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‘Etín’ Ponce: crónica de una flexibilidad anunciada
Por Indymedia Rosario - Sunday, Nov. 05, 2017 at 5:35 PM
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Por estos días el mundo del trabajo asiste a uno de los embates más fuertes desde el retorno democrático. Hay quienes aseguran que supera al menemismo ya que por entonces la manta de la revolución productiva cubría el látigo de la privatización, la flexibilidad y el ajuste. La reforma del convenio lechero, con la firma del Secretario General de ATILRA, Héctor ‘Etín’ Ponce, pone bajo la lupa un tema profundo, pero no sorprende. Explica con claridad por qué la manta de ‘la interna gremial’ muchas veces esconde la guillotina de los derechos en épocas de razzia.

Héctor Ponce, 'Etin' forjó su carrera sindical en la cuna de la que supo ser una de las principales lecheras argentinas: la Sunchales de Sancor, donde maceró un poderío cercano a las patronales. De discurso preparado y prolija presencia, lleva 15 años conduciendo una estructura sindical a mano de hierro. Un poder que consolidó con sus millonarios aportes al boxeo, cuyas manos le han servido para cubrirse la espalda en diversas embestidas contra quienes no podía alinear a su mandato.

Tuvo su época mesiánica, expresada en la revista sindical La Voz. Durante el período de separación fuerte de la CGT y enfrentamiento por el liderazgo junto a Cristina Fernández de Kirchner fantaseó públicamente con ser el dirigente de la central obrera. Algo pretensioso para un hombre de un sector que maneja una planta de 25 mil afiliados a la baja y que aunque en su territorio le besan el anillo, fuera de él es un burócrata de estilo y poca monta, lo suficientemente desprolijo en sus riñas internas como para no ser un buen candidato.

El dirigente de la UOCRA Juan Pablo ‘Pata’ Medina fue involuntario protagonista de un montaje mediático y judicial que también podría, en su lugar, haber tenido a buena parte de la plana mayor del sindicalismo vernáculo. La estrategia de exponer sus papeles flojos y su dudosa ética para avanzar sobre derechos colectivos como la huelga, le rindió al gobierno y a los empresarios. Es una estrategia perspicaz la de tapar el avance sobre derechos colectivos yendo por personajes indefendibles en lo personal, sobre todo en un mundo caracterizado por debates binarios y rápidos. Pero la elección de Pata como candidato al cachetazo no fue azaroso: sin dudas el poder advierte, pero no traiciona ni se suicida.

Tranquilamente ese sindicalista podría haber sido Etin. Pero no, él no hace huelgas, es una contraparte-espejo modelo para las patronales que nunca chistaron por aportarle miles de pesos por trabajador mensualmente para rellenar una descontrolada caja negra que servía de reaseguro mutuo de los conflictos pasados y por venir.

La batalla

Ponce no tiene límites a la hora de castigar a sus oponentes internos. En Rosario esto se vio con crudeza el 3 de diciembre de 2008, cuando una patota comandada por el líder –no encabezada, porque se quedó atrás rodeado de boxeadores midiendo el resultado militar de la emboscada- desembarcó para aniquilar a los integrantes de la Seccional Rosario de Atilra.

 

Los ‘verdes’ locales y los ‘amarillos’ que uniformados llegaron a la ciudad desde distintos puntos del país intercambiaron piedrazos por más de cuarenta minutos ante una policía avisada y pasiva, atenta a órdenes del también avisado y pasivo gobierno provincial por entonces a cargo de Hermes Binner y el responsable de seguridad que hasta hace poco seguía formando policías, Daniel Cuenca. El resultado de aquella jornada fueron múltiples heridos y un muerto.

Héctor del Valle Cornejo, tesorero de ATILRA Córdoba, cayó en un sitio muy difícil de explicar. La seccional local del sindicato quedaba a metros de una ochava que los verdes no pasaron más allá de los cincuenta metros. Pero el cuerpo herido de muerte y cuyo traslado habría dejado un reguero de sangre que no se vio, estaba a tres vueltas de esquina en una zona cortada por el Club Plaza Jewell. No hacía falta ser perito para advertir que la bala que lo mató no era ‘enemiga’.

No importó y el aparato judicial jugó la partida. Pero, como el convenio flexibilizador recientemente firmado, este hecho evidente tuvo también su historia y su continuidad. Ese 3 de diciembre en la puerta de la sede gremial se hacía un acto en el que participaba buena parte de la militancia local, en repudio a la agresión que el 27 de noviembre anterior había sucedido en el Centro de Distribución Sancor Rosario. Una patota de 400 personas encabezadas por Ponce había ingresado al lugar de trabajo con la excusa de que la comisión interna donde estaba el Secretario Adjunto de Atilra Rosario no representaba a los compañeros.

La síntesis es que los cagaron a palos. No importó la presencia de un compañero con tratamiento oncológico al que patearon en el piso, ni de otro que recientemente se reincorporaba de un accidente automovilístico que le partió la cara en veinte partes. Todos cobraron. Y la tele lo filmó en su máximo esplendor. Repudiando eso, el acto del 3 de diciembre se realizaba cuando, pese a las cartas previas de anuncio a las autoridades provinciales de que se rumoreaba de que en algún momento de esa semana se planeaba un desembarco, 900 tipos vestidos de amarillo con palos y cadenas en las manos caminaron cinco cuadras hasta el sindicato desde la Terminal de ómnibus donde los tiraron los bondis contratados.

Como Ponce había comentado que iban a una asamblea y sólo los de adelante iban preparados para pegar, ciento cincuenta personas en la esquina de San Luis e Iriondo corrieron a piedrazos y sillazos a la milicia amarilla. Los videos en este sentido son esclarecedores. La convicción de esa militancia local de trabajadores lácteos y diversos sectores en la defensa del primer sindicato industrial privado que se había sumado en los ´90 a los escraches a los genocidas y que había hecho de la solidaridad una política de clase, lo valía.

Todo al asador

El caso de Atilra Nacional vs Atilra Rosario es de manual. Pero lo curioso es que Ponce tuvo que aplicar todas y los negros rosarinos eran como las cucarachas: había algo que los hacía reaparecer tras la bomba atómica. Ese grupo de militantes defensores de sus compañeros, con contradicciones como todos los grupos sindicales, lejos de toda insignia de estatua y cuadros, bien terrenales y populares, además de todo tenían un nivel de compañerismo a escala humana inviolable. No era solo lealtad y conciencia. No era uniformidad. Era la comprensión de que el vínculo interpersonal era la expresión política de una construcción sindical sólida y coherente. No por hacerse los amigos, sino como planteo de principios.

En ajustado resumen para ir concluyendo una historia muy rica y compleja: previo a los ataques, acusándolos de zurdos y rojos, mandaba a los verdes a alojamientos alejados de otras seccionales para que no las contaminen en los congresos sindicales. Posteriormente a los ataques Ponce intervino y disolvió la seccional Rosario de ATILRA, echó a sus dirigentes del sindicato y los acusó por el homicidio de Cornejo. Pasaron 5 años hasta que fueron sobreseídos, tras un calvario que incluyó los aberrantes desmanejos judiciales.

Pero, además, al disolver la seccional Rosario tuvo otro acto digno de estudio. Dividió a los afiliados de la disuelta Rosario –no hace falta aclarar la importancia de esa ciudad en la provincia- entre dos distantes a cientos de kilómetros: la existente de El Trébol y la recién creada de Totoras. La decisión no era casual: de ese modo se garantizó el triunfo en la elección posterior de autoridades, siendo que con el esquema precedente hubiera sido aplastado por los verdes en las urnas. Otorgando peso relativo a determinadas fábricas del interior provincial, sacó cuentas, dividió a los laburantes, los hizo parte de seccionales que les quedaban lejos geográficamente y sacudió a la contra otra vez.

Igual, eso no fue todo. Tensó el conflicto en COTAR de la mano de su socia y controladora Sancor, y echó a todos los delegados combativos. En Sancor el tema fue más complejo y llamó la atención el desmanejo económico que significó para la empresa que, cinco años más tarde, entraría en estado de quiebra. Para terminar de deshacerse del núcleo duro verde, Sancor echó a los delegados gremiales, cerró el Centro de Distribución Rosario y lo trasladó a la localidad de Gálvez a 150km, donde cada día los pocos lecheros rosarinos que subsistieron deben viajar a laburar hasta el día de hoy. De este modo se puede decir que la persecución sindical aportó al rojo de la cooperativa.

Eso sumado a la clásica fórmula de agotadoras conciliaciones en el Ministerio de Trabajo, aprietes dentro de las plantas, chuseo de la gerencia, campañas de descrédito, invitación al retiro voluntario, quite total de tareas y aislamiento en planta para ganar por cansancio, algo que un referente soportó por ocho años hasta jubilarse anticipadamente. Entre otras clásicas del hostigamiento burocrático patronal al enemigo interno.

¿Por qué traer todo este arsenal en el marco de una feroz flexibilización laboral?

Porque el que avisa no traiciona, decía el General Perón, a quien Etín gusta citar –con cautela-. Porque estos comportamientos presentados como internas gremiales en una coyuntura son el caldo de cultivo de la aceptación de las propuestas del poder en otras. Porque son estos dirigentes sindicales los que prestan la birome para cerrar los convenios a la baja. Porque además y como dato aledaño no menor, son estos dirigentes los que promocionan en la tapa de su revista sindical el aumento salarial con el pato Tío Rico lleno de bolsas de dinero con culos perfectos de las rubias que portan los carteles de los ring de box. Porque esa es la propuesta política, lo que se quiere ser, a donde se va. Es el interior de la revista con Ponce viajando por el mundo cerrando acuerdos con mercados mundiales. Esta vez, el acuerdo fue para vender los derechos colectivos y arruinarle la salud y la vida a miles de laburantes. Lo que no se puede decir es que el tipo no avisó.

Lo que vuelve, lo que está en marcha porque nunca se borraron sus cimientos, es lo expresado por Felipe Solá esta semana en el programa Minuto 1 (C5N). Un hombre que porta con cara de poker su responsabilidad como Secretario de Agricultura de Carlos Menem en la aprobación en 1996 de la introducción de la soja transgénica resistente al herbicida glifosato –que era discutida en ese mismo momento en Estados Unidos-. Lo hizo con 136 folios, de los cuales 108 pertenecían a informes presentados por Monsanto, que hoy es acusada a nivel mundial por expandir ese elemento cancerígeno. Un tipo que, como Aníbal Fernández, deja de hacerse el listo y titubea cuando le preguntan por los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en 2002 durante su gobernación.

Felipe Solá dijo que lo fundamental es sostener las organizaciones sindicales, aún más allá de los derechos colectivos. Una joya noventista que convoca, con el relato precedente que será prototípico pero no el único, a pensar cómo se sostienen sistémicamente los sectores que, al fin y al cabo, siguen pensando en un proyecto de país que a costa de sangre de otros sostenga sus impúdicos privilegios


Por Indymedia Rosario

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