Nos movemos en un sistema que no sólo mercantiliza la cultura sino que además se adjudica el derecho de sectorizarla, de segmentarla, de diseñar productos vendibles para diferentes públicos, moldeados para el consumo. Ser joven, dentro este entramado de relaciones de compra-venta cultural, es una condición que atraviesa transversalmente toda situación de clase. Un mismo mercado con una única dinámica de funcionamiento, parcelado a la medida de las limitaciones que la realidad imponga. Espectadores pasivos buceando entre ofertas múltiples de ocio escapista. Todas y todos adecuándonos a un terreno edificado y en apariencia inamovible en el cual no somos sujetos colectivos creadores de cultura o individuos capaces de compartirla, de desesquematizarla.
Lee el dossier completo en >> Contracultura