Se dice que cada tarde, al caer la oración, una jaula arribaba a la finca de Musa Azar. Allí, el represor mantiene un zoológigo privado. La jaula transportaba animales: burros, o perros callejeros. Pues Musa -según el decir popular-, se solazaba entregándolos vivos a la voracidad de sus tigres O los más pequeños, a los chanchos del monte..
Los datos trascendidos del experto en criminología, en el sentido de que en los huesos de Leyla se habrían encontrado las huellas de las garras de un tigre, abre otro interrogante siniestro acerca de la carrera criminal de un personaje largamente dueño de los destinos santiagueños.
La existencia de Musa Azar está llena de símbolos. Por ejemplo, aquel que gestó -¿conscientemente?- al situar el edificio central de su tenebrosa Secretaría de Seguridad al lado del Banco de Santiago del Estero, hace algunos años privatizado.
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