Dos mil seis fue un año lleno de resistencias. Luchas sociales, desde
el campo a la ciudad. Fue cuando la gente comenzó a decir basta a numerosos
proyectos que vienen de la mano de políticas internacionales, políticos
locales y corporaciones. Revelando la razón de este modelo capitalista
que se apropia de los recursos naturales convirtiéndolos en mercancía.
Sin importar el avasallamiento de comunidades, culturas, territorios, forzándonos
a una vida artificial.
Por eso, desde el Colectivo Medio Ambiente creíamos importante poder
plasmar algunas reflexiones, no a modo de una seguidilla de acontecimientos
cronológicos, sino más bien poder ser críticos a ellos
y plantear un debate más amplio, donde las luchas ecologistas dejen de
ser motivo de espectáculo televisivo y pasemos a tomarlas como una lucha
más contra este modelo capitalista actual que día a día
modifica la natural relación de lxs humanos hacia y con lo que nos rodea.
Llega Diciembre y en nuestras casa plantaremos pinos de aquí y allá.
La navidad pareciera la mejor actividad de marketing de Ence y Botnia. Algunos
hasta incluso vienen nevados, quizás para que nos vayamos acostumbrando
al cambio climático.
Cuantas minas que tengo…, celebran los funcionarios a lo largo de la cordillera,
mientras las corporaciones mineras destruyen montañas y glaciares y los
venenos corren por los ríos. Muchas poblaciones comprenden que la organización
es una importante herramienta de resistencia. El campo antes era el lugar donde
se sembraban alimentos y sueños, hoy parece más un laboratorio
a cielo abierto donde multinacionales como Monsanto producen semillas transgénicas
y destruyen las semillas nativas. Los movimientos campesinos continúan
enfrentando el avance de los terratenientes, mientras familias enteras son desalojadas
y sus casas quemadas. La impunidad de los agronegocios avanza plantando hambre
para muchxs y cosechando riqueza para pocxs.
Si de hambre hablamos, el mundo tiene hambre de consumo, y el consumo hambre
de combustibles. Los agro especuladores encontraron un nuevo negocio para satisfacer
la demanda de energía: biocombustibles. Una nueva cara de la “revolución”
verde que promete energías alternativas que se disfrazan de verde para
seguir desmontando e incrementando la avaricia. Argentina es un “país
en serio” y como tal el granero del mundo puede empezar a producir combustibles
verdes, porque nos dimos cuenta que estamos esquilmando los “recursos
energéticos” y necesitamos nuevas alternativas para poder seguir
despilfarrando, lo que no hace otra cosa que seguir avalando y sosteniendo un
modelo que nos conduce a nuestra propia destrucción, satisfaciendo los
bolsillos de corporaciones y gobiernos gerentes que negocian y especulan con
la vida de las personas.
Reaparece en los medios “la crisis energética” y comienzan
a desempolvar viejas soluciones: proyectos nucleares y más represas que
prometen eliminar la crisis. Repsol, nuestra “gran aliada”, sale
a explorar el mar, porque si queda algo de petróleo por explotar, debemos
ir a buscarlo y ya.
En los territorios urbanos crecen los reclamos por viviendas dignas mientras
tanto los planificadores del mañana, nos venden mega edificios a los
que la mayoría de la población no podrá acceder... Altas
en el cielo, se ven estas torres, con todo incluido, pileta, árboles
y un gran cerco perimetral verdaderos barrios privados en la ciudad. Igual destino
para el espacio público, cada vez menos público, donde las plazas
se enjaulan para “asegurarnos” en medio de la inseguridad que supimos
conseguir. En estos “espacio verdes”, nos encontramos cotidianamente
con carteles financiados por las mismas corporaciones que destruyen con la frase
“se prohibe pisar el césped”, porque a estas plazas las cuidamos
“nosotros y usted”. Las plazas tienen hoy más de pelotero
de Mc Donald´s que de espacio de encuentro.
Si dijimos consumo, necesitamos seguir usando y tirando, porque sino no habría
más que vender. La basura se genera por millones y en las localidades
vecinas se organizan para detener su futuro como basureros. Rellenos sanitarios
les llaman, es como esconder la mugre debajo de la alfombra, pero políticamente
correcto.
En la ciudad “actitud Buenos Aires”, progresista y culta revolver
la basura no esta bien. Entonces es mejor prohibir el ingreso a la capital a
miles de familias que sobreviven de juntar cartón para que los preciados
turistas, no vean la consecuencia de este modelo que expulsa a miles cotidianamente.
Porque es mejor creer que lo que no se ve no existe.
Lugar aparte para la reina del año, la lucha antipapeleras. Instalada
la cuestión generó resultados dispares. Mientras el año
se cerró con la movilización ambiental más importante vista
en la ciudad, por el otro lado, los medios aportaron su cuota de banalización.
La ecología está de moda y el gobierno aprovecha para hacer de
Gualeguaychú una lucha nacional.
Al otro lado del puente queda la lucha contra el modelo forestal que hace rato
largo viene preparando el terreno en el Uruguay, y del cual las plantas de celulosa
solo representan la recta final de este desarrollo. El mismo modelo que persigue
en Chile al pueblo mapuche, explota y esclaviza a los monteadores en el Uruguay
y desmonta y avanza sobre la misma Entre Ríos, Corrientes y Misiones.
Papel para libros no, para embalar productos de consumo y ver cuáles
son las últimas ofertas que nos ofrece el mercado.
Pero hay para todos los gustos en un país donde la cooptación
es política de estado. La nueva funcionaria a cargo del área de
medio ambiente –antes luchadora ecologista- promete tomar el tema de la
“ecología” muy en cuenta. Y las promesas no se hacen esperar:
minería y producción limpia. Soja responsable. Desarrollo sustentable.
Energías alternativas. La ecología encabezando el nuevo “capitalismo
humanizado”.
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