Una horda de vecinos ataca a un pibe de 18 años en barrio
Azcuénaga. Relatos periodísticos incorporan elementos
de la barbarie colectiva: quemaduras de cigarrillos, cadenas, hasta
una moto pasándole por encima, un conductor interrogándose
si aun respiraba y que, si no, se hiciera lo posible para que deje
de hacerlo. David yace desarmado, solo y bañado en su sangre
en el medio de la calle, junto a la moto que lo trasladaba. Está
casi inconsciente, atina a levantar la cabeza. Una patada la hace
rebotar contra el asfalto. Queda inmóvil. Alguien llamó
una ambulancia, otro la canceló para garantizar la muerte
del pibe. Las patadas le rompieron el cráneo. El joven muere
luego de tres días de agonía.
El caso del linchamiento de David Moreira y la réplica
de agresiones a presuntos delincuentes en distintos puntos del país,
expuso crudamente una problemática que se arrastra de largo
rato y, como suele suceder, empieza a ser interesante para algunos
sectores políticos y mediáticos cuando la morbosidad
de los hechos la hacen inocultable.
No sólo por el hecho en sí de que decenas de personas
pateen a otra indefensa y desarmada, por ende sin estar en riesgo
la vida de los que se tornan en agresores, hasta matarla; sino por
las reacciones que aparecen tras su ejecución. Desde que
se conoció la noticia del linchamiento de David, las redes
sociales mostraron cómo un discurso y acción fascista,
opuesta a toda norma, se trasluce en festejos, pedidos de replicar
la agresión en un todos contra ellos. Esos otros,
distintos e inaceptables, que salieron de algún lugar a alterar
el cotidiano de la gente de bien que paga sus impuestos.
Leer más | por Indymedia Rosario
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