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Bergoglio y la dictadura: la guerra sucia desde la Sede Central de los Jesuitas
Por Horacio Verbitsky -
Wednesday, Mar. 13, 2013 at 6:19 PM
“La patota salió del Colegio Máximo”
Domingo, 2 de mayo de 2010
Un laico católico y un ex jesuita revelan las relaciones de Bergoglio con Massera y la represión. Una patota operativa golpeó a la novia del primero dentro del Colegio Máximo para que revelara dónde encontrarlo. El sacerdote manejaba el auto de Bergoglio, quien le contó sus encuentros con Massera y le habló del plan político del ex dictador. Una monja y una ex religiosa hablan del rol de Bergoglio en el secuestro de Yorio y Jalics.
El médico Lorenzo Riquelme, hoy de 58 años y residente en Francia, dice que la patota que lo secuestró y lo torturó en 1976 salió de la sede principal de la Compañía de Jesús, donde vivía y era principal responsable el superior provincial Jorge Mario Bergoglio. Riquelme tenía militancia en la Juventud Peronista y en el movimiento cristiano vinculado con los curas del tercer mundo. Para averiguar dónde encontrarlo golpearon a su novia, que trabajaba en el Observatorio de Física Cósmica de San Miguel, dentro del predio del Colegio Máximo. Riquelme cree que se trató de un grupo operativo de la Armada que tomó posiciones allí después del golpe. En esos apremios participó un sacerdote que con autorización de Bergoglio era capellán militar de la Escuela de Suboficiales General Lemos, en la vecina guarnición de Campo de Mayo. El ex jesuita Miguel Ignacio Mom Debussy, hoy de 63 años, hizo los votos el 13 de marzo de 1976 y Bergoglio fue su padrino de ordenación el 3 de diciembre de 1984. En los viajes entre San Miguel y la Ciudad de Buenos Aires en los que le hacía de chofer, Bergoglio le habló del proyecto político del jefe de la Armada, Emilio Massera, y le comentó que se había reunido con él varias veces.
El mago González
El Observatorio fue un lugar de encuentro de la militancia en los últimos años de la década del 60 y los primeros de la siguiente. Mucha gente de la zona almorzaba en su comedor, que era muy barato, y pasó a ser punto de reunión y de discusiones políticas. Entre quienes pasaron por allí estuvo Marcelo Kurlat, El Monra, uno de los dirigentes de las FAR, que luego del golpe murió al resistirse al secuestro por el grupo de tareas de la ESMA. El periodista Horacio Ríos trabajaba en la Municipalidad de San Miguel (hoy General Sarmiento), militaba en la JTP e integraba la comisión directiva del sindicato municipal. Su madre y su hermano trabajaban en el Observatorio. Ríos ayudó a crear una comisión interna muy combativa, que entre 1973 y 1975 logró importantes reivindicaciones. Los jesuitas no estaban muy conformes con que la efervescencia política de la que habían participado afectara sus propias instituciones. La esposa de Ríos era Graciela Podestá, quien entre 1999 y 2003 fue diputada bonaerense por el Frepaso. El ex jesuita Alberto Sily narra que poco antes del golpe muchos científicos y técnicos del Observatorio recibieron cartas con amenazas de la Triple A y cinco de los principales se exiliaron, en Uruguay y en México. Podestá y Ríos recuerdan a un jesuita de apellido español, que no trabajaba en el Observatorio pero vivía en el Colegio Máximo, que siempre llegaba con dos tipos armados con FAL.
Ese fue el sacerdote que participó en los apremios a la novia de Riquelme. Su nombre era Martín González. Mientras la golpeaban, González le sugería que colaborara. El torturador malo y el torturador bueno, dice Riquelme. Antes que comenzara a operar la Triple A ese sacerdote se comportaba como una ovejita pero luego del golpe pasó a ser un lobo, dice Graciela Podestá. Mom Debussy se sorprendió al conocer ese rol. Lo considerábamos muy bueno. Nos divertía con sus actos de prestidigitación. Cuando murió lo afeité y lo coloqué en el cajón. Para Riquelme fue más que una sorpresa: Era como si mi padre me hubiera traicionado, como una violación. Nosotros teníamos una agrupación de scouts, de la que González era capellán. Hacía magia, nos sacaba pañuelos de la oreja, nos enseñaba los trucos. Ambos consideran imposible que estos hechos pudieran ocurrir sin aprobación de Bergoglio, quien ejercía un control absoluto sobre todo lo que ocurría en su sede. Cuando asumió como provincial, en julio de 1973, mudó la curia provincial, que estaba en la calle Bogotá, de Caballito, al Colegio Máximo, para controlar mejor a los novicios y a los profesores. Allí se apropió del departamento del rector, y lo redecoró. Constaba de despacho, dormitorio y baño. Decía que cada uno es libre de hacer de su culo un florero, pero controlaba todo, desde la mentalidad a lo que hacías, se metía en las habitaciones individuales, revisaba cada cosa, relata Mom Debussy.
Mom Debussy se define como la oveja negra de una familia de la oligarquía. Por vía paterna desciende de Juan Martín de Pueyrredón y su abuelo materno era hermano del músico francés Claude Debussy. Su madre fue fundadora de la Democracia Cristiana, de la línea garca de Manuel Ordóñez. Eligió ser jesuita porque se llamaba Ignacio y era la orden más aristocrática y combativa. Riquelme, en cambio, proviene de una familia humilde y creció en el Barrio La Manuelita, a pocas cuadras del Máximo. Pasaba el día con los jesuitas, evoca. Cuenta que en el pequeño Vaticano que era San Miguel todos se conocían. También los milicos vivían allí. Iban a misa en el Colegio Máximo y sus hijos estudiaban en los colegios católicos. Muchos militantes del Peronismo de Base vivían en el Barrio Villa Mitre y trabajaban en el Colegio Máximo, durante los años culminantes del progresismo católico, en 1972 y 1973. Había también ex seminaristas. Estaban en comunidades orientadas por el sacerdote italiano Arturo Paoli. Bergoglio se encargó de suprimir ese fenómeno. En la primera congregación provincial que presidió, en abril de 1974, dijo que los jesuitas debían evitar lo que llamó las ideologías abstractas no coincidentes con la realidad y reaccionar con sana alergia cada vez que se pretende reconocer a la Argentina a través de teorías que no han surgido de nuestra realidad nacional. Mom Debussy recuerda que hacia fines de 1974, Bergoglio nos mandó a una manifestación de Isabelita en la Plaza de Mayo. María Estela Martínez de Perón salió al balcón vestida de rosa y habló de anular contratos con la Siemens. Al frente de nuestro grupo puso al maestro de novicios Andrés Swinnen. Tuvimos que ir todos con una bandera argentina. Bergoglio era amigo personal del coronel Vicente Damasco, a quien visitaba en su casa de la calle Asunción, en Villa Devoto. Damasco fue encargado de la custodia de Juan D. Perón y profesor de Planeamiento y Organización en la sede San Miguel de la Universidad jesuita del Salvador. Con el asesoramiento de Bergoglio elaboró un proyecto de reforma constitucional. El primero de sus ocho principios orientadores decía que la Divinidad es la medida de todas las cosas.
El proyecto de Massera
Ahora dice que viaja en subte y colectivo. En la larga década en que yo lo serví no iba a ningún lado sin el auto, ni siquiera a los barrios que estaban a pocas cuadras, como La Manuelita, refuta Mom Debussy, quien subrayó y anotó su ejemplar de El jesuita, la autobiografía que Bergoglio acaba de publicar en su descargo. Los viajes más largos eran entre San Miguel y la Ciudad de Buenos Aires. Varias veces le comentó encuentros con el miembro de la Junta Militar Emilio Massera. Me dijo que quería proteger a los novicios y estudiantes (dos veces aparecieron milicos cuando yo estaba en el noviciado, nos hicieron salir, nos apuntaron. Después no nos acosaron más). Estaba en negociaciones con él porque quería que la Marina comprara el Observatorio de Física Cósmica, lindero al Colegio Máximo. No se llegó a un acuerdo y en diciembre de 1977 lo compró la Fuerza Aérea. Varias personas que trabajaban allí fueron secuestradas y cuando recuperaron su libertad, fueron despedidas por Bergoglio, dice Riquelme. Hay quienes dicen que los protegía, porque les pagó el último sueldo.
A Mom Debussy, Bergoglio también le habló en los viajes del proyecto político de Massera.
¿Con simpatía?
Seguro que con disgusto no. Le parecía bien que fuera contra Videla.
Yoga y oración
En La Manuelita estaba la parroquia Jesús Obrero. Allí se instaló el sacerdote Jorge Adur, quien era integrante de Montoneros, con tres seminaristas de la orden asuncionista que estudiaban teología en la Facultad que funcionaba en el Máximo. Con Adur tenían un vínculo afectivo pero no político, porque para ellos toda la política era el diablo. Nos lo habían dicho a los pibes del barrio para desaconsejarnos la militancia. Meditaban diez horas por día, hacían yoga y oración. Pensaban irse a la Patagonia por un año a meditar. Eran contemplativos, como Jalics, dice Riquelme. Dos de esos seminaristas, Carlos Antonio Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez, fueron capturados el 4 de junio de 1976, en un operativo del Ejército y la policía con armas y uniformes a la vista. Adur no había ido a dormir esa noche al barrio. Por la mañana los vecinos se turnaron para esperarlo en la parada de colectivo y avisarle para que se fuera. Diez días después, un grupo del Ejército me levantó a mi y a Haydé Balmaceda, de la Unidad Básica de La Manuelita, que era ayudante de una clínica. Creo que el lugar al que nos llevaron era una comisaría, a veinte minutos del Camino Negro, donde nos tuvieron encapuchados. Tenía celdas, baño y sala de torturas, con electricidad. Nos torturaron y nos preguntaron por esos curas y por la posta sanitaria de Montoneros. Dos días después los sacaron en un camión, a las 4 de la mañana. Riquelme se cayó sobre una persona, que le preguntó:
¿Quien sos?
Lorenzo.
¡Que suerte, no quería morir sola! le respondió Balmaceda.
Los llevaron a un descampado y los hicieron arrodillar. Yo quería morir de pie y gritando alguna consigna heroica como en las películas. Pero tenía la garganta cerrada. Me pegaron un empujón y se fueron. Pensé que estaba muerto. Haydé me decía que nacimos de nuevo el mismo día y que la gordura la salvó de que la violaran.
Guardias con FAL
Durante los días de ausencia de Riquelme, el capellán Martín González le dijo a su novia: Este se fue a curar guerrilleros. La detuvo en el Colegio el grupo de marinos que se habían instalado en el Observatorio. Mientras le pegaban, González participaba. Decí dónde está, mejor que hables porque si no no puedo hacer nada por vos. Riquelme se había refugiado en la casa de una compañera de facultad, hija de un militar. A las nueve de la noche la novia no pudo resistir más. Lo llamó por teléfono al número que él le había dado, le preguntó dónde estaba y le pidió que la esperara allí. Veinte minutos después caen y me levantan. Encapuchado, me llevan hasta una casa operativa, creo que en Bella Vista. No me creían que ya había estado secuestrado, me torturaban y me decían que había estado curando gente. A la madrugada lo sacaron de allí. Uno lo asía del brazo.
¿Qué va a pasar? preguntó Riquelme
No sé, están decidiendo le respondió.
Lo llevaron hasta una ruta y lo tiraron en una zanja. Cuando se van me levanto, camino y reconozco que estoy a 200 metros del Colegio Máximo, en el barrio que está enfrente. Recién días después, Riquelme pudo hablar con su novia. Me cuenta que me entregó porque González le dijo que colaborara. Yo lo conocía desde que fui boy scout. Siempre venía de la Escuela Lemos con chofer en una F100 del Ejército, acompañado por dos guardias con FAL. Nunca pude acercarme para hablar con él. Graciela Podestá recuerda que el sacerdote de apellido español comentó: Espero que esto sirva de lección.
El uso de armas era habitual en el predio jesuita. Bergoglio nos mandaba a hacer guardia nocturna con carabinas .22 y balas de plomo, cuando se recuperó la pileta de natación de los fondos del Máximo y hubo algún intento por bañarse de la gente del barrio aledaño, donde hacíamos catequesis y visitábamos las casas, recuerda Mom Debussy. Riquelme fue uno de los jóvenes que lo intentaron. El hermano Rivisic me tiró con la 22, porque me metía en la piscina. Me pasó cerca de la pierna y me dijo que la próxima vez me tiraba a pegar, recuerda.
Almuerzo con granadas
En el Observatorio había gente izquierdosa. Mariano Castex llevó ahí a muchos profesores de Exactas reprimidos en la noche de los bastones largos, curas progres, ex seminaristas. La Marina lo limpió. En 1975 hubo un Congreso controlado por el SIDE y la Marina, dice Riquelme. Sus recuerdos coinciden con los de Mom Debussy. Ellos no se conocen y las entrevistas se realizaron por separado. Bergoglio invitaba al Colegio Máximo a oficiales de Campo de Mayo, que venían de uniforme. Una vez llegaron varios con ropa de combate y unas granadas redondas colgando. Los recibió en el comedor viejo del tercer piso, que después el mismo Bergoglio clausuró. Estábamos cenando y llegaron con un capellán, recuerda Mom Debussy. Podestá y Ríos cuentan que en el barrio corren historias sobre cuerpos enterrados en las adyacencias del Colegio Máximo y su viejo cementerio. Según esa leyenda un cuidador del Colegio y varios vecinos vieron fantasmas de gente sangrante.
Después del segundo secuestro, Riquelme se fue a vivir en una casa de la calle Malabia al 1400, en la Ciudad de Buenos Aires, que pertenecía a la Faternidad de Hermanitos del Evangelio Charles Foucauld. Allí vivían los curas Jesús y Mauricio Silva Iribarnegaray. Mauricio trabajaba como barrendero municipal. El 22 de mayo de 1977, Riquelme se fue de la Argentina hacia Francia, donde aún vive. Su hija, nacida en París, se apasiona por entender aquella época. Desde hace dos años estudia Ciencias Políticas en la Argentina. Mauricio me acompañó al aeropuerto. A él lo secuestraron quince días después, y sigue desaparecido. En París, participó en la denuncia de las atrocidades de la dictadura. Adur estaba deprimido. Algunos padres le escribieron que era un sinvergüenza que vive en el dorado exilio y a mi hijo lo mataron. Por eso aceptó ese rol ridículo de capellán del llamado Ejército montonero. Lo secuestraron en 1980 cuando llegó con documentos falsos e intentó ir a Brasil para acercar a las Madres de Plaza de Mayo al papa. Desde París, Riquelme le hacía el control telefónico. Cuando Adur dejó de llamar, Riquelme avisó a los asuncionistas, que son dueños del diario La Croix, pero recién al cabo de una semana aceptaron publicar una nota en condicional. Me decían que Adur sabía lo que le podía pasar. Jesús también sabía, les contesté.
Los signos del cardenal
Por Horacio Verbitsky
La monja Leonor Carabelli, quien integra la comunidad de las hermanas de Nuestra Señora de la Esperanza, y la ex monja dominica Norma Elena se comunicaron con este diario para ofrecer su testimonio sobre la responsabilidad del cardenal Jorge Bergoglio en el secuestro de los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, a quienes ambas conocieron bien.
Carabelli muchas veces les escuchó decir que Bergoglio los había entregado y que no hizo ninguna gestión para defenderlos una vez secuestrados. También un jesuita amigo de Bergoglio que pasó por nuestra congregación habló mal de ellos. Dijo que estaban presos porque desobedecieron al provincial, que tenían plata y mujeres.
Cuando Norma Elena dejó los hábitos se casó con Ricardo Laskowski, quien había sido compañero del seminario de Yorio. Laskowski se retiró como diácono pero siguieron siendo muy amigos. Yorio los casó y se fueron a vivir a Reconquista, en el norte de Santa Fe, donde hicieron trabajo social en el Instituto de Cultura Popular, Incupo, inspirado por los obispos del NEA. Norma y Ricardo adherían a la Teología de la Liberación. El 23 de septiembre de 1976 los secuestraron. Al quedar en libertad se exiliaron en Alemania. En el verano alemán de 1977 recibieron en su casa de Obermuentertal a Yorio, quien les presentó a Jalics. Ambos venían de Roma donde se encontraron con un asistente del superior jesuita Pedro Arrupe. Según le contaron a Norma y su marido, allí hicieron saber que Bergoglio los había entregado. Mientras estaban secuestrados, Bergoglio le envió una carta a Arrupe en la que le explicó que Yorio y Jalics no pertenecían a la orden desde una fecha anterior al secuestro. Arrupe les propuso el reingreso a la orden. Jalics aceptó y fue designado maestro de novicios en el Convento Saint Rupert, entre Obermuentertal y Staufen. Yorio, se negó y permaneció en el clero secular.
Leonor Carabelli agrega que también el sucesor de Arrupe, Peter Hans Kolvenbach, le ofreció a Yorio volver a la Compañía de Jesús, en 1996, pero que no aceptó porque no le permitieron acceder a la documentación con los cargos que Bergoglio había presentado en su contra. Orlando quería saberlo para defenderse y limpiar su nombre, que es uno de los derechos más sagrados de la persona. Kolvenbach le respondió que eso no podía hacerse. Yorio le dijo que en ese caso sólo deseaba dar los pasos necesarios para poder sentarse a la misma mesa en el Reino de los Cielos. Carabelli dice que algunos cristianos de buena fe le han preguntado si no creía que el Cardenal pudo haberse arrepentido y cambiado. Todos tenemos la oportunidad de arrepentirnos, responde la religiosa. Pero el arrepentimiento se pone de manifiesto con signos. Un signo grande sería tener el coraje de reconocer el mal que hizo y pedir perdón. Y un gran signo en contrario es seguir hablando mal de quien está muerto, como en el caso de Orlando, que ya no puede defenderse, e insistir en la mentira y en la calumnia, lo que moralmente es muy grave. Yorio murió en 2000 de un infarto. En uno de los aniversarios, las hermanas de Nuestra Señora de la Esperanza enviaron un correocircular sobre el tema. Decía que así como otros sectores comprometidos en el genocidio, como el Ejército, habían hecho un público petitorio de perdón, de la misma manera sería saludable que lo hiciera la persona que entregó a Yorio y Jalics. Nada de esto hemos visto, sino tan solo una actitud del cardenal de querer limpiar su imagen o de embellecerla, lo que como es lógico desata andanadas de testimonios en su contra.
Poco antes de morir, Laskowski recibió un pedido de útiles para una asociación por los derechos de los pueblos originarios en la que trabajaba junto con Norma Elena. Respondió que no tenían recursos pero que tal vez podría conseguirlos. Le escribió una carta a Bergoglio y la llevó a la sede del Arzobispado de Buenos Aires. Exponía sobre su relación con Yorio y lo que le había contado sobre él y que necesitaba 5000 pesos para ayudar a una comunidad indígena. Al día siguiente, Bergoglio en persona lo llamó por teléfono y lo citó en el Arzobispado. No lo atendió Bergoglio sino un ayudante y le extendió un sobre con ese dinero.
Como una reina
Por Horacio Verbitsky
Los jesuitas más viejos comentaban que cuando Bergoglio se ordenó hubo una banda de rock, con guitarra eléctrica, batería y saxo. Pero como provincial eliminó los nuevos cantos litúrgicos, los coros de laicos. Sólo permitía cantar Los Cielos, la Tierra y el mismo Jehová, o el Himno del Congreso Eucarístico de 1934, evoca Mom Debussy. La ruptura entre ambos, que habían sido íntimos amigos, se produjo por lo que el ex sacerdote llama la regresión tridentina de Bergoglio. Empezó a usar sotana, cosa que nadie hacía salvo algún viejo, y a retomar liturgias previas al Concilio Vaticano II. En la facultad no estudiábamos a los filósofos posmodernos. Muy poco a Nietzsche, Kierkegaard, Heidegger, Merleau Ponty, nada de Sartre, Foucault, Spinoza o Marx. A los estudiantes nos hacía leer laudes en el coro, cosa que San Ignacio no aceptaba. La estola, de terciopelo o bordada en oro, se la colocaba cruzada, como antes del Concilio. Usaba las más suntuosas cuando celebraba en los barrios, porque decía que al pueblo le gustaba ver a Evita como una reina.
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