En la década del 90 se plantaron las semillas de la rebelión. La clase
trabajadora vio plasmada en si la mutación que introdujeron las altas tasas
de desempleo, el desguace de la industria nacional y las empresas estatales.
Muchos de los trabajadores, que antaño se iniciaban y terminaban su actividad
en la misma fábrica, donde posiblemente sus hijos siguieran el derrotero,
devinieron en empleados informales, precarizados en el mejor de los casos
y, si no, formaban parte del nuevo sujeto social que con fuerza se imponía:
el desocupado. Justamente, fue el conflicto de Cutral Có en 1996, generado
por los despidos masivos a raíz de la privatización de YPF, que se transformó
en pueblada e instaló no solo al desocupado como nuevo actor social, sino
al piquete como su método de lucha.
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