entre
los noreuropeos de la modernidad.
Parece
necesario, para que se pueda constituir genocidio, que hablemos de la
construcción de un
otro indeseable,
despreciable, prescindible. Otro a quien se pueda maltratar y matar
sin que se constituya delito (incluso a menudo, exactamente al revés;
que semejantes actos impliquen un reconocimiento, un agradecimiento
admirativo de parte de la comunidad de que proceden los perpetradores
de estas políticas). Para
que exista genocidio tiene que haber, asimismo, una planificación
del exterminio. Una política deliberada. Una cierta racionalidad. En
algunos casos, una planificación de años. Limpieza
étnica, transferencia o migración forzosa y genocidio Hagamos
un pequeño escarceo a través de un puñado de situaciones que nos
enfrenta con lo genocida. Examinar cómo se articulan los conceptos
anunciados en el subtítulo, mostrándonos algunos de los
innumerables infortunios de la humanidad en esta cuestión y cómo de
su interacción (o falta de) surgen muy variadas realidades.
De
más está decir que la pequenísima muestra que viene a continuación
no pretende ser ni taxativa ni valorativa de su importancia relativa
o trascendencia. En todo caso, su elección ha sido totalmente
azarosa. Con su recorrido, únicamente estamos procurando ver cómo
actúan en cada caso los diversos objetivos que hemos reseñado en el
subtítulo.
La
selección mínima aquí colectada sigue un cierto orden cronológico. Celtas
de Islandia, siglo IX.
Los vikingos llegan a Islandia y exterminan totalmente a la población
celta, reducidísima, que la habitaba. No hubo transferencia
alguna;
se batió la isla, se llevó a cabo una limpieza
étnica
que a nuestros ojos constituye así un genocidio
acabado. Quilmes,
1666.
Luego de una resistencia de más de un siglo del pueblo de los
quilmes a la presión española, los ejércitos hispanos arrollan lo
que queda de la aguerrida nación etnia cacan emplazada en el
norte de lo que iba a ser siglos después la Argentina, y entonces
unas 300 familias son erradicadas y se las obliga a desplazarse con
destino al sur de la ciudad de Buenos Aires: una migración forzosa
que
los aniquilará como nación (un siglo después, las autoridades
hispanas registraban únicamente tres familias quilmes al sur de
Buenos Aires). Con los quilmes, resulta claro que hubo transferencia,
limpieza
étnica
y desaparición
consiguiente
de ese pueblo. Malvinenses,
1833.
Tomemos otro caso dentro de la historia de lo que es hoy el
territorio argentino. No por su envergadura sino por cómo se pueden
llegar a separar de un modo distinto las otredades que hemos
presentado. Cuando
el Reino Unido considera llegado el tiempo de la reconquista de las
Falkland/Malvinas, de las que había sido despojado por España en
1774, la flamante República Argentina ya había tomado posesión de
ellas, considerándolas herencia del viejo poder imperial. En 1821 el
gobierno argentino había iniciado la posesión del archipiélago
enviando unas decenas de moradores y las autoridades
correspondientes. En 1833, los ingleses ocupan las islas y embarcan
en una nave a la colonia argentina allí establecida (hay quienes
resisten la invasión y “pasan a la clandestinidad” en ese
inhóspito ambiente; constituirán expresión de la resistencia al
despojo y, siquiera transitoriamente, un dolor de cabeza para los
nuevos amos).
Así
se produce la transferencia
de
ciudadanos argentinos al territorio continental. A dicha
transferencia, de escasísimo volumen poblacional, no se le ha unido
jamás la idea de genocidio (no hubo muertos en el operativo de
“retorno” forzoso), pero claramente corresponde hablar de
limpieza
étnica. Kikapus,
mediados del s. XIX.
Una etnia de los algonquinos, en América del Norte, los kikapus,
como tantas otras, expulsadas de sus tierras con violencia, hizo un
largo peregrinaje huyendo del territorio controlado por EE.UU. hasta
obtener un estatuto de refugio por parte del gobierno mexicano. Tuvo
que obtenerlo una segunda vez porque el primer refugio, concedido en
Texas, se convirtió en trampa mortal cuando EE.UU. incorporó ese
territorio dentro de sus fronteras con la invasión de despojo a
México en la década de 1840, motivo por el cual, los kikapus
huyeron una vez más (los sobrevivientes encontraron esa vez una
tierra benévola en Coahuila, al norte del México actual).
Pero
la peripecia tuvo un costo altísimo: una población de varios miles
quedó reducida a algunos centenares. Los kikapus sufrieron todas las
figuras que venimos examinando; hay transferencia
o
migración
forzosa,
hay limpieza
étnica,
porque la nueva sociedad establecida en sus tierras, de origen
noreuropeo no toleraba a la población nativa, salvo reducidos
una condición de minoridad, dependencia e indignidad que a muchas
poblaciones se les hacía lógicamente difícil de aceptar. El
destino de los kikapus quedó así entre el genocidio
inicial y la reducción
de los sobrevivientes.
Yaquis,
fines del s. XIX, hasta 1911.
Algunas
poblaciones, particularmente poco numerosas han sufrido los procesos
de limpieza
étnica
y genocidio
sin
recurrir por parte de los programadores de tales políticas al
expediente (materialmente costoso) de la transferencia. Es
el caso de la etnia yaqui que queda desmembrada, con asentamientos a
uno y otro lado de la nueva frontera entre EE.UU. y México (tras la
invasión y ocupación de medio México por parte de EE.UU). Los que
quedan al norte, en California, constituían una población dispersa,
cazadora-recolectora, que fue perdiendo su hábitat con la llegada
masiva de buscadores de oro. Durante toda la segunda mitad del siglo
XIX fueron perdiendo sus territorios y las condiciones de vida fueron
empeorando, diezmando a la población. Y llevándola a vivir cada vez
más a escondidas, carentes de todo territorio más o menos propio.
Eran los mismos mineros quienes organizaban batidas, temporada tras
temporada, año tras año, persiguiéndolos sin ninguna intención de
transferencia;
“cazándolos” como animales hasta su exterminio completo.1 Los
que quedan al sur, asentados en México tuvieron también sus
turbulencias. Participaron activamente en la vida política del país
y tuvieron particularmente desinteligencias con la dictadura de
Porfirio Díaz, exactamente en el mismo período en que sus hermanos
de sangre estaban siendo aniquilados en California. La dictadura de
Díaz dispuso una cruel modalidad de transferencia:
a fines del siglo XIX eran reclutados por la fuerza como mano de
obra esclava o semiesclava para trabajos, por ejemplo, en Yucatán.
Esa
persecución llevó a una porción del pueblo yaqui a buscar refugio
al norte de la frontera, en Arizona, donde subsisten al día de hoy
como etnia yaqui (unos 8 mil habitantes) reconocida por el gobierno
del estado de Arizona, que linda con el de California que los
exterminara. En el caso de los yaquis del sur, la transferencia
y la limpieza
étnica son
lo que ha menoscabado sus posibilidades de vida.
Digno
de comparar los destinos de los yaquis californianos y los
sonoro-arizonianos. Armenios
en Turquía, 1915-1917.
La
expulsión de los armenios promovida con el renacido nacionalismo de
“Los Jóvenes Turcos” dispuso el despojo de las tierras de los
armenios y su expulsión hacia la costa del Asia Menor. La peripecia
sufrida entre el terruño y el mar le significó al pueblo armenio la
muerte en las peores condiciones de hambre y cansancio para muchos
miles, centenares de miles de seres humanos. Constituye un caso donde
las variables que venimos examinando se juntaron trágicamente: hubo
un plan de limpieza
étnica
o étnico-religioso, por el cual “lo turco” no toleraba la
presencia del “otro armenio”, hubo una transferencia
que
lleva a cabo el grupo dominante que desprecia al desplazado. Con el
desprecio, el genocidio. Imponiendo penosas travesías, al estilo que
la sociedad estadounidense le impuso a varias etnias nativas para
completar el adueñarse de sus tierras, o que el poder español le
impuso a etnias “recalcitrantes” (como vimos con los quilmes).
Por sus dimensiones, ha sido considerado de los más gigantescos
genocidios del siglo XX. Judíos
en el Tercer Reich, 1941. “La solución final”.
Los nazis han constituido un ejemplo lamentablemente sin igual en
muchos aspectos en cuanto a racismo declarado, desprecio abierto,
pretensión de “elegir” hacer un mundo. El racismo y una visión
eugenésica de la humanidad les permitió una política autoritaria
radical enfocada a razas o pueblos que consideraban inferiores,
particularmente hacia los judíos, que concentraban su odio. El
genocidio, empero, no fue el motor inicial de sus acciones. Hubo un
tiempo con el nazismo en el poder en que la solución pasaba por la
separación.
Pero
una separación teñida de la desigualdad inherente a todo racismo
fue desmejorando las condiciones sociales de una población
transferida,
primeramente despojada de “funciones” sociales (docencia, por
ejemplo), luego encerrada en guetos, más tarde, ya con la muerte
como presencia insoslayable, en campos de concentración. Así, de la
separación, el maltrato y la discriminación se pasó, con “los
esfuerzos de la guerra”, al uso despiadado de un mano de obra
crecientemente esclavizada. De allí a la muerte el paso era más
corto. Los trabajadores exhaustos y mal alimentados morían con mucha
mayor “facilidad”, como lo sabe el mundo empresario en todas las
zonas en que las condiciones laborales “lo permiten” o “toleran”.
Y
el universo concentracionario fue haciendo su macabra cosecha. Hasta
que la dirección nazi, Hitler, el führer,
llega a “la solución final”, es decir al asesinato expreso y
masivo, ya no mediado por el agotamiento del trabajo, la
deshumanización organizada o el hambre. En
los nazis, la racionalidad capitalista los llevó a usar la mano de
obra judía, gitana, de disidentes, pero el racismo, irracional por
su propia base, los impulsó a sacrificar el rendimiento económico
para sólo cumplir “los mandatos de la sangre”. Un escalofriante
y perverso ejemplo del “ideario” racista que dio lugar a uno de
los mayores genocidios de la modernidad.
Campesinos
vietnamitas, mediados de la década de los 60.
Otra
transferencia
significativa
fue la que se operó mediante la instalación de aldeas
estratégicas
en Vietnam durante la guerra de EE.UU. contra ese país (1962-1975).
No conocemos cifras de mortandad durante esas migraciones
forzosas,
a mediados de los sesenta, aunque sí hay estimaciones del total de
muertos del país invadido (en una población de unos 40 millones de
habitantes, murieron unos 2 millones de seres humanos).
En
este caso, las víctimas de la guerra, en parte civil, pero
fundamentalmente la llevada adelante por EE.UU. ocupando el país,
sobrepasan largamente las víctimas provocadas por los episodios de
transferencia,
y cuesta dilucidar lo que hubo de limpieza
étnica
y genocidio
porque la propia invasión, so pretexto de ayudar a un gobierno
aliado en dificultades, funcionó como un plan geopolítico
gigantesco. En él, la limpieza
étnica
parecía limitarse a comunistas y no a la población en general. Con
lo cual se podría hablar en todo caso de un genocidio ideológico
(una de las formas que fueron desechadas en la definición inicial de
la ONU).
Recordemos
que durante el período de intervención militar estadounidense en
Vietnam (hubo otra guerra anterior para expulsar al poder colonial
anterior, Francia, que termina en 1954), las pérdidas de vidas
humanas se estiman en un 5% del total poblacional. Ya dijimos, unos
dos millones de seres humanos. Y con una coda estremecedora: por
muchos años, Vietnam pasó a ocupar el primer puesto en las
sociedades de todo el planeta por la cantidad de nacimientos con
malformaciones congénitas. Producto directo del “tratamiento
químico” que las fuerzas militares de EE.UU. le hicieron al
territorio, a la sociedad y a todos los seres vivos del país. Citadinos
camboyanos, 1975-1979.
Una transferencia
similar
en el método y la brutalidad al caso turco, aunque no con la
finalidad de apropiarse de las tierras como en tantos de los casos
que hemos ido recorriendo, fue el éxodo forzoso ciudad-campo
organizado por los Khmer Rojos, sobre la población urbana camboyana. Tras
años de terror organizado por una dictadura militar y urbana
(Lon-Nol, bajo el paraguas de EE.UU.) los revolucionarios socialistas
decidieron una transferencia masiva de población de las ciudades,
que consideraron antros de corrupción, al campo. Se ha discutido
mucho la cantidad de vidas humanas que demandó semejante
transferencia
para una población de entre 5 y 6 millones de habitantes; las
estimaciones van entre 200 000 y 2 millones de muertos. No hace falta
llegar a este úlitmo guarismo, manejado por tantas fuentes
occidentales de denuncia, para captar la atrocidad vivida. No
hubo limpieza
étnica;
hubo sí, como rasgo fuerte, transferencia
y su correlato, al parecer inevitable: genocidio. Afros
bajo el apartheid,
segunda
mitad del s. XX.
La
limpieza étnica sudafricana mediante bantustanización2
no implica el exterminio sino el confinamiento, aunque la propia
instauración puede “exigir” un forzamiento que “necesite” de
matanzas para imponerse (la más famosa, tal vez, para oídos
occidentales, fue la que procuró “liquidar” la resistencia afro,
en Soweto en los ‘70).
Aquí
vemos la difusa línea que separa la estructura de comportamiento, y
sobre todo la de construcción del otro en los casos de limpieza
étnica
y genocidio.
Los limpiadores étnicos querían “preservar la pieza”.3
La
bantustanización sudafricana tiene mucho más en común con las
reducciones
indias
organizadas por ejército e iglesia durante la colonización
posterior a la conquista española de los territorios americanos en
los primeros siglos occidentales de América. Y el parecido de la
solución proviene de la equivalencia de intereses: tanto los
anglo-holandeses en el África del Sur como los españoles en el
Nuevo Continente, contaban con la mano de obra nativa para el
funcionamiento general de sus sociedades.
Y
ese rasgo también caracterizó el intento de viabilizar un Vietnam
amigable a EE.UU. sobre la base de las aldeas
estratégicas:
conseguir un campesinado servil que proveyera víveres al bando
“demócrata”, no a la resistencia. Timor
Oriental, 1975.
La matanza del ejército indonesio cuenta con la triste marca de
registrar la mayor proporción de asesinatos respecto de la población
afectada. Se estima que arrasó unos 200 000 seres humanos de una
población total de unos 600 000. Porque la población local no
aceptó integrar el estado indonesio, de cuya población no había
formado parte al menos durante los últimos 500 años (el
colonialismo europeo partió al medio esa isla, como tantas otras
sociedades colonizadas).
Aun
cuando en términos de vidas tronchadas sobre la población
respectiva, todas las estimaciones consideran que el genocidio en
Timor Oriental fue aun mayor que el simultáneo en
Cambodia/Kampuchea, las miradas mediáticas occidentales se
concentraron en Cambodia e invisibilizaron Timor Oriental. Este
último estaba patrocinado por EE.UU., el primero, por sus enemigos. Bosnios-musulmanes
en Bosnia, 1992-1995.
El
caso Bosnia, con la guerra étnico-civil de 1992 a 1995 tiene
también, en su concierto de atrocidades, mucha especificidad: los
bosnios-musulmanes constituían el 40% de la población, unos dos
millones 4
y fueron los que cosecharon la mayor cantidad de víctimas mortales.
La cantidad total de muertos se estima en unos 250 000 (5% de la
población total), pero los correspondientes a la minoría musulmana
(la mayor) fueron unos 200 000. Una población que resultó
literalmente diezmada.5
En
la guerra de tres contendientes, que fue la que desgarró a Bosnia a
comienzos de los ‘90, campeó la limpieza
étnica, diversas
limpiezas
étnicas (que
iban a continuar haciendo estragos, con las persecuciones a albaneses
y con la revancha albanesa promovida por EE.UU. castigando
colectivamente a los serbios; a los racistas y a los antirracistas).
De algún modo, lo sufrido particularmente por los bosnios-musulmanes
constituyó un genocidio enmarcado en el fuerte antiislamismo que
campeaba ya entonces en Europa. Tutsis
(y hutus) en Ruanda, 1994.
Con
casi un millón de habitantes asesinados, casi todos con armas de
fuego cortas, armas blancas y herramientas, en unas seis semanas, la
matanza indescriptible que asoló a este país es considerada por
muchos, como el genocidio más grande de la posguerra. Programado
desde por lo menos tres años antes, durante los cuales el gobierno
hutu ruandés importó hachas, machetes, hoces, cuchillos, pistolas,
cuerdas en una proporción absolutamente insensata para la magnitud
del país. Cinco inspecciones del Banco Mundial durante esos tres
años no lograron percibir gastos “anormales” en las cuentas del
estado “controlado”, que pagó todas esas importaciones con
préstamos de ese origen. Tanto el aprovisionamiento sostenido como
la organización propiamente dicha de la matanza, nos permite, nos
obliga a hablar de un genocidio. Enraizado en el odio ancestral entre
la población hutu, que se había hecho con el aparato del estado y
la tutsi, los “mimados” del colonialismo. Sin
embargo, el estallido de la matanza, estimulada y coordinada a través
de las radios gubernamentales, con suministro público, cotidiano, de
armas y con el servicio de recolección de residuos domiciliarios
encargado de “limpiar” a diario de cadáveres calles y locales,
coincide con la inminencia de una invasión tutsi desde el exterior
(los tutsis contaban con apoyo desde su misma etnia también
establecida en Burundi, estado lindante). Una invasión que el
gobierno percibía como sumamente peligrosa e imparable. Tan
imparable resultó que aun llevada a cabo la matanza de tutsis (y de
algunos hutus refractarios), los tutsis que habían abandonado Ruanda
y se habían armado, volvieron como invasión militar y se hicieron
con el gobierno. El
genocidio
queda así muy entrelazado con una guerra que paradójica y
trágicamente se quería conjurar. La racionalidad y la frialdad del
comportamiento le otorgan los rasgos de un genocidio de dimensiones
estremecedoras, pero la invasión inminente desplaza en algo la
tragedia del genocidio
hacia
la guerra. Palestinos
en Palestina/Israel: la tragedia de un pueblo negado.
La
transferencia
de
1948, como ha dado en llamarse dentro de la sociedad israelí a la
expulsión violenta de palestinos fuera del estado israelí diseñado
por la ONU en el proyecto inicial de partición de Palestina en dos
estados (el israelí con el 52 % del territorio, el palestino con el
48%), significó el desplazamiento forzoso de unos 700 000
palestinos de sus hogares, lugares y medios de vida. Para lo cual,
los israelíes se adueñaron de unas cuatrocientas aldeas árabes
palestinas. Pero el operativo de expulsión logró “éxito”
porque entre sus primeras medidas se arrasó con una veintena de esas
aldeas con sus habitantes incluidos; la más tristemente famosa fue
Deir Yassin, con una cantidad de víctimas mortales jamás precisada,
pero que se estima por encima de cien seres humanos; hombres,
mujeres, niños asesinados en un único operativo. Otra aldea así
arrasada, aun mayor aunque no tan conocida, fue la de Lod, con unos
250 asesinados. Fueron justamente tales matanzas lo que precipitó la
fuga de una cantidad proporcionalmente enorme de población
palestina.
La
limpieza
étnica
así librada fue hecha para incrementar la proporción de población
judía en el estado sionista, puesto que en 1948 todo el territorio
palestino contaba con mayoría árabe, aun el adjudicado por ONU al
Estado de Israel. La
guerra entre los estados árabes vecinos y el flamante estado israelí
significó que este último se adueñara de inmediato de muchas más
tierras que las adjudicadas en el proyecto inicial de partición. El
Estado de Israel hizo uso –sobre todo a partir del resultado de la
Guerra de los Seis Días, en 1967, ocupando el resto de las tierras
palestinas– de la población palestina bajo la misma modalidad de
amo y ocupante respecto de la población aborigen que hemos repasado
en Vietnam, en la América hispana o en Sudáfrica. Todo el período
durante el cual la población palestina va pasando al estatuto de
población colonizada y subalterna respecto de los nuevos amos, no
configura así una política de exterminio; al contrario, la
construcción del Estado de Israel necesita mano de obra barata y la
población palestina pondrá a disposición esa mano de obra.6
A
causa de la hostilidad permanente de la población palestina respecto
de una ocupación que lleva ya más de medio siglo, que incluyó en
algún momento las temidas inmolaciones de los suicidas palestinos
(que expresaban el grado de desesperación a que la población nativa
había sido llevada con la política de despojo progresivo y
constante), el estado y la sociedad israelíes han ido cambiando su
conducta y en lugar de hacer uso de la mano de obra palestina,
desguarnecida y barata, pero potencialmente explosiva, han optado por
recurrir a otra mano de obra, también desguarnecida y barata, pero
de tierras remotas: Israel se ha llenado de obreros, asistentes,
peones y servidumbre filipinos, indonesios, chinos, marfileños,
etcétera. Pero
aun en el período en que el mundo económico israelí se valía de
mano de obra palestina, una muy ceñida, puntillosa, tenebrosamente
racional política de debilitamiento de toda la identidad palestina y
de su misma sobrevivencia, se fue haciendo más y más honda y por lo
mismo más insoportable: derribo de olivares y vides, uso de tierras
siempre palestinas, jamás israelíes, para todo tipo de “obra
pública” que indefectiblemente será sólo en beneficio israelí;
“el muro” se erigió sobre territorio palestino, incluso las
carreteras que luego son usadas exclusivamente por vehículos
israelíes se trazan sobre suelo palestino. El cegado sistemático de
pozos de agua que dificultan los riegos y la fructificación de los
suelos palestinos, la prohibición de edificar unida a una muy activa
política de derribo de viviendas por las causas más diversas
(proverbialmente, quitarle la vivienda a los deudos de cualquier
suicida o atacante), retención de haberes, aun los legalmente
devengados de acuerdo con las propias leyes israelíes, política de
puestos de control que hace de la vida cotidiana un martirio (esperar
a que se abra un portón, a veces horas, para ir a trabajar, a
cultivar o regar “tu tierra”, o para ir a la escuela; esperar que
se abra ese portón en algunos lugares dos veces al día, 15 minutos
cada vez, que puede convertirse en una sola vez, para ir a un
hospital aunque uno esté enfermo, herido o por parir), soportar la
sed de sus niños mientras la población aborigen observa a corta
distancia a los colonos israelíes llenando sus piscinas o lavando
sus autos... Tal
vez el ejemplo que muestra más cabalmente ese política tan
celosamente programada de devastación de las condiciones de vida de
los palestinos ha sido el asolar la Franja de Gaza desde el día
siguiente a la evacuación de los colonos sionistas a fines de 2005
con bombas de ruido (de la misma intensidad y características que
los misiles que ejecutan los mal llamados asesinatos selectivos), a
las horas más inesperadas del día o de la noche. Un castigo
colectivo que ha roto numerosos tímpanos, provocado enuresis en
muchos niños, y deteriorado al estado mental de muchos pobladores.
Se trata de “estruendos supersónicos que afectan particularmente a
pacientes de diversas enfermedades crónicas, incluyendo diabéticos,
cardíacos e hipertensos (GEMHP, Programa de Salud Mental de la
Comunidad de Gaza, Buenos Aires, Página12,
20/7/2006). Genaro Carotenuto nos informa que desde el retiro israelí
de la Franja de Gaza [en pocos meses] el ejército israelí “ha
asesinado –según Amnistía Internacional– por lo menos a cien
civiles, entre los cuales hay treinta niños [… y] en los últimos
tres años han sido muertos 800 civiles. A éstos hay que agregar las
ejecuciones extrajudiciales por parte del ejército […], 600
ciudadanos están detenidos sin ninguna acusación formal y en
condiciones durísimas, una Guantánamo más en tierra israelí […
y en Israel se reclama públicamente] el asesinato por parte del
ejército de ocho líderes palestinos, empezando por el primer
ministro Ismail Hamiyeh.” (Montevideo, Brecha,
30/6/2006). Antes de la reinvasión. Durante ella (a la Franja de
Gaza y El Líbano, julio 2006), los israelíes tuvieron un muerto en
Gaza y mataron a 254 palestinos de la Franja.
Son
todas medidas que hablan de la extrema meticulosidad, de la fuerte
racionalidad con que se ha encarado el tratamiento del pueblo
palestino destinado como Ariel Sharon declarara públicamente a
quebrarlo. Quebrar
un pueblo es una expresión bastante nítida, de etnocidio, genocidio
cultural, tan entrelazado con el genocidio a secas. Hemos
entrado así en una nueva fase: la población palestina ha dejado de
ser económicamente interesante para el Estado de Israel: una
política israelí para con los palestinos ya no necesitará contar
con disponer de ellos como mano de obra. El confinamiento de los
palestinos ya no resulta económicamente atractivo al estado israelí. La
población palestina está hoy en día confinada como pocas
poblaciones “libres” en el mundo: debido a la política del
estado israelí a lo largo de las últimas décadas y en particular
con la construcción del sobrecogedor muro de 8 metros de altura y
diseñado para cubrir unos 800 km. de largo.7 En
el momento actual, bajo los auspicios del Banco Mundial, diversas
empresas transnacionales han entrevisto la disponibilidad de esa mano
de obra desocupada y en estado de extrema necesidad, y hay proyectos
para la instalación de empresas en régimen de zonas francas
implantadas sobre los restos de los territorios palestinos, al menos
de la devastada Franja de Gaza.
Para
una población cuya infancia está cada vez peor nutrida, que ve
aminorar sus expectativas de vida, de salud, el deterioro sistemático
de su calidad de vida por la total marginación y maltrato a que han
sido sometidos, el ingreso a la esclavitud neo- o posmoderna puede
ser como un bálsamo. “El
Banco Mundial aconsejó el domingo 15/10/2006 a los palestinos de la
Franja de Gaza [...] una zona franca y se firmaron acuerdos de libre
comercio con la Unión Europea.” Por
cierto que la idea de aprovechar esa mano de obra se barniza con un
fraseo que escamotea su cruda verdad: “administrar el proceso de
atracción de inversiones, simplificar los trámites de operación
de las empresas instaladas”, son los “fundamentos” que
presenta PIEFZA (Programas de Estados Industriales y Zonas Francas-
Franja de Gaza. Palestina)
http://www.ciidh.org/areas/pol-publica/pdf/IncentivosFiscales-PRONACOM.pdf La
realidad actual, entonces, gira entre la prescindibilidad económica
de la población palestina para el estado israelí, los proyectos de
succión hipercapitalista mediante zz.ff. en la devastada Palestina y
el acoso, la represión y las muertes cotidianas, por goteo.
“La
verdad es que al día de hoy podemos dispararles a los árabes como
se nos ocurra sin ser penados.”
Esto declara Arik Diamond, un militar israelí (cit. p. Donald
Boström, Inshallah). Dada
la complejidad del cuadro, se hace difícil comprobar un genocidio
abierto, categórico. A esta complejidad contribuye la existencia de
grupos armados palestinos, pero con una salvedad fundamental: que la
violencia comenzó con los asentamientos sionistas, que los atentados
sionistas a población árabe palestina son muy anteriores, en el
tiempo, a los que ha producido la violencia palestina, que
históricamente no se la puede ver sino como resistencia. Aunque la
realidad mediática nos diga exactamente lo contrario. Para
acercarnos a entender si la vida de los palestinos está en peligro o
menoscabada, una vía es medir el alcance de las muertes prematuras.
Con lo cual se puede calibrar la existencia de una política genocida
no directa, pero que sin embargo sostiene el sentido final de todo
genocidio: acabar con un
otro
que resulta fuertemente insatisfactorio: el acortamiento de la
expectativa de vida de una población puede pasar a ser así
expresión de una política genocida. Que
puede recaer aquí y allá sobre pobres, viejos, enfermos, población
rural dispersa, pero también sobre palestinos. Carecemos
de datos sobre la expectativa de vida de la población palestina en
1947. Tal vez ni existan. Y la correspondiente entrado el siglo XXI.
Seguramente la población palestina no ha acompañado la curva
ascendente que caracteriza a los pueblos enriquecidos. Y
probablemente acompañe, en cambio, el destino de las expectativas de
vida que han menguado en varias sociedades humanas (en Rusia se
estima que la expectativa de vida ha bajado unos diez años entre
1974 y 1994. En apenas veinte años, se estima que bajó de 68 a 58
años: un verdadero cataclismo demográfico (algunos investigadores
atribuyen al descontrol sobre los materiales radiactivos como
resultado del cambio de régimen buena parte de esa mortandad
prematura).
Hay
varios países africanos, como Benin, por ejemplo, con expectativa de
vida también disminuida. En general, en África, es a causa del
HIV/SIDA. Nos
tememos que los palestinos pertenecen a este grupo de naciones.
No
se trataría, como en la exURSS de pérdida de vida por contaminación
radiactiva, de origen si no desconocido sí ajeno a un plan
deliberado. Ni, como en tantos países subsaharianos, de pérdida de
vida a causa de la plaga del SIDA, surgida inopinadamente en el Congo
en 1981. Aunque ya se cuenten por decenas de millones sus muertos y
por millones los huérfanos que ha ido dejando, tampoco se ha podido
probar fehacientemente que el SIDA provenga de un plan, algo
deliberado, aunque haya varios indicios en tal sentido.
Por
lo anterior, resulta difícil hablar de genocidio ambiental en Rusia
o incluso sanitario en el África negra, pero la peripecia inducida
en el pueblo palestino parece sí fruto de decisiones políticas. Los
conceptos de limpieza
étnica,
transferencia
o migraciones
forzadas
y genocidio
se entrecruzan y solapan en una danza macabra que generalmente
expresa la relación conflictiva entre un agrupamiento humano más
fuerte y otro más débil. Las
causas son muy diversas y las secuencias que se procesan muy
disímiles: los polpotistas ejercieron la transferencia
sin mediar ninguna limpieza
étnica:
el diseño construido por los polpotistas se constituyó en ejemplo
atrozmente modélico de genocidio. Aunque hay estimaciones que
arrojan más muertes bajo la dictadura de Lon-Nol, inmediatamente
anterior, ésta no ha sido visualizada, mediáticamente, como
genocidio. En este caso parece dominar el recurso ad
hominem;
la matanza bajo Lon-Nol se justifica porque era un “hijo de puta de
los nuestros”, al decir de algunos dirigentes de EE.UU.; la de
Pol-Pot se condena porque encarnaba el Mal (ajeno); el comunismo.
Tanto
los quilmes en el sur americano como los armenios en Turquía fueron
arrancados de su hábitat, despojándoselos de sus medios de vida e
identidad y obligados a alejarse a marchas forzadas. El resultado fue
una enorme mortandad entre los así transferidos,
sin contar los asesinatos que se hayan agregado por el tratamiento
militar. Volvamos
al caso palestino. La Nakhba, la expulsión de 1948, significó la
muerte de aproximadamente el 0,3 % de la población palestina
transferida.
El 0,1 % de la población palestina total. Tras conocer otros
guarismos de genocidios, nos puede “sonar” algo menor. Sin
embargo, son del mismo orden que los porcentajes oficiales u
oficiosos que se manejan en Argentina, con la política de asesinatos
selectivos y desapariciones
alrededor de 1976, con toda la sociedad, o buena parte de ella,
aterrorizada. Los cuerpos armados sionistas procuraron expulsar a la
población palestina, de sus lugares de vida y trabajo, arrancarlos
de la tierra milenaria empleando métodos racistas, típicos del
colonialismo: se trató de una operación conmocionante, cruel,
terrorista.
Pero
hay algo más, y más preocupante todavía, por su alcance. La
consigna fundante del sionismo, concebida por Theodor Herzl, “Una
tierra sin hombres para hombres sin tierra”
revela un rasgo colonialista peculiarmente fuerte. Para todo
colonialismo el encuentro con población en el territorio colonizable
es una dificultad, digamos técnica o militar, porque el colonialismo
excluye toda relación de respeto, de igualdad, de ayuda mutua,
solidaria. Cualquiera de estas expresiones es radicalmente
incompatible con todo proyecto colonialista: el amo nuevo necesita
encontrar seres inferiores; si no, no habría proyecto colonial. Pero
un colonialismo que ni siquiera “necesita” encontrar eso
está indudablemente más cerca del genocidio.
Que
es más fácil de plasmar cuando la población aborigen es escasa,
“ninguneable”, como con “La Conquista del Desierto” en la
Patagonia o los yaquis en California. Y más difícil si se trata de
millones, como en Palestina. Sabemos
que el colonialismo bordea siempre políticas genocidas. Lo que se
plasma inevitablemente en toda acción colonialista es ab
initio,
un etnocidio; un genocidio cultural, destrucción de la cultura del
pueblo objeto de la colonización. Consideramos que ambos fenómenos
etno- y genocidio se entreligan permanentemente. La indignidad
atribuida al colonizado le resta toda problemática ética a quienes
ejercen el dominio. Y en la reseña que hemos transitado hay,
significativamente, numerosos ejemplos.
Relaciones
entre limpieza étnica, migración forzosa y genocidio en el caso
palestino-israelí *